miércoles, 7 de marzo de 2012

Las recetas del Ejecutor: Aloo Gobi viril


Esposa Inicua no sabe muy bien cómo ha sucedido, pero mientras busca un pelador en la cocina montrealesa se da cuenta de que ya no encuentra nada. Normalmente esto pasaba sólo cuando recibía la visita de su Santa Madre, pero hace ya tiempo que no ha venido a verla. Esposa Inicua no tiene más remedio que admitirlo: Monsieur M. ha tomado el control de la cocina montrealesa. Su relación de pareja ya no es tanto monta, monta tanto, unas claras a punto de nieve, o una nata con fresas, no. Ahora el que hace lo que se le pone en los fogones es Monsieur M.

¿Cuándo ha ocurrido? ¿Cómo han llegado las cosas a este punto? Desde hace más de un mes los roles se han invertido: no, Monsieur M. no se dedica ahora a ponerse braguitas y sujetadores y a escribir novelas por entregas que revolucionarán el mundo de la gastro-ficción. No, Esposa Inicua no se ha vuelto zen, ni medita, ni ha eliminado el apego. Lo que ha sucedido es que, por esos azares del destino, ahora es Esposa Inicua la que sale todos los días a ganar el pan, o en este caso los garbanzos, y Monsieur M. el que pasa una buena parte de su tiempo en la barraca montrealesa. Y como la vuelta al trabajo después de la merde ha sido rápida e intensiva (como los lectores del blog habrán constatado ya), ella no tiene tiempo para nada. Literalmente. Y mucho menos para cocinar.

Tras tres semanas desesperanzadoras de llegar a casa y comprobar que Monsieur M., a pesar de ser un hombretón quebequés profundamente feminista, no se ha detenido a pensar que la cena no se prepara sola, y muchos, pero que muchos bocadillos, Esposa Inicua se derrumba una noche en la mesa del comedor.

Esposa Inicua, reprimiendo un sollozo a la vista del bocata de queso y jamón cocido: -« Uhm.» Carraspea. - «M., mon gros chevreuil, ¿qué has hecho hoy?», empieza con cautela.

Monsieur M., mordiendo el bocadillo con ganas (y es que mi nórdico marido podría comer pan y queso todos los días de su vida, tres veces al día, y ser perfectamente feliz... hasta que muriera de escorbuto): -«Planos.» (¿He mencionado ya que aparte de grande, fuerte y zen, Monsieur M. es parco en palabras? ¿Mucho?) Mastica con entusiasmo.

Aquí debería explicar que entre todas las novedades acaecidas en la cabaña montrealesa, aparte del desalojo de toda célula cancerosa sin permiso de residencia en el cuerpo serrano de Esposa Inicua y su posterior vuelta  a la vida docente y la repentina domesticidad de Monsieur M., la novedad que más nos ocupa últimamente es el proyecto de emigrar al campo. Hace ya mucho tiempo que le damos vueltas, pero esta vez, increíblemente cansados de las reformas que no se terminan jamás, parece que nos lanzamos. Y el que va a diseñar y construir la nueva barraca (que ya no será la barraca montrealesa, sino la barraca del bosque), con esas manazas y su tricotosa (bueno, y una excavadora), va a ser Monsieur M. Así que se ha lanzado a dibujar planos con pasión, y todos los días bombardea con preguntas a Esposa Inicua, que prepara clases y exámenes y corrige trabajos con furia, y le responde sin prestar demasiada atención. Como a veces las preguntas son del estilo: -«Oye, mon p'tit loup, ¿dónde quieres que ponga la entrada al pasaje secreto? ¿en la biblioteca o en la despensa?», Esposa Inicua empieza a tener miedo de haber dado su consentimiento para construir un helipuerto y un réplica de las pirámides de Egipto a escala, o algo así. Por no hablar de que a ella el proceso de la construcción en sí le apetece tanto como que le desvitalicen las muelas del juicio a bofetadas.

