miércoles, 30 de mayo de 2012

Mudanza (III): Hamaca

Monsieur M. y Esposa Derrengada siguen empaquetando furiosamente su vida entera en cajas de cartón convenientemente etiquetadas y apiladas. Alfonso proporciona apoyo felino metido en una caja vacía y ronroneando encantado. Una parte importante del arte de la mudanza en pareja es tener presente en todo momento que tus cosas de gran importancia y valor sentimental son básicamente porquerías a los ojos de tu pareja, y que sus porquerías son cosas de gran importancia y valor sentimental para él. Recordar esto os puede evitar un divorcio.

Tras dos semanas de empaquetado intensivo, los criterios de selección qué-tiramos/reciclamos/damos/nos-llevamos han cambiado de manera perceptible. También dependen mucho de la hora.  Por ejemplo, al final de la tarde no es raro sorprender este tipo de conversación en las profundidades del sótano de la barraca montrealesa:

Monsieur M., cargando con una caja que lleva en el trastero quién sabe cuánto, abriéndola y contraviniendo a las normas fijadas por su Derrengada Esposa: si está en una caja, no sabes lo que es, y no lo has sacado en tres años, puedes lanzarlo directamente a la basura. Sin pasar por la casilla de salida. :-« Ha llamado mi hermano.» Hurga en la caja. Saca un walkman. De los que funcionaban con cassettes. -« Dice que nos presta el remolque. Si lo enganchamos al pickup vamos a poder llevar las cosas más frágiles antes de que venga la compañía de mudanzas. »

Esposa Derrengada, pañuelo a la cabeza, buzo de obrero, sudorosa, polvorienta, no levanta la vista de SU caja, que contiene todos los regalos insensatamente feos que ha recibido desde que vive en Canadá, entre ellos tres jarrones (¿qué le pasa a la gente con los jarrones?), unas decoraciones de Navidad de ganchillo y variados recuerdos de las vacaciones de miembros de la familia, y masculla: -« O podemos meter en él a Alfonso, y ahorrarnos cuarenta y cinco minutos de maullidos desesperados. » (Alfonso no es buen viajero).

Monsieur M., mirándola de reojo: -« Pareces un poco, hum, irritable. Mi diosa. » Se apresura a añadir.

Esposa Derrengada, con cierto sarcasmo: -« ¿Irritable? ¿Yo? ¿Y por qué? ¿Porque la casa es un caos tal que va a ser declarada una maldita zona catastrófica? ¿Porque llevamos un mes empaquetando cosas absurdas? ¿Y comiendo materia congelada no identificada? ¿Porque cuando no estoy empaquetando estoy preparando clases, corrigiendo, trabajando, vaya? ¿Porque ni me acuerdo de cuándo fue la última vez que hice algo extravagante como, qué sé yo, ir al cine? ¿O sentarme en el sofá y no hacer NADA? » Vale, es cierto, una ligera histeria tiñe sus palabras.

Monsieur M.: -« Creo que tú vas a ir en el remolque con Alfonso, reina mía. » Antes de que Esposa derrengada pueda gruñir una respuesta, Monsieur M. saca un rollo de tela de la caja en la que está hurgando: -« ¿Y esta hamaca? ¿De dónde sale? »

Esposa Derrengada, murmura mientras observa, atónita, un coco tallado en forma de mono que alguien les trajo de sus vacaciones en Cuba: - «Uhm, Dan, creo. Te la regaló por tu cumpleaños, hace unos cuatro años. El hecho de que no tuvieras en el patio ningún árbol donde colgarla no pareció preocuparle lo más mínimo. »

Monsieur M.: -« Entonces ya va siendo hora de dársela a alguien. »

Esposa Derrengada, un tanto agresiva, esgrimiendo el coco: -« Ni. Se. Te. Ocurra. » « Esa hamaca, y la imagen de mí misma durmiendo un siestorro en ella una vez colgada entre dos árboles detrás de la nueva casa es lo único que me mantiene funcional ahora mismo. Esa hamaca y ese siestorro potencial que visualizo en lontananza -tras la mudanza, la limpieza, la pintura y haber desempaquetado todo esto- es lo que me está conservando la cordura, es la zanahoria colgada del bastón que impide que rocíe esta pila de cajas con tu mejor Single Malt y les prenda fuego. No. La. Toques. » Respira hondo y lanza furiosamente el coco a la bolsa de basura en la sección « Para tirar ». El proyectil asusta a Alfonso, que sale disparado.

