El verano, ah, el verano, con sus canciones absurdas (no, no echo de menos a Georgie Dann), sus biquinis, sus cremas con olor a coco artificial, sus barbacoas, sus sangrías y su programación de tele pensada para mantener un confortable encefalograma plano.
Esto puede sonar a una Scrooge de la estación estival, pero la verdad es que adoro el verano. Aunque desde que vivo en Quebec el otoño lo haya desbancado como mi estación favorita, lo cierto es que sigo experimentando una alegría masoquista cuando me despierto a 34º, con ese 90 por ciento de humedad montrealesa que hace que el maquillaje funda como Nuttella al sol, que el colorete aplicado a los pómulos por la mañana se encuentre en las clavículas al principio de la tarde. Y cuando todos mis convecinos montrealeses sudan, y corren a comprarse aires acondicionados, y se refugian en la sombra como cualquiera con sentido común, yo me paseo por la acera al sol, con mi abanico, sudando también, claro, (mis orígenes no me inmunizan) y aprovecho para asarme porque sé que los seis meses bajo cero están a la vuelta de la esquina, y más me vale pillarlos con ganas. Nada como una buena canícula sofocante para recibir el primer frescor otoñal con alegría.
El verano, aunque parezca lleno de lugares comunes, no es igual en todas partes. Mis veranos españoles huelen a mar, a las hojas de las higueras recalentadas por el sol, y los sonidos que acompañan esos olores son los de las olas estrellándose contra la orilla, los grillos en la noche, las largas conversaciones con amigos en las terrazas, las verbenas de barrio y los fuegos artificiales.
Mis veranos quebequeses están llenos de otros olores : la suculenta barbacoa de los vecinos, el césped recién cortado, el cloro de la piscina municipal. Y los sonidos e imágenes que sirven de fondo a esos olores también son completamente diferentes: los turistas agotados remojándose los pies en la fuente de la Place des Arts, las guapas montrealesas que se pasean por Saint-Denis o por Sainte-Catherine luciendo una cantidad de piel impresionante, los chulescos muchachotes urbanos, con sus gafas de sol y sus gorras enormes, sus andares teatrales y sus camisetas de tirantes luciendo todos los tatuajes que pueden. La salsa desaforada que sale a un volumen increíble de los coches de los montrealeses latinos (yo a esos coches los llamo "salsamóviles"), la gente que se agolpa en las mesas de picnic del Dairy Queen del barrio, la fiesta de la Saint-Jean y las parejas de abueletes que esperan el principio del concierto sentados en sus sillas de cámping, el agua del lago que lame perezosamente el embarcadero, los jugadores de béisbol en el parque, el viento en los abedules, el industrioso martilleo de los pájaros carpinteros, los desenfrenados conciertos de ranas en las charcas, las luciérnagas que flotan en torno a los comensales que alargan la sobremesa en el patio. Todo eso es el verano quebequés.
Cuando levanto la vista hacia uno de esos cielos de un azul inmenso que se ven por aquí, presa de un estúpido contento de estar viva en un día tan bonito, pienso que todo eso que he leído acerca de que lo que nos hace realmente felices es vivir el momento, no se aplica en días de verano como éste. Si vivir el momento plenamente es el antídoto contra la brevedad de la vida, un cielo surcado de nubes algodonosas y lentas, acompañado del zumbido de las cigarras, es el antídoto perfecto a la celeridad de la vida : a mí no me hace pensar que todo dura sólo un momento, muy al contrario, esos días de verano son lo más cercano a la eternidad que he experimentado nunca.
Con los pies chapoteando perezosamente, el tacto seco y caliente de la madera del embarcadero sobre la que me apoyo, miro el brillo del sol en el agua del lago, alzo la cabeza al cielo y me resulta difícil creer que todo esto no es eterno. El tiempo ralentiza, exactamente igual que cuando era una cría y pasaba horas junto al río atrapando renacuajos. Pienso en mis sobrinos, y en todos esos niños que pertenecen a la generación de hijos de parejas trabajadoras, y entre colonias de verano, cursillos de idiomas, de natación y otras actividades programadas, les deseo de verdad que puedan disponer de un momento para conocer esas interminables jornadas de verano de la infancia.