Ella ha vivido muchos años de su vida en el mismo sitio, y las mudanzas, ese deporte nacional quebequés, ya le parecen traumáticas. Imaginad lo que le parece trabajar como una mula y volver a casa... uy, no, a casa no, porque la habrá vendido, volver a una tienda de campaña con vistas al cráter de los cimientos de su futuro hogar. Estos días Esposa Inicua tiene a menudo la misma pesadilla: se pasea bajo la lluvia (en la pesadilla siempre llueve) en torno a un agujero gigantesco, rodeado de hormigoneras (paradas) y palas mecánicas (paradas), con la lluvia torrencial todo es un lodazal. Ella lleva en una mano una percha con una camisa -aún- blanca, y una plancha en la otra, y busca con desasosiego un enchufe, haciendo muchos esfuerzos por no manchar la camisa de barro. Va a llegar tarde a la universidad, piensa preocupada. En el sueño Monsieur M. sale de la tienda de campaña imposiblemente limpio y descansado y le desea los buenos días con una jovialidad que le da ganas de acogotarlo a golpes de plancha. Y le recuerda sonriente que no hay electricidad. Esposa Inicua no necesita un psicoanalista que le ayude a interpretar la pesadilla, y muestra un entusiasmo, euh, moderado por el proyecto de construcción. Lo que realmente le gustaría es que existiera una versión más rápida y menos molesta de casa prefabricada: una casa hinchable. Envías el plano, recibes tu casa y en un cuarto de hora está inflada y lista para colocar las cortinas. Alehop.

Esposa Inicua siente que toca fondo. A la fatiga radioactiva acumulada que ha ido arrastrando (porque no descansó mucho después de su radiofritura), la cantidad de trabajo que tiene y el exceso de bocadillos, se añade el estrés de la construcción en ciernes. No sabe si ponerse a llorar o a chillarle a su marido de una manera muy poco razonable, así que opta por lo único lógico en estos casos: se va a la cocina a cortarse un tomate (esta mañana ha dejado una tonelada de pelo en el lavabo y quiere intentar paliar la avitaminosis producida por los bocatas conyugales).

A la vuelta ha recuperado el dominio de sí misma y es capaz de hablar a Monsieur M. con algo parecido a la cordura: -«Mon ours brun d'amour: no te lo tomes a mal, sé que estás haciendo los planos por nosotros y que nos ahorramos una pasta en arquitecto, pero ya no quedan calcetines limpios, llevamos una semana cenando bocadillos y la nevera es un desierto. Si no como algo de origen vegetal mañana sin falta, creo que puedes ahorrarte el cuarto de baño en la nueva casa: no seré capaz de usarlo nunca más. Y créeme: NO quieres vivir con una mujer que sufre por carencia de fibra.»

Monsieur M. no se enfada. Al contrario, la mira con una mezcla de empatía y alarma.

-«Mira», prosigue Esposa Inicua, «cuando yo estaba escribiendo la tesina que un día revolucionaría el mundo de la lingüística no lo hacía todo en casa, pero como yo pasaba más tiempo aquí intentaba aligerar un poco tu parte. Voy a necesitar que hagas lo mismo.»

Monsieur M., lleno de buena voluntad (y de pan), se apresura a decir que las cosas cambiarán. Que ve que Esposa Indigna tiene cara de cansancio (es un eufemismo, ella está pensando en exigir a la universidad que le financie el Botox) y que a partir de ahora va a intentar ser mejor amo de casa. Dentro de sus capacidades.

Esposa Inicua no lo sabía en ese momento, pero ahí fue cuando Monsieur M. se propuso darle una "dispensa" total de curro doméstico hasta nueva orden. Cumplió lo prometido. Y más. Al día siguiente desvalijó la sección de frutas y verduras del supermercado. Ahora lo hace todo: va a la compra, pasa la aspiradora, hace los baños, pasa la fregona, lava, encoge las camisetas, plancha, friega cazuelas requemadas, llena y vacía lavavajillas... hasta ahí es normal, cuando Monsieur M. y Esposa Inicua se repartían el curro casero de manera equitativa hacía muchas de esas cosas, alternando según se hartara de hacer lo mismo. Pero ahora lo hace TODO. Y casi todo mejor que ella. Cuando Esposa Inicua vuelve de la universidad se encuentra con él silbando mientras pasa la mopa, con ese delantal que dice "Kiss the cook" puesto, y la recibe con frases como: -«Hola, mon oursin, la colada está hecha y planchada, la sopa está en el fuego y tienes justo el tiempo de ducharte antes de que saque el pastel de carne del horno.» Es como una maldita Martha Stewart con hipertrofia muscular.