Monsieur M., la mira boquiabierto y un poco asustado: -« Euh, mon p'tit loup, propongo que esta noche pasemos de  vaciar el congelador y vayamos al chino. Creo que nos va a venir bien salir de casa. »



lunes, 21 de mayo de 2012

Mudanza (II): Majestuoso

Monsieur M. y Esposa Indigna se pasean por la enésima tienda de muebles con mirada vidriosa y paso cansino. Su misión: encontrar LA cama conyugal. Y el colchón correspondiente. O en su defecto, encontrar UNA cama en la que desplomarse cuando termine el día de la mudanza. A estas alturas a Esposa Indigna ya empieza a darle bastante lo mismo, más que nada porque en lo que van de semana ya han comprado un sofá, un sillón, un frigorífico (sin congelador), un congelador (sin frigorífico, imprescindible cuando uno vive a kilómetros del súper más próximo, y muy útil en caso de que uno quiera congelar, qué sé yo, unos gansos, un alce, un marido que pretende comprar electrodomésticos y piezas mayores de mobiliario a velocidad de sprint). Aquí hay que aclarar que tanto Monsieur M. como Esposa Indigna merecen una cama nueva: han pasado trece años durmiendo en un futón sumamente espartano sin pies ni cabecera, y ahora que Esposa Indigna es oficialmente cuarentona y Monsieur M. un hombretón en pleno esplendor maduro y viril con las rodillas que crujen, ambos quieren una base de cama que levante más de diez centímetros del suelo. Algo de lo que sea más fácil extraerse por las mañanas.

Ésta es la primera vez que Esposa Indigna va a comprar muebles a una tienda de personas mayores. Hasta ahora todos los muebles que había comprado en su vida tenían nombres con å y ö y venían con instrucciones de montaje estilo huevo Kinder. Es una experiencia nueva para ella. Una experiencia de la que podría prescindir tranquilamente.

Esposa Indigna, que ya arrastra el cansancio acumulado de su trabajo, de la mudanza y de kilómetros y kilómetros de tiendas de muebles pobladas de agresivos vendedores a comisión que le ofrecen insistentemente el último set de dormitorio « Lujuria y cuero en Versalles », « Dormitorio vaticano » o « María Antonieta atiborrada de esteroides » (es una cosa que tienen bastantes quebequeses, esa pasión por los muebles estilo Luis XVI) espera con impaciencia el momento de probar el colchón. Lo que al principio de la jornada era un tanto embarazoso, ahora se ha convertido en su parte favorita del día. El vendedor guía a Monsieur M. y Madame hacia la parte de colchones, ellos le explican pacientemente sus gustos y necesidades: más bien durito, nada de muelles, porque aquí Monsieur pesa el equivalente a dos Mesdames, y cuando estornuda en un colchón de muelles Madame rebota abundantemente. Látex. Nos gusta el látex en el colchón. ¿Encima? Eso no es asunto suyo.