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Esta semana celebramos la llegada del verano con el postre por excelencia de la estación: helado. Una receta de helado casero sin grasas ni culpabilidades.
Justamente, cuando ya tenía esta receta en la lista de borradores, leí en el Hecho en mi Cocina del mes de mayo que el estupendo blog La flor del calabacín proponía una receta de helado de mango bajo en grasa muy similar a ésta que os propongo hoy. La he enlazado para hacerle justicia, y porque explica muy bien cómo hacer helado sin heladera, de una forma muy simple. Y ya aprovecho para decirle que envidio su huerto con una envidia nórdica y canadiense. Su receta utiliza el cardamomo, un sabor que siempre me ha encantado en postres, especialmente en los helados. Otro ejemplo de cómo pueden utilizarse sabores supuestamente "invernales" en helados, esta receta de helado de nectarina al jengibre que publiqué hace siglos en mi antigua cocina.
Por cierto, ésta es una película estupenda en que se refleja muy bien esa lentitud de los días estivales.
INGREDIENTES:
- 4 mangos grandes maduros. Yo utilicé la variedad "Ataúlfo" (en la primera foto), fácil de encontrar en Montreal, de simpático nombre y delicada pulpa, menos fibrosa que los mangos comunes.
- un vasito de zumo de naranja
- 2 tazas de yogur natural desnatado (para la versión "sin culpa"; si no tenéis problemas de línea ni de arterias "acolchadas", el yogur griego es aún mejor)
- un chorrito de sirope de arce (o de miel), si os gusta mucho el dulce (el zumo de naranja y el mango endulzan bastante el helado, y sin miel, éste es un postre perfecto para diabéticos)
ELABORACIÓN
Pelar y trocear los mangos. Pasar por la batidora hasta que queden cremosos. Añadir el yogur y el zumo de naranja. La mezcla tiene que tener la textura de un puré más bien espeso, liso y suave (puede que tengáis que ajustar un poco la cantidad de yogur o de zumo, dependiendo del tamaño de los mangos utilizados). Meter en la nevera un par de horas y enfriar bien.
Verter la mezcla de mango y yogur en una heladera o, a falta de heladera, utilizar este sistema. Otra alternativa es sacar el recipiente del congelador cada hora y removerlo bien con un tenedor para impedir la formación de cristales de hielo, hasta que adquiera la textura de un sorbete.
Cuando lo probéis veréis cómo para que un postre sea bueno, no es necesario que contenga toneladas de azúcar y grasa. El único problema son sus efectos secundarios: uno de esos helados industriales de Nestlé nunca volverá a saberos tan bueno. Un consejo : saboreadlo lentamente.
A juzgar por las fotos,este helado tiene que estar de muerte,vamos que se vé estupendo y sin duda está delicioso.
ResponderEliminarMe guardo la receta.
Que disfrutes del verano!
Besitos
Ains... ¡qué envidia más fea, mala y verde que me das! Aquí lloviendo y a 11 grados... y yo leyendo tu cielo azul, escuchando tu verano, imaginándome el sabor de ese helado... y a mí sólo me apetecen unas sopas de ajo :D
ResponderEliminarComo me gustaria estar en Quebec...aqui está todo gris, lloviendo....ni cielo azul ni nada...
ResponderEliminarEste helado me lo apunto, por las fotos se ve delicioso...
Un abrazo,
Yo que no tengo heladera, ya estoy buscando los guantes de nieve para hacer helados a mano (parece que me va eso de agitar cosas, ¡este sistema se parece tanto al de la mantequilla!). ¡Gracias por compartirlo!
