jueves, 25 de noviembre de 2010

Cadáveres, cakes de calabaza y otras macabras calamidades: una historia por entregas (parte 4). Pastel crepuscular de sirope de arce.

Ese primer té vespertino que tomamos el profesor Lesage y yo la tarde de mi llegada a Sussman House fue el primero de muchos tés tomados en la biblioteca durante ese mes de noviembre que pasé en Ayer's Cliff. La biblioteca de Sussman House era lo que había imaginado en mis sueños más locos:  estanterías de libros cubriendo tres de las cuatro paredes desde el suelo hasta el techo, provistas de escaleras de mano con ruedas para alcanzar los estantes más altos, gruesas alfombras orientales, techos y zócalo de artesonado de madera oscura, papel pintado adamascado, chimenea con repisa de piedra clara esculpida en volutas, sillones de cuero, un gigantesco escritorio de caoba y dos grandes mesas en puntos opuestos de la habitación, pensadas probablemente para abrir grandes libros de grabados o extender planos. La primera vez que entré en ella me pareció haber entrado en una novela de Conan Doyle. Tras una semana de trabajar allí y explorar los volúmenes almacenados, me sentía como en mi casa. De hecho, no me hubiera importado quedarme a vivir en esa biblioteca.  

A la caída de la tarde, normalmente a la puesta de sol, que en noviembre en Quebec llega asombrosamente pronto, la somnolencia se me echaba encima de forma indefectible. La penumbra empezaba a invadir la sala de altos ventanales, y yo empezaba a ahogar bostezos lo mejor que podía, mientras luchaba por poner orden en la increíble colección de libros de mi mentor.

El profesor, bien porque él mismo notara el cansancio que invade a todos los habitantes de estas latitudes en este mes oscuro, o porque notara mi bajón de energía, levantaba la vista de su trabajo, calándose las gafas de leer que siempre le quedaban en precario equilibrio en la punta de la nariz aguileña, encendía la espléndida lámpara Tiffany que tronaba en una esquina de su escritorio y rompía el silencio diciendo: -"Eh bien, ma chère, ¿qué me dice usted de un té? Después de todo, somos gente civilizada, n'est-ce pas? No quiero que ese enorme marido suyo me acuse de haberla agotado a un ritmo de trabajo de galeote." Dicho lo cual, levantaba el auricular del teléfono y llamaba a Elspeth, que se hallaba en la cocina. Sussman House aún poseía curiosidades como esos gruesos cordones de terciopelo que se utilizaban para llamar al servicio a golpe de campanilla. Sospecho que ese muy victoriano sistema de comunicación aún funcionaba, pero que el Professeur lo encontraba trasnochado y de mal gusto y prefería utilizar la función interfono del teléfono. Encargaba una tetera de Earl Grey o de té al jazmín, una copita de oporto, un poco de queso cheddar o Stilton acompañado de crackers y algún dulce, que normalmente había preparado yo misma la víspera.  

Con la tranquila sincronía producto del hábito de trabajar con el Professeur, yo tomaba la llamada como una señal de que era el momento de hacer una pausa. Me estiraba discretamente, intentado desentumecer el cuello, me levantaba, encendía un par de lámparas de pie que se encontraban repartidas en la enorme dependencia y me acercaba a uno de los altos ventanales, para observar lo poco que el crepúsculo permitía ver. Las sombras de los árboles desnudos se alargaban, rodeando la casa, el sol se ponía detrás de las colinas. El jardín empezaba a desaparecer, melancólico, en el azul casi marino de la tarde. A menudo me encontraba deseando que nevara. Este año la nieve estaba tardando en llegar: normalmente en Quebec empieza a nevar por Halloween y ya no para hasta abril. La nieve ilumina los bosques por la noche, haciendo que los atardeceres de noviembre sean menos siniestros. Debido al aislamiento en el que se encuentra Sussman House era completamente innecesario echar los pesados cortinajes de terciopelo burdeos. Y tanto el Professeur como yo preferíamos ver las copas de los árboles cuando levantábamos la vista del trabajo.

Mientras yo miraba por la ventana, el profesor se aplicaba a encender un fuego en la pequeña chimenea de la biblioteca. Como muchos quebequeses (de nacimiento o de adopción), había adquirido la costumbre de hacer fuego por las tardes desde la primera semana de octubre. No podía decirse que la temperatura del caserón fuera fría, el viejo sistema de calefacción a caldera central de agua caliente funcionaba bastante bien (con algún que otro inquietante borboteo y vagido de cañerías), pero el tamaño demencial de la casa y sus techos altísimos hacían que siempre hiciera un par de  grados menos que los necesarios para sentirse realmente cómodo. Sobre todo yo, que soy una friolera terrible. La primera jornada de trabajo en la que me presenté en la biblioteca con una bufanda a cuadros anudada al cuello, para evitar esas malditas corrientes de aire que me agarrotaban el cogote y me producían lo que yo había dado en llamar "tortícolis victoriana", provoqué la hilaridad de Lesage, y mientras él reía con su acostumbrada risa ronca, yo justificaba mi atuendo diciendo: -"No sé qué es lo que le hace tanta gracia, Professeur. Mi indumentaria es muy apropiada para el trabajo de escribano que hago aquí. Muy Dickens. Estoy pensando en añadir unos viejos guantes de lana a los que he cortado los dedos, para poder teclear." Ante lo cual él fingía ofensa y gruñía que nadie lo acusaría de ser un Scrooge. Y se apresuraba a encender el fuego apilando demasiados leños en la chimenea y atizando las llamas ostentosamente.