El vendedor indica el colchón apropiado con un gesto florido, y nos invita a acostarnos. Así, en público. Ahí empieza el momento surrealista de la compra. Los dos tumbados en medio de la tienda de muebles, formalitos, Esposa Indigna aún agarrando el bolso, bajo la mirada benevolente del vendedor. Os imagináis la escena, una pareja acostada y un señor en traje y corbata chillona que los contempla y les pregunta junto a la cama: -« ¿Qué tal? » y les dice cosas como -« Gire, señora, acuéstese de lado, a ver qué le parece » y -« Señor, muévase un poco, a ver si la señora lo nota ». Suspiro. Esposa Indigna, con un dolor de pies atroz y una pila enorme de trabajos por corregir, abandona toda dignidad y se muerde la lengua para no decirle al vendedor que vaya a atender a otros clientes y la despierte dentro de cuarenta y cinco minutos. Demasiado tarde: Monsieur M., eficaz y maratoniano, ya se ha levantado y está informándose de los materiales de fabricación -petroquímicos o no, ignífugos o no, hipoalergénicos o no-. Esposa Indigna los mira mientras hablan, aún tumbada. Monsieur M. se informa de la altura de colchón y somier disponibles. Él parece dispuesto a vengarse de trece años de acostarse a ras de suelo comprando una cama a la que Esposa Indigna tendrá que trepar con una escalerilla. Dos parejas pasan y miran la escena. O la cama. Esposa Indigna les saluda con la manita, aparta el bolso y se acomoda de lado, el codo bajo la almohada -ergonómica-, en su postura preferida, lista para la inconsciencia. Mientras cierra los ojos, en medio de una bruma de fatiga, oye decir al vendedor: -« Llévese el somier de 57 centímetros. Es más majestuoso. »

viernes, 18 de mayo de 2012

Mudanza

Bloguera Innoble empaqueta su vida entera en cajas de cartón para la mudanza. Suena el teléfono. Es su amiga Ed.

Ed: -« Hola, mujer, ¿cómo estás? »
Bloguera Innoble: -« Buf. » Se deja caer en el suelo. -« Hecha polvo. Llevamos dos semanas empaquetando todo en cajas y ni siquiera hemos hecho la mitad de todo lo que tenemos que hacer. Es increíble la de porquería que se acumula en trece años. Nos mudamos a principios de junio y nunca estaremos listos a tiempo. »
Ed: -« Ese ruido... ¿te has caído? »
Bloguera Innoble: -« No. Me he desplomado debajo de la mesa del comedor. Voluntariamente. Estaba empaquetando vajilla. Creo que nunca más compraré un plato en mi vida. Ni vasos. Ni tazas. Ni ropa. Si te propongo ir de compras, pégame hasta que se me pasen las ganas. »
Ed: -« Jijiji. Veo que tú también estás eliminando el apego.»
Bloguera Innoble: -« No me hables de eliminar el apego. Su Zenitud no para de sermonearme sobre la eliminación del apego. Mi apego a los zapatos y a los trapitos parece irritarle, particularmente cuando le toca cargar cajas llenas al sótano. "Trabaja el apego", dice. "Trabaja y cállate", le gruño. Si seguimos así, cuando terminemos la mudanza uno de los dos va a tener que mudarse de nuevo. »
Ed: -« Mujer, tampoco será para tanto. Imagino que como Monsieur M. es tan zen, tan desapegado, tan sobrio---»
Bloguera Innoble la interrumpe: -« ¡Ja! ¡Y un rábano! Monsieur M. gruñe cuando le toca arrastrar mis treinta cajas de libros, pero no dice nada de todas sus herramientas de ebanistería, sus cuarenta docenas de gubias, sus cien modelos de sierras, su montaña de tablas, bloques de madera y otros "materiales potenciales". Él también tiene sus apegos, guapa. Y sus apegos ocupan incluso más que los míos.»
