miércoles, 9 de noviembre de 2011

El ataque de los ciempiés mutantes canadienses: el retorno. (Un post de serie B con filosofía de serie Z)

No os dejéis engañar por el título: eso del retorno es meramente una figura de estilo. Lo cierto es que no sólo no me he ido a ninguna parte, sino que la mayor parte del descanso/convalecencia tras la merde lo he llevado a cabo en la cocina montrealesa. Qué queréis que os diga: soy de letras, ergo pobre. Yo me imaginaba convaleciendo de otra manera, con elegancia europea, a la Thomas Mann, lánguidamente echada en una tumbona en un sanatorio suizo, contemplando pensativa las cumbres majestuosas con los pies bien tapados por una mantita, novela victoriana (algo de Wilkie Collins) y chocolate caliente -suizo- en ristre, mientras mis mejillas recuperaban su rosado color de antaño. Pues bien: no.

Tras un breve y sumamente agradable interludio gastronómico con Cocinera Intercultural, que vino a visitarme y con la que me paseé abundantemente (vimos, comimos y vencimos), aunque no tanto como me hubiera gustado, volví a trabajar. Ya lo he mencionado: soy pobre. En lugar del sanatorio en las montañas, he convalecido poniendo lavadoras, limpiando retretes con la escobilla, haciendo potaje y llevando gatos al veterinario, todo ello mientras Monsieur M., ese homérico hombretón con el que vivo  -o con el que no vivo, depende- el cincuenta por ciento del año, ese marido a control remoto, andaba por ahí llevando la electricidad (que no la buena nueva) a los rincones más remotos de la geografía quebequesa.  Durante mi supuesta convalecencia (si una la pasa trabajando... ¿se puede calificar aún de convalecencia?) también he preparado clases, corregido toneladas de trabajos  universitarios y amonestado-jaleado con entusiasmo variable al grupo de estudiantes que me ha tocado.

Después de una experiencia supuestamente reveladora como un cáncer, lo más sorprendente no es cuánto la dicha experiencia la ha cambiado a una, sino, como ha ocurrido con la crisis americana del 2008, lo igual que sigue todo tras un acontecimiento que constituye un punto de inflexión. Sí, claro, al principio uno tiene sus ratos de euforia y de vive-cada-día-como-si-fuera-el-último, pero a largo plazo el carpe diem extremo es agotador. Y bueno, ante la eventualidad de que mañana me despierte y siga viva, hay que tener algo en la nevera. Y el lavabo está que da asco. Así que tras la euforia y la gloria, vienen la escobilla y el estropajo, y se ocupan de nivelarlo todo más a ras de suelo. "Tras el éxtasis, la colada", dice Monsieur M., citando a uno de esos gurus cuyas obras abarrotan su estantería y que tantas ganas me dan de leer novelas de crímenes.

Me gustaría proyectar una imagen más profunda y sabia de mí misma contándoos la moraleja de la historia y todo lo que he aprendido, pero para qué mentiros: la lección principal que creía haber aprendido de todo esto, que es "no-te-agobies-por-pequeñeces" o "relativiza-relativiza-relativiza", ya intentaba practicarla antes. No era de las que se sacuden un ataquito de nervios porque se les rompe la tetera preferida o el gato acaba de potar una bola de pelos en la funda nueva del sofá, o el socio les deja los calzoncillos sucios siempre misteriosamente al lado del cesto de la ropa, jamás dentro. Sé que en el orden universal de cosas, eso no es grave. Y eso ya lo sabía "antes de".

Lo más curioso es que la vida no se divide tanto en "antes de" y "después de". La única diferencia es que ahora cada vez que entro en un despacho tengo que controlarme el reflejo de desabotonarme la blusa y mostrar los pechos a mi interlocutor. El director de la Facultad de Letras de la Ilustre Universidad en la que trabajo no entendería el gesto. Tampoco creo haberme vuelto mejor persona: si acaso, un poco más efusiva en lo tocante a las demostraciones de afecto, y subrayo el "un poco". Es difícil no ablandarse ligeramente cuando tus amigos se preocupan visiblemente por tí y lo que te pueda pasar. Pero no, no me paseo por ahí abrazando a la gente en el supermercado y dando besos a bebés y abuelos.

Quizá la conclusión -si es realmente una, que lo dudo- más curiosamente conmovedora y muy poco espectacular de todo esto sea que la vida sigue. Con las mismas memeces que antes, con las mismas cosas bonitas que antes. Y que estoy  contenta de continuar viviéndola y me doy cuenta de hasta qué punto es un privilegio poder hacerlo, especialmente bien acompañada y comiendo pastel de manzana.