Ahora COCINA. A ver, Monsieur M. sabe cocinar, vamos, sobrevive, pero nada muy complicado. Tiene tres especialidades que repite hasta la saciedad: salteado de verduras estilo chino, mejillones al vapor con vino blanco y pasta. Y bocadillos. Muchos bocadillos.  Pero ahora Esposa Inicua le da recetas y el tío ayer se curró unos linguine alla vongole (linguini à la mongole, bromeó él, siempre tan poco políticamente correcto) sólo porque ella dijo que hacía milenios que no comía almejas (y previamente fue a la pescadería a buscarlas, claro). Monsieur M. le ha dejado bien claro a su Esposa Inicua que a él no le emociona en absoluto lo de ponerse a buscar recetas en internet, y hojear revistas y libros, como a ella. A él todo eso le parece un soberano fastidio. Lo que exige cuando suelta un -«¿Hoy qué hago?» es una receta clara y sin florituras, receta que ataca con una concentración de cirujano, con una determinación de bulldog, con un ritmo constante de tanque aplastando líneas enemigas, y que ejecuta bastante bien. Por eso ahora Esposa Inicua lo llama El Ejecutor.

Ha nacido un héroe.


Esta receta,  una de las favoritas de la cocina montrealesa, ha sido creada (basándose en el clásico indio) y fotografiada por Esposa Inicua, y ejecutada por El Ejecutor, ese superhéroe de la cazuela. Y estaba muy rica, oyes. Reciba desde aquí mi más sentido homenaje.

ALOO GOBI VIRIL (CURRY DE COLIFLOR)

INGREDIENTES
  • 1 cebolla mediana picada
  • 1/2 coliflor cortada en ramos
  • 4 patatas medianas peladas y cortadas en dados
  • 1/2 calabaza (la variedad butternut o buttercup va muy bien), o 400gr. de cualquier calabaza pelada y cortada en cubos
  • 1 manzana grande, pelada y cortada en dados
  • 1 o 2 tomates bien maduros, cortados en dados
  • 1 pedazo de jengibre fresco de la talla de tu pulgar (el curry de Monsieur M. estaba un poco pasado de rosca en jengibre, porque él tiene pulgares del tamaño de berenjenas, aunque a él le gusta excederse en el jengibre desde que se enteró que era anticáncer... ha decidido acabar con posibles futuras células malvadas o con mi mucosa intestinal, una de dos). El jengibre puede ser rallado o picado muy fino, a vuestro gusto. Yo lo prefiero rallado.
  • 1 ramito de cilantro fresco bien picadito
  • 1 cucharada de té (o sopera, si os va la marcha) de pasta de curry Patak's suave. Si no podéis encontrar pasta de curry en vuestro supermercado, dos cucharadas soperas de curry en polvo y la punta de una guindilla (o chile) picadita pueden remplazarla
  • 1 cucharada de té de semillas molidas de mostaza negra (si no encontráis, el curry también sale rico sin ellas)
  • 1 cucharada de té de comino molido
  • 1 cucharada de té de cúrcuma
  • sal y pimienta negra (recién molida)
  • aceite vegetal con sabor neutro (girasol, maíz, colza...)
(Nota: si no tenéis acceso fácil a ingredientes como el jengibre fresco y el cilantro, podéis sustituirlos por una cucharada sopera de cada especia en polvo, aunque el resultado siempre es mejor con ingredientes frescos)

ELABORACIÓN

Sofreír la cebolla en un chorrillo de aceite, a fuego medio-vigoroso. Cuando la cebolla empiece a ponerse transparente, añadir el jengibre (si utilizáis el curry en polvo y la guindilla, es el momento de incorporar la guindilla) y sofreírlo todo junto un momento. Bajar un poco el fuego y sofreír las especias: la pasta de curry (hasta que impregne bien la cebolla), la mostaza negra molida, el comino, la cúrcuma, y la mitad del cilantro picado. Cocinar de cinco a diez minutillos, hasta que veáis que la mezcla de especias adquiere un color dorado (cuidado con no quemarla, las especias cambiarían rápidamente de sabor) y la cebolla se ha ablandado. Incorporar el tomate y sofreírlo. Continuar con la manzana en dados, darle unas vueltas para envolverla bien de curry. Echar los cubos de calabaza, las patatas y la coliflor. Revolver con fuerza masculina (o femenina, depende). Cuando todo esté bien coloreado de especias, salpimentar al gusto y verter en la cazuela una taza y media o dos de agua, depende de si os gusta un resultado más caldoso o menos. Darle una vuelta más para que la mezcla sea homogénea.
A estas alturas todo el vecindario ya sabrá que estáis haciendo curry, así que por qué no hacer las cosas a fondo y poner música de Bollywood a toda castaña.
Cuando rompa a hervir, bajar un poco más el fuego, tapar y dejar que se haga hasta que la calabaza y las patatas estén hechas, unos 20 minutos más o menos. Vigilarlo durante la cocción para que no se seque ni se pegue (añadir agua si es necesario). Probar de sal, y decorar con el resto del cilantro picado antes de servir. Podéis poner unas rodajas de limón en el plato y servir con unos garbanzos chana masala, si os apetece. El Ejecutor lo hizo.  El tío.


