jueves, 24 de octubre de 2013

Poultrygeist (Night of the Chicken Dead): una historia «gore»

Queridos lectores: 

Sepan que echo de menos escribir. Sepan que me gusta dar clases casi por encima de todas las cosas, pero no más que escribir. Pero por el momento hay que atender a lo necesario. Y pagar las facturas. Sepan que leo sus comentarios sobre cómo echan de menos el blog y se me encoge el corazoncillo. Para que vean que no los olvido, y como los que me siguen fielmente desde hace años saben que me encantan esta época del año, el otoño, Halloween, las calabazas, los murciélagos, los dulces en formato bolsillo de niño (bueno, todos los dulces) y las historias de miedo, hoy me tomo un respiro momentáneo de la vida real y vuelvo a la virtual. Con unas estampas de mi locura cotidiana y una receta gore. Para perros, además. ¿Una «perroceta»? ¿Una «perreceta»?

ESTAMPA 1

Como saben, desde que me mudé al campo la población de este zoo en el que vivo ha experimentado muchos cambios. Alfonso, nuestro gato-perro adorado murió hace ya un año (sniff), Julieta, nuestra gata veterana, empezó a estornudar desde que entró por la puerta de Muffin Manor (yo pensaba que era alérgica al campo, pero resulta que es un virus), y no se le pasó hasta que adoptamos a la Chica, un cruce boyero de Berna-border collie-Kraken del abismo de treinta y tantos kilos que come como todos ellos juntos. 

Lo de la terapia de choque funciona, créanme: fue poner a Julieta delante de la Chica, que meneaba el rabo y jadeaba con su mejor expresión de -«Arfarfarfgatogatogato¿puedolamermordisquearjugarconél?», y cortársele los estornudos. Así, de golpe. Y mudarse al piso de arriba y no querer volver a bajar nunca más a afrontar al Kraken excesivamente amistoso que la mira desde el pie de la escalera. 

Julieta es el reflejo de los gustos de la humana que vive con ella: en su vejez se ha vuelto como una de esas viejas locas inglesas de las novelas góticas: encerrada en sus aposentos del piso de arriba de la mansión, donde los sirvientes (nosotros) le llevan las comidas y le hacen compañía. De vez en cuando pasa por el rellano de las escaleras. La Chica la mira con anhelo desde el piso de abajo (respetando escrupulosamente la prohibición de correr escaleras arriba y masticar a la gata), agita la cola como una posesa, lloriquea y pone caritas de «qué buena soy, ven a jugar conmigo». Julieta se sienta y la mira desde las alturas, con el profundo desdén que sólo un gato puede mostrar. Abusando un poco del buen carácter de la obediente Chica, empieza a lavarse la cara y los bigotes con parsimonia. Si pudiera hacerle un corte de mangas, lo haría. Monsieur M. contempla la escena y le dice a la perra, acariciándola, lleno de empatía: «Sííí. Ya sé que ESO vive arriba. Pero no, lo siento, no puedes subir y comerte ESO. ESO forma parte de la familia desde hace más tiempo que tú.» 

En las últimas semanas Julieta ha vuelto a estornudar y moquear profusamente. Estamos considerando adoptar a un mastín. Eso debería cortarle los estornudos por una buena temporada. 



ESTAMPA 2

Una señora cuarentona pero juvenil (sí, qué pasa) y con un encantador acento hispánico hace la compra en un supermercado de la capital de provincias más cercana al sexto pino, donde vive con una gata aristocrática, mocosa y enclaustrada, una perraza de treinta y tantos kilos de amor bruto, un zorro que da vueltas por su jardín esperando que la gata reclusa salga a dar una vuelta, dos mapaches que se sirven en el compost como si fuera un buffet, y un señor quebequés grande, zen y que ha eliminado el apego. Tanto, que no puede soportar hacer la compra. Así que la señora ha comprado todo lo necesario para sobrevivir en las profundidades del bosque durante una semana, y se dispone a poner en práctica su plan. Tras contemplar a la perra tragando -sin masticar- ese pienso de veterinario carísimo que se supone limpia hasta la última partícula de sarro de la dentadura canina -siempre que se mastique, imagino-, y tras calcular lo que le cuesta al mes pagar por esa comida sintética, se dispone a cocinar para el público más agradecido que ha tenido nunca: la Chica. La señora ha calculado que sustituyendo una de las dos comidas de la Chica por comida de verdad, no sólo mejorará la salud de la perra y su estado de felicidad general (a ver a quién le hace ilusión comer bolitas secas dos veces al día durante el resto de sus días), sino que les saldrá más barato. Mucho más. Con lo que ahorren, podrán pagarse un crucero. O casi.