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"Nobody can be exactly like me. Even I have trouble doing it."

Bloguera Innoble vive a lo grande, como de costumbre. Mientras vive a lo grande, pone lavadoras en el sótano de la barraca montrealesa. Monsieur M., su nórdico consorte, anda no muy lejos, en esa sección oscura y no terminada de este work in progress que es la barraca, y que él llama su taller de bricolaje y que ella llama The Room of Doom.

"Abandonad toda esperanza los que entráis aquí", le escribió una vez Bloguera Innoble en un rótulo para poner en la puerta, y él pareció pillar la indirecta porque esa semana hizo un esfuerzo y se puso a ordenarlo. Pero el estado normal del taller de Monsieur M. es lo que él llama un "caos creativo": un desorden profundo, demente y total. En el que él es perfectamente feliz y se las arregla para producir muebles, arreglos varios y hasta reparar las sillas de la cocina. Las pocas veces que Bloguera Innoble entra en The Room of Doom (muy pocas, le da migrañas), suele tropezarse con cajas de clavos, pilas de madera y otros objetos peligrosos (que él llama "material potencial"), así que entra lo menos posible y siempre con botas de trabajo, porque tiene que renovar la antitetánica.

El caso es que Bloguera Innoble anda pasando el contenido de la gigantesca y primitiva lavadora que parece ser el modelo normal en este lado del Atlántico a la gigantesca y primitiva secadora, mientras escucha a Monsieur M., que silba al trabajar. Monsieur M. nunca es más feliz que cuando está en su taller, claveteando y serrando como si no existiera nada más en el mundo. Bloguera Innoble encuentra muy discutible el estado de The Room of Doom, pero no tiene nada en contra de la felicidad de su cónyuge, así que sonríe y sigue lanzando toallas mojadas dentro de la secadora.

Esta mañana se siente particularmente tranquila, en paz consigo misma, su quebequés de marido y el universo en general. Justamente en el desayuno ha tenido un "momento Oprah" y ha hablado largo y tendido de recomenzar tras una enfermedad con una nueva perspectiva, de la calma que le invade a una después de vivir un momento crítico, de sentirse en nueva sintonía con su cuerpo y con todos los seres vivientes y ha parado ahí, porque se ha escuchado un momento y se estaba quitando las ganas de desayunar a ella misma. Monsieur M., espresso en una mano y La Presse en la otra, ha hecho los ruidos esperados "mmh-m-mh-¿ah, sí?" en los sitios apropiados, sin levantar la vista del periódico.

Una vez la secadora llena, Bloguera Innoble cierra la puerta y la pone en marcha. Se vuelve hacia la lavadora y la programa para un nuevo lavado. Mientras empieza a llenarse de agua, abre la caja del detergente. Y pega un alarido digno de cualquier campista rubia y pechugona de cualquier película de terror de serie B. Afortunadamente Monsieur M. no le estaba dando a la radial -en cuyo caso la escena hubiera empezado a parecerse de verdad a una película de terror-, pero viene corriendo al lavadero trastabillando con algo probablemente peligroso por el camino: -"¿Qué pasa?" dice, con sobresalto. Bloguera Innoble será insufriblemente locuaz, pero no es gritona. De ahí el susto.

Ella señala repetidamente la caja de detergente, alejándose de ella dando zancadas y haciendo muecas: -"Bicho."

Monsieur M. resopla ruidosamente y pone cara de paciencia: -"¿Ese grito por un bicho? Jolín, mon p'tit loup, tú tienes más arrestos que todo eso."

Bloguera Innoble, con expresión horrorizada y capacidad verbal súbitamente reducida: -"No. No bicho. BICHO. Enorme. Peludo." "Aggh." "Tú." Señala a Monsieur M. índice apuntando sucesivamente al enorme tórax y a la caja de detergente, con el gesto secular que tantas féminas han repetido a lo largo de los siglos, y que se traduce por: "Tú, Tarzán, tú, velludo, tú, grande, tú ocuparte de mamut-venado-bicho".

Monsieur M. resopla de nuevo y abre la caja del detergente. Contempla su contenido impertérrito, aunque se traiciona elevando ligeramente una ceja. Un ciempiés mutante montrealés de casi tres centímetros de largo agita sus numerosas patas peludas en medio del jabón en polvo. Su asqueroso cuerpecillo tiene un brillo gris y metálico. Es curioso como en un país nórdico un insecto puede alcanzar un tamaño tan tropical. Monsieur M. cierra la tapa del detergente y va a la caja del reciclaje. Rebusca un poco y vuelve con un pedazo de cartón y un bote de cristal. Bloguera Innoble lo observa a una distancia prudente, y profiere, agitada: -"¿Qué vas a hacer con ese bote? ¿Por qué no has ido a buscar un martillo neumático?"

