martes, 15 de noviembre de 2011

Cadáveres, cakes de calabaza y otras macabras calamidades (parte 5): borscht siniestro de Elspeth

(¿De qué va esto? Para los que necesiten ponerse al día, capítulos ya publicados de esta historia:   Parte 1 - Parte 2 - Parte 3 - Parte 4)

Sentada al delicado escritorio reina Ana en mi dormitorio de Sussman House, cerré pensativa la pantalla del portátil y miré por la ventana situada directamente delante de mí. Hoy era un día especialmente gris y cubierto, oscuro incluso para un día de noviembre, el mes más sombrío del año en Quebec. Un poco desorientada tras ver que la luz matinal había bajado considerablemente y ahora tenía una calidad mucho más mortecina, giré la cabeza para ver la hora en el carillón pegado a la pared. La una y media. Sin darme cuenta, me había saltado la hora del almuerzo.  Menos mal que Elspeth no se ocupaba de servir la comida, normalmente dejaba algo preparado y el profesor Lesage y yo recalentábamos lo que hubiera. No me apetecía enfrentarme a la muda censura de la lúgubre ama de llaves, aún menos tras saber lo que sabía ahora. La casa estaba particularmente silenciosa: el profesor Lesage  y Elspeth habían salido al pueblo (por separado), el primero para hacer algunas compras en la farmacia y almorzar en el club de caza y la segunda probablemente para reponer sus reservas de belladona y colas de rata. O algo así.

Aprovechando esta inesperada jornada libre, yo llevaba toda la mañana leyendo sobre la historia de los criminales de guerra refugiados en Canadá, prestando una atención particular a los criminales de la Segunda Guerra Mundial. Tras la revelación que el profesor Lesage me había hecho durante el té de la víspera y que me había dejado boquiabierta, le había hecho algunas preguntas que él respondió pacientemente, pero muchas más preguntas se me agolparon en la cabeza en cuanto tuve un rato para pensar en todo lo que me había contado. A la mañana siguiente aproveché para buscar las respuestas durante una breve incursión a la biblioteca de la universidad Bishop. Tenía la excusa de necesitar cierta documentación para poder avanzar en la traducción de uno de los artículos del profesor, pero la idea de averiguar más sobre la siniestra historia familiar de la sombría Elspeth también era tentadora.

La universidad Bishop debe su nombre al hecho de haber sido fundada por un obispo anglicano en 1843, lo cual la convierte en una institución académica de una edad venerable, al menos en términos del Nuevo Mundo. Su campus está situado en una zona campestre a las afueras de la pequeña ciudad de Sherbrooke y rodeado de onduladas tierras agrícolas. Su origen profundamente inglés y su arquitectura gótica perpendicular, en el más puro estilo Tudor, convierten a Bishop en una especie de mini Cambridge, con la diferencia de estar construida íntegramente en ladrillo rojo. Ésta es precisamente la razón por la que siempre me ha encantado pasearme por los diferentes pabellones del campus: el contraste entre las colinas verdes y el rojo del ladrillo, las torres puntiagudas, los ventanales esbeltos y la tranquilidad de la vieja biblioteca.

La universidad se encuentra mucho más cercana a Ayer's Cliff que cualquier otra universidad quebequesa, tan sólo treinta kilómetros que recorrí lentamente por carreteras secundarias en el pequeño Golf gris del profesor, que afortunadamente había preferido salir a hacer recados en el Chrysler. El profesor Lesage me había dado permiso para utilizar cualquiera de los dos coches que se encontrara disponible, y había dejado las copias de las llaves en una bandejita en la mesa de la entrada, bajo la mirada llena de desaprobación de Elspeth. Probablemente Elspeth estaba convencida de que a la primera oportunidad yo me largaría tras haber llenado el maletero con la cubertería de plata, la vajilla y los paisajes al óleo de la biblioteca y el despacho.  El no tener que navegar con un coche de colección gigantesco me permitió relajarme durante el trayecto y contemplar las casas y los graneros de madera, y los rebaños de vacas que pastaban apretadas una contra otra en la mañana fría y brumosa de noviembre.

Una vez en la vieja biblioteca, sentada a uno de los antiguos escritorios de madera en un charco de luz multicolor que provenía del rosetón central, despaché rápidamente el trabajo de investigación para la traducción. Tras volver a colocar los pesados diccionarios en su sitio, busqué información en el catálogo informatizado sobre el hombre del que me había hablado el profesor. Una parte estaba disponible sólo en microfilm: leí todo lo que pude hasta las diez y media de la mañana, y después me dirigí al mostrador con los brazos llenos de libros y periódicos. Tras meter todo el botín en el coche excepto un pesado documento oficial encuadernado con una espiral, entré en la casi desierta cafetería de la universidad, pedí un café y un muffin y me puse a leer el informe de la comisión Deschênes.