Tras informarse abundantemente de lo que constituye una dieta sana y equilibrada para un perrazo, se da cuenta de que necesita hacer acopio del ingrediente de base: carne. Y es que la señora y el monsieur, si bien no son exactamente vegetarianos, digamos que comen carne roja unas dos veces al año. Tres, si andan por el lado salvaje. Ellos son más de pescado, tofu y algún pollo o pavo ocasional. La Chica parece llevar bien este casivegetarianismo: a ella le encanta masticar brécol, manzanas, calabaza, zanahorias, frambuesas, el plástico de su bol del agua, un pedazo de cuerda con el que juega y el periódico, especialmente el que es un poco conservador, La Presse (una vez le dimos un Journal de Montréal, pero lo digirió bastante mal... quizá fue la horrible sintaxis). Casi todo ello de origen vegetal. Pero no sólo de verdura vive el perro. Necesita proteínas. 

La señora empuja el carro lleno de yogur, col, acelgas, tomates, peras, lechuga, manzanas y se dirige resueltamente al mostrador refrigerado de la carnicería. Allí respira hondo y abre su mente a un nuevo mundo de vísceras hasta ahora desconocido: ternera de oferta para guisado (la que más nervios tiene, pero no cree que a la Chica le importe, teniendo en cuenta que no mastica la comida), hígado de buey (recuerdos de infancia, puajpuajpuaj), una bandejita de poliestireno llena decorazones de pollo, un corazón de cerdo de la talla y aspecto de un corazón humano (Jesuschrist on a piece of toast), -«Corazones para mi corazoncito», piensa la señora con una risilla extraviada. La octogenaria junto a ella la mira con desconfianza. Lo de apilar corazones de animales diferentes en el carro no es sanguinolencia gratuita, es que el corazón es lo más cercano a cualquier otra pieza de carne muscular y mucho más barato que el filete. Ni idea de para qué lo usa la gente que no tiene perro. La señora ve bandejas con riñones (también de cerdo, de un tamaño perturbadoramente humano), pero decide que ha tenido suficiente y se dirige a la caja. 

La cajera, de unos diecinueve años pero con aspecto de dieciséis, es como todas las cajeras quebequesas de su edad que suelen tocarle a la señora: amable, servicial, totalmente desconocedora de cualquier verdura que no sean las patatas o las zanahorias (-«Hum, voyons, ¿dónde está el código de la coliflor?», mirando a una alcachofa), con un universo gastronómico increíblemente limitado para alguien que trabaja rodeado de comida. Empieza a escanear laboriosamente mis exóticas verduras y llama continuamente al encargado para que le diga cuál es el código de esta o aquella planta desconocida (cielos, he comprado acelgas), probablemente maldiciendo entre dientes a estos condenados inmigrantes que comen cosas raras, pero con una sonrisa muy profesional. 

Cuando terminamos la parte vegetal de la compra y empieza a desfilar la casquería, su expresión cambia: una cosa es que una compre -y coma, puaj- cosas improbables como una alcachofa, pero este despliegue de órganos internos empieza a ser demasiado. Parece un capítulo de «Hannibal». Al ver la reacción de la cajera y la del jovenzuelo que mete su compra en las bolsas, la señora decide quitarle hierro a la cosa con una bromita: -«Je, es para una película gore casera que estamos rodando.» La cajera deja de sonreír, deja de mirarla y se apresura a terminar con una agitación visible. 