Ed: -« Uhm, ya, pero treinta cajas de libros... wow.»
Bloguera Innoble, incómoda: -« Material para traducir. Y para dar clases. Ya sabes. Diccionarios. El de la Real Academia, el Panhispánico de dudas, el María Moliner. El Petit Robert. El Larousse. El "Diccionario de tacos, palabrotas, juramentos y vocablos soeces en francés quebequés barriobajero". »
Ed, prudente: -« Claro. »
Bloguera Innoble prosigue, lanzada: -« El "Multidictionnaire de la langue française", de Villers. Manuales de tipografía. "Tipografía del castellano". "Tipografía y cocina macrobiótica". Y gramáticas. Muchas gramáticas. La "Gramática didáctica de la lengua española".  "Gramática sádica de ELE". Y libros de pedagogía: "Cómo estimular la producción oral en clase de español lengua extranjera: cuarenta temas absurdos de conversación". "Fonética y electroshock: cómo evitar la fosilización de errores". »
Ed, comprensiva: -« Ya veo. Todo muy necesario.»
Bloguera Innoble: -« Bueno, alguna novela ya hay, claro. Ajem. No todo va a ser trabajar. »
Ed, amable, con un punto de ironía: -« Todo clásicos de la literatura, conociéndote...»
Bloguera Innoble, aún tumbada en el suelo bajo la mesa, juega con un pedazo de plástico de burbujas para embalar: -« Euh, también hay bazofia, para qué engañarte. Yo que pasé la veintena leyendo clásicos del diecinueve y viendo películas de Bergman, ahora me doy cuenta de que mi biblioteca se compone principalmente de novelas policiacas, libros de cocina y literatura juvenil cutre en inglés. Y mi videoteca es deprimente: algo de Woody Allen, sí, algo de Hitchcock, pero el resto... todas las temporadas de "True Blood" y las pelis de Harry Potter. Qué mala es la edad, Ed. No sólo se ablandan los glúteos, el cerebro también se reblandece.»
Ed, siempre fiel: -« Nonono. Eso es mantenerse al día, joven, siempre al tanto de lo que ocurre en la cultura popular. »
Bloguera Innoble, escéptica: -« Eso es degeneración neuronal. Mudarse es terrible. Es como al morir, tu vida pasa delante de tus ojos metida en cajas. Es un cochino examen de conciencia empaquetado en cartón. Por cierto, tengo dos libros tuyos. »
Ed: -« Yo también tengo un libro tuyo. »
Bloguera Innoble: -« ¿Ah, sí? No me acordaba. ¿Cuál? »
Ed: -« "Tener o ser", de Fromm. »
Bloguera Innoble: -« Nos ha jodido. » « En serio, Ed, estoy agotada. »
Ed: -« Piensa en el campo. Beatus ille, y todo eso. En despertarte con el canto de los pájaros en Muffin Manor, rodeada de liebres y cervatillos. Rollo Blancanieves. »
Bloguera Innoble: -« Eso espero. Porque si después de todo este trabajo resulta ser rollo "Deliverance", me pego un tiro. Y Monsieur M. ya ha cambiado el coche por un pickup. Te apuesto algo a que en seis meses ya sólo escucho country. »
Ed: -« Siempre puedes ver lo de la mudanza como una forma de empezar de nuevo. Deshacerte de lo superfluo. Aprender de tus errores y hacer propósito de enmienda. »
Bloguera Innoble, más animada: -«¡Ya lo creo! Oye, ¿qué haces mañana después del curro? »
Ed: -« Pues estoy libre. ¿Qué sugieres? »
Bloguera Innoble: -« ¿Vamos de compras? »