Al parecer el Canadá, país acogedor y abierto, era tan acogedor y tan abierto que en las décadas que siguieron a la Segunda Guerra Mundial se había convertido en un paraíso tanto para los supervivientes a los campos de concentración, como era el caso de la difunta esposa de Lesage, una de las escasas supervivientes de Mauthausen, como para los criminales de guerra nazis, que aprovecharon la confusión del final de la guerra para comenzar de cero al otro lado del charco. Esta actitud transigente tan canadiense dio lugar a situaciones insostenibles cuando algunos de los supervivientes se toparon con sus verdugos en su nuevo país de acogida. De ahí la creación de la comisión Deschênes en 1985, cuando empezó a ser evidente que esos casos se repetían demasiado a menudo y el gobierno canadiense quiso saber a quién exactamente había dado refugio. La comisión censó 774 potenciales criminales de guerra nazis residiendo en Canadá, y reunió pruebas sólidas contra... veinte de los mismos. De esos veinte, sólo cuatro pudieron ser llevados a juicio: uno fue absuelto, se retiraron los cargos contra dos más debido a la dificultad para encontrar pruebas en Europa tras todo ese tiempo, y el cuarto fue revocado por sus problemas de salud. A pesar de los cambios en la ley sobre ciudadanía y crímenes de guerra, en Canadá sigue siendo extremadamente difícil anular la ciudadanía, juzgar o extraditar a un acusado de crímenes en su país de origen.

El padre de Elspeth era Jacob Luitjens, nacido en los Países Bajos, más conocido como "el terror de Roden". Aparentemente el señor Luitjens, célebre denunciador de compatriotas, se tomaba tan en serio su colaboración con los alemanes que incluso se paseaba con un uniforme y una escopeta de caza por las calles de Roden, pequeño pueblo de la provincia neerlandesa de Drenthe. El hombre pareció disfrutar en extremo de su poder recién adquirido, porque según testigos contribuyó activamente a la muerte de al menos 16 de sus conciudadanos, y al internamiento en el campo de Amersfoort de 62 miembros de la resistencia local. Luitjens se libró de ser juzgado como criminal de guerra escapándose al Paraguay, y de ahí, al Canadá en los años sesenta, donde comenzó una nueva vida, se casó de nuevo, tuvo una hija y se convirtió curiosamente en un ilustre profesor de botánica en la universidad de Columbia Británica, en Vancouver. Vivió tranquilamente e incluso obtuvo la nacionalidad canadiense, hasta que alguien lo reconoció y lo denunció. El gobierno neerlandés pidió su extradición inmediata. Las leyes canadienses, pensadas sobre todo para proteger a los nuevos ciudadanos perseguidos injustamente en sus países natales, dificultaron el proceso, que se convirtió en una larga batalla jurídica a la que se dio mucha publicidad, hasta que finalmente Luitjens fue despojado de su nacionalidad canadiense y entregado a las autoridades neerlandesas. Según los periódicos cumplió su pena y su paradero actual es desconocido, aunque según las hipótesis de ciertos periodistas no puede haber salido de los Países Bajos, ya que el Canadá ha prohibido su entrada en el país y su estatuto legal actual es el de un apátrida. Si no ha muerto ya debería andar por los ochenta y muchos años, una edad demasiado avanzada para vivir como un fugitivo, pensé.

Después de terminar el café hice un alto en la lectura y volví a Ayer's Cliff, donde había pasado el resto de la mañana en mi cuarto, mirando artículos sobre el juicio. Posiblemente Elspeth había adoptado el apellido Dudley, que debía de ser el de su madre o el de un matrimonio ya terminado,  para evitar utilizar el tristemente célebre apellido de su padre. Aunque me resultaba difícil imaginar a Elspeth viviendo en pareja.