La señora empuja su carro por el aparcamiento, bastante abochornada. La Chica, que la espera en el coche sacando la cabeza por la ventanilla, le dedica su mejor sonrisa llena de amor perruno. -«Espero que te guste, perra del averno. Y que dure. Porque no voy a poder volver por este supermercado en un tiempo.» 



POULTRYGEIST CASERO: RANCHO PARA PERROS

INGREDIENTES (Para un perro de unos 30-32 kilos, una ración, equivale a unas dos tazas)
  • 1/2 taza de copos de avena (ya cocidos, en agua, sin sal ni azúcar)
  • 1/4 taza de brécol, coliflor o col cocida, sin sal, cortada en ramitos
  • 1/4 taza de zanahoria, o, aún mejor, calabaza cocida sin sal
  • 1 taza de casquería variada, cortada en pedazos para impedir la asfixia de tu tragón de cuatro patas

ELABORACIÓN

La elaboración no es complicada. Si os lanzáis a cocinar para vuestro amado chucho, o, aún mejor, si no queréis cargaros con más trabajo y tener que cocinar específicamente para él, tenéis que recordar algunas cosas de base: los perros comen como nosotros deberíamos comer si quisiéramos vivir cien años y llevar una vida muy triste. Nada de sal, nada de azúcar y limitad las grasas. Así que si contáis con reservar algo de comida para Fido, acordaos simplemente de cocer las verduras sin sal ni especias, y añadid eso al final, en vuestro plato. Fido estará más sano si come sin sal. Y de todas maneras no parece notar la diferencia.

La proporción de cereales que dáis a vuestro perro no debe ser muy alta, ya que en la mayoría de los piensos industriales ya se encuentran en exceso (añaden mucha harina de maíz porque abarata los costes de producción), y son el principal motivo por el que los animales domésticos engordan. Así que si combináis los dos tipos de comida, la industrial y la casera, vuestra prioridad es que Fido coma vitaminas (verduras) y proteínas, especialmente estas últimas. La avena es una buena opción como cereal (mejor que el sempiterno arroz blanco) por exactamente los mismos motivos por los que es buena para los humanos: llena, favorece el tránsito intestinal y se digiere bien. Una opción diferente al brécol son las vainas (judías verdes), poco calóricas y excelentes para vuestro perro. La calabaza cocida es mano de santo para los perros con el estómago revuelto. En cambio, hay algunas frutas y verduras que son tóxicas para los perros y que nunca, nunca, deben comer: la cebolla, el ajo, los tomates, los aguacates, las uvas,  las nueces y las setas en general. Otras no son muy buenas y es mejor evitarlas: los pimientos, las berenjenas, los tomates, las acelgas. 

En cuanto a la casquería, os recomiendo hacerla en una sartén a la plancha, con un poco de aceite de oliva, que es excelente para el pelaje. Y dadle al extractor de humos o la casa olerá de asco. Ver unos cuarenta corazoncitos de pollo salteándose en la sartén es bastante, uh, peculiar. Especialmente si sois comedores de tofu. Simplemente recordad que la proporción de carne «muscular» (filete, pechugas y muslos de pollo, corazón) debe de ser bastante superior a la de hígado. El hígado es bueno para los perros por su contenido en hierro y en vitamina A, pero en cantidad excesiva produce efectos, eh, rápidos y no deseados. Así que poquito. Otra opción estupenda para la salud de vuestro can es el pescado: el salmón, las sardinas y el pescado azul en general. Aunque tal y como están los tiempos, creo que es un lujo hasta para nosotros. 