lunes, 5 de marzo de 2012

Respect (just a little bit)


La autora del Sirope interrumpe momentáneamente su pausa por motivos académicos para hacer algo contra su costumbre : por una vez, y sin que sirva de precedente, se va a lanzar a escribir algo que roza vagamente el post con ánimo militante. No tanto por motivos personales como por un hartón acumulativo de las cosas que oye y lee en la distancia sobre estos tiempos de crisis en España: puestos de trabajo sin sueldo, « becas » no remuneradas (!!!), supuestas prácticas sin compensación económica...  Con la vaga esperanza de que sea una llamada (más) a la indignación, de que alguien que lo lea se anime a hacer lo mismo, cansado de ver cada vez más a menudo lo intolerable transformado en normalidad. O de que al menos le siente bien leer que alguien lo ha hecho.
La bloguera de las ficciones culinarias os cuenta la historieta (verídica y sin receta): hace unos días recibió en el buzón del blog algo que tenía todo el aspecto de una oferta seria de una revista cultural en línea (de la que no publica el nombre por recato, pero debería) para colaborar publicando algo en su nueva sección gastronómica. Tras echar un vistazo a la revista en cuestión, la autora del Sirope hace las preguntas de rigor: contenido, frecuencia de publicación y remuneración, claro. Le responden con un correo que de puro jeta la escandaliza: no pagan, pero, oye, le pueden dar entradas de cine e invitaciones, y qué chachi-piruli la visibilidad que le ofrecen y algunos colaboradores hasta han obtenido contratos gracias a la dicha visibilidad. Como dice un bloguero amigo,  con visibilidad no se puede comprar nada en las panaderías. La que suscribe, cada vez más quemada de las cosas que amigos suyos le cuentan sobre la búsqueda de empleo en España, no ha podido contenerse. He aquí su respuesta:

« Buenas noches (al menos por este lado del Atlántico):

Gracias por la pronta respuesta. Quizá sea por la cantidad de tiempo que llevo viviendo fuera de España, o quizá sea por una simple cuestión de respeto a mí misma, tengo que decir que este tipo de ofertas (no es la primera que recibo) nunca dejará de asombrarme y de, por qué negarlo, ofender mi sentido de la dignidad más elemental. Si este correo lo hubiera recibido un canadiense, no se hubiera molestado en responder. O lo hubiera hecho con una carcajada.

Cuando quiero hacer voluntariado (y de vez en cuando lo hago), me gusta que el que recibe los beneficios de mi trabajo gratuito (esa es la definición de voluntariado) sea una organización o colectivo con fines altruistas y sin ánimo de lucro. Hacer trabajo gratuito para que el dueño de una revista utilice mi contenido y gane dinero con él sin ofrecerme nada a cambio me parece absurdo. Sobre todo porque nunca he escrito por la visibilidad, que francamente me importa un pimiento. Me da exactamente igual que me lean dos personas o dos mil. Digamos que ya escribo gratis, así que prefiero seguir haciéndolo manteniendo el control de mi publicación. Afortunadamente tengo un buen trabajo que me permite ganarme la vida, pero quizá por eso mismo, porque tengo una independencia económica asegurada, me apetecía responderle. Por todos los que viven en España y andan desesperados por encontrar un trabajo y se aferran a ofertas como la suya y se dejan explotar pensando que quizá sea un camino hacia el ansiado empleo. Mantengo contacto con muchos amigos españoles y cada vez me indigna más ver cómo muchos empresarios se aprovechan del clima de miedo imperante. Esto no es una cuestión de dinero: como decía al principio, es una cuestión de dignidad.

No se tome a mal mi mensaje, no es
nada personal. Sé que usted sólo estaba haciendo su trabajo. Por el que espero que la paguen. »