viernes, 4 de mayo de 2012

Lujuria inmobiliaria: un post sin receta.

La barraca montrealesa is no more. No, no se ha hundido. Durante todos estos años de reformas incesantes, de vivir en ménage à trois con Jules, su obrero preferido, finalmente Monsieur M. y Bloguera Infame la han vendido. Toda ella. Con su cocina que ha visto pasar tantas tartas, galletas y muffins, con sus matas de frambuesas en el patio trasero, con su marmota en el parterre, con sus cienpiés mutantes. Es un hecho consumado: Monsieur M. y Bloguera Infame son oficialmente inquilinos de su antigua casa. Están tan contentos que saliendo del notario casi les han dado ganas de llamar a los nuevos propietarios para quejarse del grifo que gotea, o de lo que sea.

Esta venta ante notario ha sido el colofón a un mes bastante infernal, con muchos cambios. Uno de ellos ha sido la decisión de comprar una casa, en lugar de construirla. Este cambio de planes se produjo tras un proceso decisional largo y complejo, lleno de reflexión, de madurez y de intercambio de ideas constructivo, como es normal en una pareja moderna y evolucionada como la de Monsieur M. y su legítima. Básicamente se puede resumir así:  a la legítima no le apetecía un cuerno pasar varios meses alojada en una tienda de campaña con vistas a un agujero lodoso, así que un día que estaba desarrugándose una camisa con la vaporeta (lo de planchar siempre ha sido la especialidad de Monsieur M., pero desde que se compraron una vaporeta está emocionadísima y la utiliza para todo: desarrugar camisas, limpiar la tapicería del sofá, alisarse el pelo, espantar a los gatos, escalfar huevos) se dejó llevar por el entusiasmo y se hizo un par de dedos al vapor (no engordan nada), soltó un par de gritos y ya aprovechando el momento se precipitó a encadenar un -« Ay-ouch-uy-te-lo-advierto-majete-si-no-compramos-una-casa-hecha-es-muy-posible-que-nunca-más-tengas-una-vida-sexual ». Y funcionó. Porque Monsieur M. será un loco de la arquitectura y del bricolaje, pero no está loco. Y sabe establecer sus prioridades.  Bloguera Infame siguió desarrugando mucho más relajada y se puso manos a la obra con las bragas y los calcetines (a ver, ella ha denostado toda la vida a su Santa Madre  por su manía de planchar hasta la ropa interior y las sábanas, pero eso era antes de tener una vaporeta). Él siguió ejecutando la receta del momento.

Las semanas que siguieron se entregaron en cuerpo y alma al shopping inmobiliario. Monsieur M. pasaba horas seleccionando chozas y elaborando complicados y razonables cuadros comparativos en Excel, Bloguera Infame comía chocolatinas y corregía. De vez en cuando embarcaban en el coche (en el que ella seguía corrigiendo y comiendo chocolatinas) y Monsieur M. la llevaba a visitar casas. Cuantas más casas visitaba, más le entraba la lujuria inmobiliaria: cada mañana, antes de sentarse a preparar las clases de educación más o menos superior que da, se atizaba una dosis de porno inmobiliario. Lo llama así porque las casas que veía en los sitios de las agencias eran chabolas que ellos no podrían permitirse ni vendiendo un par de órganos cada uno. Una vez estimulada convenientemente, se ponía a mirar las que entraban en su margen de precios. La ventaja de empezar por las casas de precios exorbitantes es que luego cuando imaginaba la hipoteca que le iba a caer le daba un poco menos de vértigo. Es que ella lo más caro que ha comprado en su vida es una vaporeta. Y va estupenda, pero la pagó al contado. Nada de módicos plazos.

Y al fin la encontraron. Tras incontables visitas en las que Bloguera Infame miraba al horizonte e intentaba imaginarse en su despacho, preparando clases magistrales y escribiendo la novela que revolucionará el mundo de la literatura prescindible, mirando por la ventana una puesta de sol en los bosques de los Laurentides y oliendo los efluvios de pino, y en las que  Monsieur M. se paseaba por el terreno intentando distinguir los efluvios del pozo negro, encontraron la casita de sus sueños: un cottage de madera, de color marrón con marcos de ventanas blancos, con su porche y su bosque detrás, sus ciervos, sus mapaches, sus liebres y no lejos de la estación de tren que permitirá que Bloguera Infame pueda seguir yendo a Montreal a castellanizar a decenas de jóvenes ávidos de aprender, y así pagar la hipoteca en cómodas mensualidades.

Ella ya se imagina a Monsieur M. en pantalón de peto, con sombrero de fieltro y una horca en la mano, cual Michael Landon quebequés (pero sin el peinado hortera y la ideología ultrareligiosa), cultivando verduritas orgánicas. Él probablemente se imagina monopolizando el garaje con toda su maquinaria de carpintería y conduciendo una ranchera (Bloguera Infame lo ha sorprendido dándose al porno automotor, mirando sitios de concesionarios). Hasta están mirando muebles. Con poco éxito, por el momento. Parece que Bloguera Infame tiene grandes problemas de estilo. Ella le insiste al vendedor: -«Campestre. Ana de las Tejas Verdes. Tarta de manzana y mermelada casera.» Y el vendedor persiste en mostrarle: rococó, Luis XV, dorados y cueros, Marqués de Sade. Precisamente hoy ha visto una cama tapizada de cuero acolchado que era un cruce entre la herramienta de trabajo de una institutriz de disciplina inglesa y una celda de manicomio.

Sólo les queda firmar el acta de compra, empaquetar un sinfín de enseres absurdos para la mudanza y buscarle un nombre a la nueva casita. Bye bye, barraca montrealesa. Bonjour, Muffin Manor.