Servir casi frío en las proporciones indicadas y observar cómo el fruto de al menos media hora de trabajo desaparece en dos minutos. Disfrutar de las miradas de adoración y de -«¿De verdad que no hay más?» de ese par de ojazos marrones. Decirse que esa mirada ha valido todas las demás en la caja del supermercado.

domingo, 19 de mayo de 2013

Arf, arf, arf


Abandonados lectores: no, el título de esta entrada no es porque este sea un post erótico. Bueno, en él hay jadeos, saliva y bastante amor libre. Pero no es lo que estáis imaginando, guarros. También va a ser un post sin receta. Imagino que ya he perdido la mitad de la audencia: sin sexo, sin comida... pues vaya mierda. Hablando de mierda... de eso sí que va a haber en esta entrada. (Vaya, acabo de perder a la otra mitad.)

La entrada la escribo más que nada porque quería tranquilizar al bueno de Vicent, que me ha dejado un comentario inquieto en el otro blog que tengo, el que habla de pechos (tampoco es erótico, os lo advierto), y como sé que tras sobrevivir a un cáncer antes de los cuarenta en cuanto una estornuda los médicos le mandan una resonancia magnética y dos colonoscopias y todo el mundo se angustia, pues no quería que Vicent (ni Urko, ni otros amables conocidos y desconocidos que me han escrito estos últimos meses) se preocupara inútilmente. Tranquilos: no me muero. Al menos, no ahora mismo. Igual me matan de asco  los médicos (parafraseando a la Señora Hernández) con tanta prueba, examen, palpación, pinchazo, ultrasonido, hurgamiento y aplastujamiento vario, pero de momento muchos oncólogos y otros -ólogos se están ensañando con este cuerpo serrano para asegurarse de que no tengo otro cáncer y de que tengo mucha paciencia. No parece quedarme cáncer (paciencia tampoco). Lo que sí tengo es mucho trabajo (tampoco me voy a quejar, tal y como anda la madre patria). Un profesor de la universidad me aseguró el otro día que la docencia universitaria es un poco como vivir en pareja: el trabajazo son los diez primeros años. Luego es bastante llevadero. Eso me consoló mucho. Miré mi pila de redacciones por corregir y me comí otro Kitkat.

Otra cosa que tengo es una barraca en el sexto pino (vivo unos kilómetros más al norte del quinto pino) bautizada Muffin Manor en un ataque de grandeza, una gata que se llama Julieta y es nuestro objeto delicado decorativo, un estanque con ranas (sin nombre), tres manzanos y un cerezo (también sin nombre). Que vigilo de cerca, obsesivamente. Todas las mañanas salgo taza de café en ristre a inspeccionar mis árboles. Es lo que pasa cuando te mudas al campo: hay gente que agranda su obra y hay gente que vigila a sus frutales, por si se van, o algo. También dejas de llevar maquillaje y te paseas en Crocs. Y te compras sombreros de paja estrafalarios y respiras hondo diciendo: «¡Ah! ¡Qué frescor en el aire!», normalmente cuando tu vecino granjero acaba de echar el abono de estiércol de cerdo en el campo colindante. Monsieur construye cobertizos y sierra y clavetea con pasión. Cada loco con su tema.

Como no tengo ni tiempo de cocinar (Monsieur sigue en modo Ejecutor y me alimenta como buenamente puede), he decidido que lo que necesitaba era aún más trabajo. Porque yo llevaba un par de meses diciendo a mis amigos: «A ver: yo ya he tenido perro. Recuérdame todo lo que dije sobre que nunca tendría otro y por qué». Mis amigos no hicieron muy bien su trabajo. Así que este viernes me fui al refugio de animales con Monsieur a que nos adoptara un perro. Tuvimos suerte: fue muy rápido. Nos adoptó Chica. Fue vernos, olernos, y decidirse: «Estos son los humanos que me convienen. Pinta de incautos, un poco pardillos... les hago dos fiestas y no los dejo pensar hasta que estemos ya en el coche». Y así fue. Una vez en el coche, con Chica sentada en el asiento trasero babeándome la nuca con pasión, durante todo el trayecto de vuelta a casa me iba diciendo «Yo me he dado un golpe en la cabeza. O Algo. Quéhehechoquéhechoquéhehecho». 