Elspeth llamaba a la puerta de forma atronadora, y uno de los dos acudía a abrirla, para dejarla pasar con la enorme bandeja del té. Cada tarde Lesage le sugería amablemente que utilizara uno de los carritos de transporte, carrito que le evitaría hacer equilibrismos cargada como una mula, y cada tarde Elspeth respondía con un resoplido de desdén, como si fuera la idea más peregrina que había oído nunca. La adustez de Elspeth no parecía molestar en lo más mínimo al viejo profesor. Elspeth, alta, flaca, toda ángulos y aristas, con unos ojos azules ligeramente acuosos, la nariz prominente, los pómulos salientes y el pelo de un rubio ceniza casi blanco, siempre tirante hasta un punto que parecía doloroso, depositaba la bandeja en una mesita frente a la chimenea, servía secamente la primera taza de té a pesar de que cada tarde el Professeur le decía: -"Gracias, Elspeth. No se preocupe, ya nos servimos nosotros" y se iba sin decir palabra, el ceño siempre fruncido. Yo no podía evitar pensar en ella como "Mrs. Ama de Llaves Siniestra" o "Madame Vinagre". La impresión que me dio el día de mi llegada no había cambiado un ápice.

Una de las primeras tardes, a la puesta de sol de un día singularmente gris y mortecino, tras seguir a Elspeth con la mirada, y cuando ésta hubo cerrado la puerta tras de sí en su silencio habitual, me instalé cómodamente en uno de los dos sillones Chippendale, de gastada tapicería escocesa, que se encontraban a cada lado de la mesita, de cara al fuego. Carraspée un poco mientras hacía los honores -sin leche ni azúcar para mí, con una nube de leche para el Professeur-: -"Ajem, si me permite el comentario, la temperatura de la habitación parece bajar un par de grados cuando Elspeth entra. Y no me estoy quejando de su técnica para hacer fuego, Professeur. Usted hubiera sido un dignísimo varón de las cavernas."

-"Bueno, es obvio que la buena de Elspeth me aborrece. Lo que es menos obvio" -dijo, pensativo, mientras se sentaba a su vez y se cortaba un pedazo de pastel de sirope de arce, - "es saber exactamente por qué. Bien mirado, razones no le faltan. Soy francófono, soy judío, y soy francés. Soy un tal cúmulo de minorías raciales, culturales y religiosas potencialmente detestables, que me extraña que hasta ahora no haya intentado envenenarme." (Los anglófonos  y francófonos quebequeses se detestan mutuamente con una inquina secular. El acento de Elspeth cuando habla francés debía de ser anglófono, aunque no me sonaba como tal.)

-"Si puede servirle de consuelo, monsieur, no creo que Elspeth sea una francófoba antisemita. Parece odiar por igual a todo el resto de la humanidad. Cuando llegué el primer día y llamé a la puerta, me recibió con una mirada capaz de cuajar la leche. Esa mujer puede hacer cheddar con sólo pasar junto a una vaca. " Dije, de buen talante, cortando un pedazo de queso para ilustrar mis palabras y poniéndolo encima de un cracker de avena.

-"Jjjum, jum. Sí, probablemente tenga usted razón. El caso es que cuando Anna -mi querida esposa- falleció, descubrí que mis talentos de cocinero eran muy limitados, por no hablar del estado lamentable en el que la casa parecía mantenerse, independientemente de los esfuerzos que hiciera por limpiar o poner orden. No porque mi mujer limpiara," (la mujer de Professeur P. era jueza en la corte suprema canadiense), -"pero controlaba la gestión del personal doméstico con ojo de águila. Elspeth tiene el carácter de un pit bull - y la expresión, ahora que lo pienso - pero deja la casa escrupulosamente limpia, y todo lo que cocina es comestible. Salvo unos horribles sándwiches de corned beef que deja hechos para su día libre. Aparte de eso, no tengo queja. Es una combinación perfecta de empleada doméstica, ama de llaves, cocinera y alférez de infantería." Pausa para tomar un sorbo de té y enjugarse cuidadosamente los bigotes con una esquina de la servilleta. Professeur Lesage es uno de esos barbudos bien educados que no afligen a sus compañeros de mesa con migas, gotas y otros subproductos de comida pegados a las barbas. -"Mmh. Este pastel es celestial, ma chère. Dorado, jugoso, tierno... con la sospecha justa del dulzor amaderado del sirope. Perfecto para una tarde lúgubre como ésta. Como un fuego de chimenea gustativo."