Abriendo de nuevo la caja del detergente, Monsieur M. desliza el cartón bajo la sabandija y la cubre con el bote. Bloguera Innoble lo contempla horrorizada, mientras el bicho se retuerce como loco: -"¿QUÉ? ¿Adónde vas con eso?"

Monsieur M., que es grande, zen, ha eliminado el apego e intenta no matar nada si no es estrictamente necesario (salvo una vez en un albergue juvenil español en el que casi mata a unos veinteañeros borrachos que no nos dejaban dormir, pero ésa es otra historia, y rayaba seriamente en lo necesario)  responde, haciendo de nuevo un gesto de paciencia: -"Voy a sacarlo al patio."

Bloguera Innoble lo mira con ojos desorbitados: -"¿CÓMO?" -"AH, NO. Ni hablar." Prosigue con furia. -"No me has entendido. Yo no quiero que ese bicho tenga una vida mejor en algún sitio cercano a la casa en el que aún pueda reproducirse y ver crecer a sus nietos. Quiero. Que. Muera. Ya. Mismo."

Monsieur M. la contempla un momento y suspira: -"Veo que ya no te sientes tan en sintonía con todos los seres vivientes." Y levanta un poco el bote, señalando el inmundo bichejo con el mentón. 

Merde. Pues sí que estaba escuchando.

(Receta en el próximo post. Os lo prometo. Y no os perdáis la "nueva temporada" de la muy palpitante novela por entregas "Cadáveres, cakes de calabaza y otras macabras calamidades.")

12 comentarios:

  1. Que alegría volver a leerte! estaré atento a las recetas y a las entregas de la novela.
    Mil besos

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  2. No he terminado de leer el post, estoy a la mitad, pero de verdad qué alegría volver a leerte... vivan los cienpiés

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  3. Si, si, si, quiero que vuelvan esas novelas por entregas.

    Con el bicho ya me pica todo. Besitos gyapa

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  4. holaaa

    bienvenida a la rutina habitual, tan añorada cuando se carece de ella como odiada en el dia a dia

    me alegro muchisimo de volver a leerte

    v'sss

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  5. Arantza por fin de vuelta..cambiar??? yo te veo...mejor leo como siempre...
    mmm...no creo que las personas cuando pasamos por algo muy fuerte cambiemos de golpe...quizás si que ante algún problema (de esos que no son realmente problemas) pasemos mas, lo relativizamos todo mas, quizás somos mas tolerantes, quizás hay días que damos gracias por estar vivos....pero en el fondo todos somos como somos...en fin que yo tampoco soporto los cien pies y cuando veo algún monstruo de ese tipo grito y viene Monsieur J. y como Monsieur.M...nunca quiere matar...los deja libres.....ahhh espero con ganas tus recetas...beesos

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  6. Qué alegría volver a leerte. Espero con impaciencia la próxima entrega de tu novela.

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  7. ¿3 cm de largo? No parece peligroso

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  8. Es curioso, porque yo también soy de las de salvar los bichos, pero creo que es más bien un síndrome Walt Disney mal superado que un tema zen... ayer mismo, salvé a una pequeña babosa de ser cocida con las espinacas, la puse encima de una hojita y la solté en el patio. Hay veces que incluso les pongo nombre a los bichos, como Charlotte, la araña que vivía con nosotros hasta que alguien se la encontró en la ducha y la envió a pasar unos días de crucero al Danubio... ;-P ¡Me alegro de volver a tener lectura para mis desayunos o almuerzos! jejejeje ¡muacks!

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  9. Me alegro un montón de que vuelvas por aquí con tus historias. Estaré pendiente para la 2ª entrega. Besos.

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  10. Estupendo post.
    Me ha encantado el argumento y el estilo, y me alegro mucho de leerte tan en forma

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  11. Gracias a todos por los ánimos, creo que escribiría de todas maneras porque la verdad es que me lo paso bien mientras lo hago, pero saber que alguien espera el "próximo capítulo" es alentador :-).Un beso montrealés.

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  12. Me encanta como escribes Arantza! te leo desde Cuernavaca Morelos, es una ciudad como a 70 kilometros de la ciudad capital México Distrito Federal. Te sigo desde hace mucho tiempo y me gusta mucho cuando encuentro cosas nuevas como hoy que no te habia leido, eres muy divertida y amena. Gracias por compartir parte de tu vida con tus lectores. Saludos desde Cuernavaca hasta Montreal!!

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