Chica es un perrazo (una perraza), un bouvier de Berna mestizo y tiene dos años. La encontraron aullando en una carretera de campo: parece que quiso jugar con un puercoespín (sí, en Quebec esas cosas pululan por el bosque) y al animalito no le gustó. La verdad, tras haber sobrevivido a un encontronazo con dos cervatillos en la carretera del barrio esta mañana, empiezo a imaginarme por qué el puercoespín quiso deshacerse de ella. Algo en su actitud (arfarfarfarfjugarjugarjugarjugar). Nos enseñaron una foto de cuando llegó, tenía el morro que parecía un erizo, la pobre. La tuvieron que operar varias veces para extraerle las púas, que en el caso de los puercoespines pueden tener casi el grosor de un lapicero. También tiene las patas traseras un poco torcidas, parece que las ha tenido fracturadas. El veterinario no sabe si fue un atropello o malos tratos. Eso no parece molestarle para correr y saltar, aunque cuando envejezca tendrá problemas de artrosis, claro. Por el momento tengo compañera de jogging. Chica es lo más afable y cariñoso del mundo, cuando llegamos al refugio estaba acostada entre gatos y nos adoptó en dos segundos, (a Monsieur en uno). Las presentaciones a Julieta están siendo un poco más laboriosas.  Aunque nos han dicho que adora a los gatos y a los humanos de todas formas y tamaños. Su nombre... cuando la vi la llamé -"¡Ven aquí, chica", y Monsieur, cuyo castellano anda un poco oxidado, asumió en el acto que era su nuevo nombre. 

Así que dos días, dos vómitos, muuuchas cacas (os lo he advertido, de hecho, iba a titular este post «Shit happens again», pero no quería asustar a nadie) y varias tazas de pienso para perros más tarde, aquí estamos, yo molida por haber retomado el jogging y con Chica sentada encima de mi pie izquierdo mientras escribo (pesa, la condenada), Monsieur construyendo una caseta de perro y Julieta temblando bajo la cómoda de mi cuarto. Ayer, tras un muy traumático primer intento de presentaciones (arfarfarfarfjugarjugarjugarjugarMEAOWarfarfarfjugarjugarME-AOW!!), le  ofrecí pedacitos de atún para que saliera de debajo de la cómoda. Mientras masticaba, toda delicada, me miraba con cara de grave reproche: -«Cabrones. No hay atún suficiente en el universo para perdonaros el haber metido en casa a ese monstruo del averno». Yo ahora ando practicando todo eso que recomiendan César y la Señora Hernández: intento servirme de mi experiencia como profe en secundaria y practico la asertividad, la fuerza tranquila, cómo ser jefa de manada. Y viene la Chica y me tira al suelo de dos lametazos y me joroba todo el asunto.

sábado, 16 de febrero de 2013

Nutella casera antidepresiva


Queridos lectores: si os portáis bien, un día os contaré cómo nos conocimos Monsieur M. y yo. Por el momento, y para entrar en contexto en la receta de hoy, os basta saber que el hecho de que yo viva en Quebec, Canadá, a dos kilómetros al norte del quinto pino, se debe principalmente a las feromonas. Podría intentar ser más refinada y decir que cuando me tropecé en el camino (literalmente) con mi quebequés de marido, ese homérico hombretón que es grande, zen, y que ha eliminado el apego, sentimos una conexión espiritual profunda, nuestras almas se reconocieron, blablabla, pero lo cierto es que soy bastante cartesiana y creo más bien que el encontrarnos en un contexto en el que ambos estábamos sucios, sudados, y no disponíamos de ningún desodorante y tan sólo de una muda limpia para cambiarnos (muda que dosificábamos con gran parsimonia), probablemente creó un remolino de feromonas que fue el culpable de que ahora yo esté aquí, helándome el trasero seis meses al año. El que yo no hablara francés en la época y él tampoco supiera una palabra de español, y ambos chapurreáramos un inglés aproximativo, debió de ayudar a que las feromonas cumplieran su misión. Cuando no entiendes un pimiento de lo que te está diciendo el hombretón frente a tí, tiendes a fijarte en los detalles: mandíbula viril, hombros anchos como una pala mecánica, ojitos soñadores... ya véis por dónde voy. Cuando un día Monsieur M. se ofreció a lavarme los calcetines en un arroyuelo (suena a madrigal, pero es totalmente verídico), terminó de ganarse mi duro corazoncito. Así que nos enamoramos, nos separamos temporalmente, nos reencontramos, yo emigré, cohabitamos, nos casamos muy a mi pesar, contrajimos una hipoteca -y después otra-, nos mudamos al campo y hasta hoy.  Vivimos felices y comimos muchas cosas, la mayor parte de entre ellas cocinadas por mí.