Dejando la taza en el platillo con un leve tintineo añadió, con ligereza: -"Y Elspeth tiene su toque de exotismo: es hija de un asesino de masas notorio."

(CONTINUARÁ)

PASTEL CREPUSCULAR DE SIROPE DE ARCE

INGREDIENTES:
  • 1 taza (o 16 cucharadas soperas) de mantequilla sin sal a temperatura ambiente o de aceite vegetal de sabor ligero, como el de maíz o girasol. Más un poco para engrasar el molde. Yo hice el mío con aceite, porque el Professeur está mayorcito y hay que cuidarlo.
  • 2 tazas y 1/2 de harina blanca, tamizada, más un poco para espolvorear el molde
  • 2 cucharadas de té de levadura en polvo (tipo Royal)
  • 1 cucharada de té de bicarbonato
  • 1/2 cucharada de té de sal
  • 3/4 de taza de sirope de arce (si no lo encontráis, ni se os ocurra sustituirlo por sirope de glucosa, o de maíz, o alguna de esas guarradas americanas... probad con miel, aunque el tiempo de horneado cambiará un poco)
  • 1/2 taza de azúcar moreno, el más oscuro y menos refinado que podáis encontrar
  • 2 huevos grandes, a temperatura ambiente
  • 1 cucharada de té de extracto de arce, (o de vainilla)
  • 3/4 de taza de crema agria (o de yogur natural) 
  • Opcional: 1 taza y 1/2 de dulce de leche o cajeta, para el relleno. Si no hay un supermercado latino en vuestra ciudad, podéis recurrir al viejo método de cocer la leche condensada vosotros mismos. Aunque no es indispensable, el pastel está bueno sin el relleno. Yo no tenía, así que en las fotos podéis ver que el mío está simplemente glaseado. Y estaba delicioso.
  • Azúcar de arce (para los residentes en Quebec) o nueces de Pecán para decorar


INGREDIENTES PARA EL GLASEADO DE ARCE:
  • 1/4 de taza de sirope de arce
  • 2 cucharadas soperas de mantequilla fundida
  • 1 taza de azúcar glas (más o menos, puede ser una y media, depende del espesor del sirope)
  • 1 cucharadita de té de extracto de arce o de vainilla
  • Una pizca de sal, si la mantequilla utilizada es sin sal
 
ELABORACIÓN DEL BIZCOCHO:
 
Precalentar el horno a 185º. Enmantequillar y espolvorear con harina un molde de bizcocho, de preferencia uno redondo. Reservar. En un gran bol, mezclar los ingredientes secos: la harina tamizada, la levadura, el bicarbonato y la sal. Reservar. En otro gran bol, batir el aceite o la mantequilla a punto pomada, añadir el sirope de arce y el azúcar hasta que todo esté bien cremoso y ligero, con un tono más pálido que al empezar a batir. Añadir los huevos uno por uno, incorporándolos bien. Mezclar el extracto de arce o de vainilla.
 
Incorporar la mezcla de harina en tres veces, alternando con la crema agria (o yogur) en dos veces. Empezar y terminar con la harina. Una vez bien mezclados todos los ingredientes, verter la masa en el molde y alisar la superficie con una espátula. Meter en el horno precalentado y bajar la temperatura del mismo a 180º. Hornear entre 40 y 45 minutos, aunque depende de vuestro horno. El pastel estará hecho cuando pinchéis en el centro con un palillo y éste salga limpio.
 
Dejar enfriar 10 minutos en el molde, y desmoldarlo en un plato grande. Una vez frío del todo podéis cortarlo transversalmente con un cuchillo largo de sierra (espero que tengáis buen pulso) y rellenarlo con el dulce de leche. Para glasearlo también hay que esperar a que se enfríe por completo.
 
ELABORACIÓN DEL GLASEADO DE ARCE:
 
Batir el sirope con la mantequilla fundida y el extracto de arce o de vainilla. Tamizar el azúcar glas (con un colador se hace muy bien) e incorporarlo poco a poco, hasta que el glaseado tenga una consistencia como de leche condensada cruda y sea de color blancuzco. Verter por encima del pastel con delicadeza y de forma gradual, repartiéndolo uniformemente con una espátula. Conservar el pastel en un lugar fresco hasta la hora de servirlo. El glaseado se endurecerá en poco tiempo y formará una suave y brillante costra azucarada.