ResponderEliminarMe uno a las envidiosas de tu verano, por aquí hace una rasca que no veas...
Madame, aquí los mangos buenos (grandes, dulces, jugosos, sin hilos) se llaman mangas. ¿No es bonito? Por una vez el lenguaje juega a nuestro favor. Voy a hacer helado de manga.
ResponderEliminaray, esos veranos de la infancia.... todo el día por ahí descalzos, en camiseta, sucios o llenos de sal, la casa al lado de la playa con las puertas abiertas todo el rato y nuestros padres que ni se preocupaban de por donde andábamos, sin horarios, la libertad absoluta.... sans souci, me encanta esa expresión.....
ResponderEliminarOye, gracias por lo de estupendo. Y bueno, lo de la envidia huertil tiene fácil arreglo, pon un huertito en el jardín de la barraca montrealesa, ¡es fácil! :)
Mi señora madre (la Mme. Cocotte original), que es un poco "excéntrica", se ha comprado la famosa heladera del Lidl. Famosa en España entre algunos bloggers, al menos. Se la pienso robar para hacer este fabuloso helado de mango.
ResponderEliminarLos mangos no los robaré, porque la dueña del colmado sí que llama a la gendarmeríe.
¿Por cierto, nadie va a decir nada sobre la variedad "Ataulfo"? ¿No hay una Recesvinto? La podrían vender con su corona votiva y todo.
ResponderEliminarM. Cocotte, regalando ideas a los comerciantes de frutas desde 2010 :)
Cavaru: este helado no sólo está bueno, sino que encima es nutritivo, vaya que le puedes dar un tazón a un niño (si los tienes) sin pensar que le estás dando una golosina.
ResponderEliminarMarona: oye, que tu sopa de ajo tenía pero que muy buena pinta :-. Imagino que con lo que he tardado en responder a los comentarios, el verano ya ha tenido tiempo de llegar a Austria...
Sonia: este año estamos de suerte, está haciendo bastante calor, de ése pegajoso típico de aquí, pero nada demasiado brutal (vamos, que aún no hemos sobrepasado los 30º). No te preocupes, que el verano terminará por llegar. Siempre lo hace :-).
Con Ka: je, ahí te imagino, con los guantes, poniendo música apropiada para agitar la bolsa... :-D
Lupe: este helado lo publiqué pensando en usted, señora, que se me queja siempre de que soy una saboteadora de dietas. Y en el señor muy alto que la acompaña en todas esas mudanzas :-). Qué bonito, lo del helado de manga. Suena muy japonés :-D.
Ajonjoli: lo hice, lo hice. Me he montado un huertito en el patio trasero, y suplo la escasa cantidad de tierra que tengo con un sistema que nos hemos montado monsieur M. y yo (bueno, ideado por mí, sudado y construído por él): unas jardineras enormes... ¡sobre ruedas! Y funciona muy bien, tengo tomates, pepinos, calabacines, lechugas, fresas, pimientos, calabazas, berenjenas... ¡hasta ruibarbo! Pero todo a pequeña escala. Por eso te envidio el huerto :-).
Monsieur Cocotte: ya andaba yo extrañada de que nadie hiciera chistes con el nombre... :-) a mí me encanta. Teniendo en cuenta que uno de mis gatos se llama Alfonso, me veo bautizando al próximo que adopte con "Ataúlfo".
Uno de mis sabores favoritos junto al de melocotón. Difíciles de encontrar y no se por que
ResponderEliminarTienes un sabroso blog, felicidades.
He llegado hasta tú blog desde el concurso de 20minutos, en el mío he creado una pequeña comunidad que se llama “Gente de puta madre + IVA” si te apetece estaría encantado en que intercambiáramos enlaces.
¿Qué te parece?
Si te interesa no dudes en hacérmelo saber.
http://lablogoteca.20minutos.es/lo-que-me-toca-los-cojones-21/0/
Un saludo y suerte en el concurso.
Genial
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