sábado, 6 de abril de 2019

Ay, doctor

-"Estoy cansada. Anormalmente cansada", dice la bloguera, sentada ante el doctor Pham, su médico de cabecera, un paciente señor vietnamita de edad indeterminada (entre los cuarenta y muchos y los 60, calcula ella, pero vaya usted a saber).

-"¿Desde cuándo se siente usted "anormalmente cansada"?" , pregunta el doctor Pham, con expresión llena de interés. 

-"Hum, desde el 2011", responde la bloguera, haciendo un cálculo rápido. El amable doctor deja traslucir un ligero gesto de incredulidad. 

-"¿Desde...hem, el 2011, dice? ¿Pasó algo en particular ese año?"

-"A ver, que le cuente... en el 2010 acabé de escribir una tesina que finalmente no revolucionó el mundo de la lingüística, pero que como la tuve que redactar en francés, un idioma que apenas comenzaba a dominar, me costó sudores, sangre y rechinar de dientes. En el 2011 me diagnosticaron, operaron e irradiaron un cáncer de mama. Diez días después del final de la radiofritura, encontré un trabajo de profe asociada de español en una universidad montrealesa. Como era EL trabajo soñado, y como toda profe que comienza en cualquier institución, trabajé como una pirada para montar los cursos desde cero. Pocos meses después, mi marido, un señor quebequés grande y zen, y que finalmente no ha eliminado tanto el apego como yo creía, se jubiló de su trabajo principal y nos mudamos al sexto pino, porque su sueño era vivir la jubilación donde el alce perdió la cornamenta, y yo en principio estaba de acuerdo. La mudanza, después de acumular trastos en la barraca montrealesa durante una década, fue casi tan estresante como el cáncer. Una vez en el sexto pino, perdimos a nuestro gato Alfonso y adoptamos a la Chica, una perraza escapista y listísima. Y ahí fue un empezar y no parar de catástrofes: a mi quebequés de marido le diagnosticaron un linfoma, se nos inundó el sótano de la casa mientras él estaba en plena quimio, tuvimos que excavar prácticamente un par de bocas de metro en el jardín para arreglarlo, perdí la mitad de mi curro debido a recortes en educación y se nos murió Julieta, nuestra gata geriátrica, todo ello el mismo año. El mismo año en el que el fisco nos hizo una auditoría por un error en la declaración de la renta y que se me rompieron dos fundas de molares, dos, con el mismo bocado de comida. La misma semana en que se fastidió el coche y nos costó una burrada. Poco a poco todo se ha ido arreglando: mi quebequés de marido está en forma, después de excavar otra carísima trinchera nuestros problemas de drenaje parecen resueltos, trabajo como profe sustituta para paliar la falta de curro y me alimento a base de batidos porque la masticación es una cosa que un profe sustituto, en toda su esplendorosa precariedad, no puede permitirse. Hemos puesto la casa a la venta y vamos a probar el decrecimiento, que es una manera güay de decir que ahora somos demasiado pobres para vivir en un caserón con una maldición encima. Ah, y la hormonoterapia que sigo por lo del cáncer me está acelerando la menopausia y básicamente ya no duermo, dormito entre sofoco y sofoco. Para relajarme, me he convertido al minimalismo y estoy tirando por la ventana la mayor parte de mis posesiones, lo cual me vendrá bastante bien cuando toque mudarse.  Todo parece haber entrado en orden."

El médico hace rato que me escucha con la cabeza apoyada en una mano, moviendo las cejas. Cuando paro para tomar aire, carraspea un poco y me dice:
-"Señora, no me extraña que esté usted cansada. Yo llevo solo cinco minutos escuchándola y necesito una siesta". Toma notas. -"Está notando síntomas de premenopausia, me dice. ¿Tiene usted saltos de humor? ¿Se siente depresiva?"

-"Depresiva, no, aunque si sale un perro en cualquier anuncio, lloro y berreo como una madalena. Y saltos, lo que se dice saltos de humor... mi humor oscila básicamente entre dos emociones: irritable y derrengada. Aún no le he pegado a nadie, probablemente porque estoy demasiado cansada para hacerlo. Así que si encuentra usted un suplemento que me haga recuperar fuerzas, le advierto que igual salgo en los periódicos."

El buen doctor garabatea un poco más, hace alguna pregunta sobre mi alimentación (que fluctúa entre vegetarianismo y chocolaterianismo, todo ello regado con abundante café, le digo), me toma la tensión y me despide con un papel para pedir una analítica completa, diciendo: -"La fatiga es la causa más habitual de consulta al médico de familia". Él mismo parece un poco cansado diciendo esto. 

Salgo a la calle. La primavera montrealesa asoma la nariz. Hace un sol radiante. Respiro hondo, escucho a las gaviotas que chillan jubilosas en torno a los cubos de basura de un restaurante, y arrastro mi cansancio hasta el metro, contenta a pesar de todo.