11 comentarios:

  1. Ohhhhh! Esto se pone cada vez màs bueno!!! Por cierto, las fotos, wow!!! Me encantaron!

    Ed

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  2. Ayayayayayayyyyy....como te he echado de menos!!!

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  3. Me muerdo las uñas esperando la siguiente entrega. ¡Qué misterio!
    No sé si me gustan más tus recetas, tus historias o tus fotos....
    Saludos

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  4. Como nos haces esto, estamos en un sin vivir con esta intriga por conocer el final. Me encanta el pastel y ademas tengo una botellita de sirope de arce!!

    Bicos

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  5. Hoy he pasado la lengua por la pantalla y me he llevado un buen calambrazo.
    ¡Buenísima historia!
    Gracias por el enganche. Procedo a hacer lo mismo.
    Saludetes

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  6. ...y seguro seguro que Elspeth no ha hecho el pastel...mmmmm estais vivos????? bufff qe ml rollo...
    el pastel tiene una pinta deliciosa....ahhh y que si necesitais a alguien para ordenar libros o lo que sea aquí estoy....
    me encnta.....
    un besote

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  7. Me cachis! un asesino amasado en un pastel de alce cazado por un pit bull en el crepúsculo... el mismo de la saga de los vampiros? no me mates! El ama de llaves, después de todo es una vampiresa.. uhmm... romance de juventud del profesor? hijo secreto que ha heredado el hobby del abuelo?

    Y por qué el ama de llaves? por qué no la? como siempre, muchas preguntas sin respuesta.. esperaré la siguiente entrega a ver si voy atando cabos... o clavando clavos? o puñales?

    Besos?

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  8. HOLA GUAPA TU

    DELICIOSO PASTELITO, TOMO NOTA DE TU FORMULA

    MIL PETONETS SUSANNA

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  9. A ver, aunque sea tarde voy a ir respondiendo a los comentarios, no sea que empecéis a creer que no os leo. Os leo, os leo. No tengo tiempo para nada, y no respondo con la celeridad que me gustaría, pero os leo.

    Ed: Gracias por los ánimos, guapetona. El pastel también está buenísimo (y es de un simple asombroso). Mucho mejor que nuestro intento de bûche de Noël :-). Si lo haces doble y lo montas en dos pisos, rellenándolo con dulce de leche y cubriéndolo de "buttercream", ya tienes el "dessert cochon" para las navidades con la familia política. Y además es un postre muy nacionalista :-D.

    Maïte: gracias Maïte, no sabes lo bien que sienta saber que alguien me echa de menos :-). Yo publicaría más a menudo, Maïte, pero cocinar, fotografiar y escribir lleva mucho tiempo. Y no paga las facturas. Pero que sepas que soy fiel. Y constante. Lenta pero segura, vaya. No publicaré todas las semanas, pero no dejaré el blog empantanado para no volver nunca más (al menos, no tengo la intención).

    María: me alegro de que te guste todo. No te muerdas las uñas, a mí me ha costado una barbaridad dejar el hábito. Mejor haz pasteles :-).

    Rakelilla: vaya, es un honor lo de que pienses utilizar tu única botella de sirope en este pastel. Si lo haces (o has hecho), cuéntame qué tal ha salido, que me gusta saber cómo salen las recetas al otro lado del charco (por saber si hay que ajustar o corregir algo, sois mis "verificadoras" oficiales).

    Aitorelo: yo te recomeniendo que te lances a una de mis recetillas fáciles de cookies o de muffins, y que no te sientes a leer con el estómago vacío, hombre. Que lamer aparatos electrónicos no puede ser bueno.

    Núria: no, no, Elspeth es muy poco dada a la dulzura. Si hay trabajo disponible, ya te diré, pero creo que encontrarías el ambiente ligeramente siniestro :-).

    Zarawitta: se intenta. Pero quién sabe... igual hasta tiene un lado simpático... uhm... naah.

    Mai: no creas, soy muy vampirófila y si puediera "calzar" uno en la historia sin que resulte terriblemente cliché lo haría. Pero me digo que con mansiones victorianas y viejos profesores y siniestras amas de llaves ya tengo suficientes clichés entre las manos como para pasarlo bien un rato. Y aún no he presentado a todos los personajes... (risotada pérfida).

    Susanna: besos a tí también, Susanna.

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  10. buenas! ayer hice el pastelito en cuestión con sirope de aRce que me trajeron de tu lado del charco. Se dejaba comer, aunque al sustituir la mantequilla por aceite me ha dado la sensación de que ha quedado demasiado grasiento. por otro lado, el glaseado no es apto para diabéticos!! madre mía, qué cosa más dulce! pero bueno, eso se soluciona mojando en café corto de azúcar :)
    y por cierto, le voy a pasar tu dirección bloguera a otra amiga...tu club de fans por aquí crece!

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