Cerré los periódicos e intenté infructuosamente llamar al móvil de Monsieur M. Una vez más. Hacía nueve días que no tenía noticias suyas ni lograba comunicar con él por teléfono, probablemente seguía viajando en una zona sin cobertura. Decidí que le escribiría un correo antes de acostarme. Bajé a la enorme cocina y rebusqué en el frigorífico. Me serví un tazón de borscht y mientras giraba en el microondas (al parecer el profesor Lesage no encontraba incompatible el amor por las casas victorianas, las antigüedades y los coches de época y el uso de electrodomésticos modernos) pensé en que después de comer saldría a da una vuelta por el asilvestrado jardín de Sussman House. Llevaba todo el día sentada leyendo y no me vendría mal estirar las piernas. Puede que incluso quedara algún arándano con el que hacer una tarta en las matas de detrás de la casa, si no se habían congelado o si los mapaches habían dejado alguno. Con el tazón en la mano, miré por la ventana junto a la que se encontraba la vieja mesa de formica y que daba a la parte trasera de la casa, y lo que vi casi me hizo volcarme la sopa encima: un hombre joven, de pelo oscuro, desnudo de cintura para arriba, el mono de trabajo abierto y enrollado en torno a las caderas, salía del granero a la derecha de la casa. Qué digo un hombre: un dios griego con el torso desnudo y brillante de sudor, en una tarde de noviembre en la que no hacía más de dos grados. Acarreando balas de paja. Incapaz de sentarme, me quedé de pie delante de la silla, la cara pegada a la ventana, la mandíbula colgante.


En lo tocante a la hospitalidad y a las atracciones para mantener a las visitas entretenidas, hay que decir que el profesor Lesage parecía pensar en todo.

(CONTINUARÁ)

BORSCHT SINIESTRO DE ELSPETH


INGREDIENTES
  • 50 gramos de mantequilla o dos cucharadas soperas de aceite de oliva 
  • 6 a 8 remolachas de buen tamaño peladas y picadas en cubos pequeños (o 250 gramos)
  • media col (mejor si es lombarda) picada en juliana
  • 1 cebolla grande picada fino
  • 1 zanahoria grande picada
  • 1 patata mediana picada groseramente
  • 3 dientes de ajo picados 
  • 1 litro y medio de caldo de carne (mejor si es de ternera)
  • el zumo de medio limón
  • crema agria (o yogur natural sin azúcar), para servir

ELABORACIÓN

Calentar el aceite (o fundir la mantequilla) en el fondo de una cazuela a fuego medio-bajo y revenir lentamente la cebolla, el ajo y la col. Cuando se hayan ablandado, añadir las remolachas, la zanahoria y la patata. Rehogar un momento.

Verter el caldo, salpimentar y llevar a ebullición tranquilamente. Una vez que haya empezado a hervir, cocer durante unos 40 minutos o hasta que las remolachas estén hechas. Pasar por la batidora (al gusto, hay quien prefiere el borscht cremoso y uniforme y hay quien prefiere triturarlo sólo parcialmente, dejando pedazos de verdura. Completar con el zumo de limón y un poco más de sal y pimienta si es necesario.

Servir con crema agria al gusto y un buen pan, y comer sin dar la espalda a la puerta, por si acaso.

8 comentarios:

  1. Holaaa

    te lo digo con una cancioncilla

    http://youtu.be/A4l64YozO2s

    v'sss

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  2. Genial regreso de Elspeth, felicidades como siempre. Y que mejor que viene acompañado por un calientito borscht.

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  3. ¡Oh! Me encanta que sigas con la historia del amable profesor y la terrible ama de llaves (y ahora de musculoso jardinero,je,je).
    Y el borscht me encanta, así que voy a probar tu receta.
    Besos

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  4. MadredeDiosdelamorhermoso!!!!!!! sigue!!

    Beso (que hace mucho que no te doy uno)

    Maite

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  5. JB, Zarawitta, María y Maite: gracias, chicos. A veces me da la impresión de que vosotros cuatro sois mis únicos lectores, aunque el contador de visitas parece decir lo contrario. Gracias a vuestros comentarios no me siento totalmente ridícula por seguir escribiendo estas cosas. Sólo un poco ridícula :-).

    Señora Bishop: usted me suena de algo. ¿No será la famosa señora Pérez-Bishop de la avenida Laurier? :-)

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  6. Arantza eres genial me lo paso teta con tus relatos...la sopa mu muy rica....me voy pal siguiente capítulo...muaaa

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  7. Hola!!!
    Llevo ya unos meses leyéndote y la verdad es que a veces me río a carcajadas. Me alegras mucho la vida. También me he emocionado y he llorado poniéndome en tu pellejo, si es que se puede...
    Por otra parte, quisiera agradecerte la receta de esta sopa tan riquísima que nunca antes había probado y que llena mi estómago ahora mismito. Qué reconfortante, qué rica, qué color... qué maravilla! Y eso que hoy tenía un día de esos de niebla por fuera y niebla por dentro.
    Gracias Arantxa, es un gusto poder seguirte.

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