Recuerdo que la primera vez que me estrechó entre sus brazos de oso yo susurré sin aliento: -«Llévame lejos». Os recomiendo vivamente que tengáis mucho cuidado con lo que susurráis cuando estáis sin aliento, porque, caray, vale lo de irse lejos, pero es que me llevó al norte del paralelo 50.

Ahora, una vez asentados en el Quebec bastante profundo, una vez terminada la mudanza (aún nos quedan cajas por abrir, estamos pensando en donarlas tal cual sólo por no tener que ordenar lo que haya dentro) y la pintura de Muffin Manor, sólo queda mirar el invierno por la ventana. Dicho así suena muy lírico, pero si tenemos en cuenta que llevamos desde noviembre a temperaturas bajo cero y viendo nevar, que en enero hemos pasado un par de encantadoras semanitas a treinta y tantos bajo cero, pues llegado mediados de febrero cada vez que me pongo la parka a las seis de la mañana para rascar el hielo del parabrisas de un coche gélido en el que tengo que ir a trabajar, tengo ganas de agarrar una escopeta de postas y emprenderla a tiros con la parka, las botas, las manoplas y el coche.
 
Ayer nos cayeron quince centímetros -más- de nieve, que fueron a apilarse sobre el metro diez que rodea Muffin Manor, y todo eso a finales de abril aún no se habrá fundido del todo. Mientras nieva a grandes copos (a copones, que diría mi amiga María Fernanda y olé) corrijo pilas y pilas de redacciones. Una sabe que empieza a estar cansadita del invierno cuando se apresura a incorporar a la lista de Monsieur -que se va al súper- la Santa Trinidad para combatir el blues del invierno: Nutella, Oreos y Cheetos. La Nutella a cucharones no será muy sana, pero siempre es mejor que una botella y media de vodka. O emprenderla a perdigonadas con el guardarropa invernal.



Esta receta es el producto de varios intentos de hacer Nutella (o algo que se le parezca bastante) en casa. ¿Por qué? Si bien es cierto que algunos productos en su versión industrial nunca podrán ser sobrepasados por una versión artesanal, el problema principal de la Nutella es el aceite de palma que contiene. Este producto perverso y adictivo sería mucho menos perverso si estuviera elaborado con una grasa más cardiosaludable. Mi receta no contiene más grasa que el aceite natural de las avellanas, y está edulcorada con sirope de arce, mejor que el azúcar blanco refinado. He probado otras versiones edulcoradas con leche condensada (por lo de inventar una receta con ingredientes más accesibles a los lectores españoles), pero me pareció que la crema resultante era tan empalagosa o más que la industrial. No quiero engañaros con la etiqueta «sin culpa»: esto sigue siendo una bomba calórica. Pero bastante más saludable que la que compráis en el súper. Seguro que alguna madre me lo agradecerá.

NUTELLA CASERA ANTIDEPRESIVA: CREMA DE CHOCOLATE Y AVELLANAS
INGREDIENTES
  • 3/4 de taza de mantequilla de avellanas (mejor) o almendras (en tiendas de alimentación natural). Si no podéis encontrarla, probad a moler en el robot de cocina avellanas naturales tostadas (sin sal), aunque tendréis que añadir un poco de aceite (girasol o colza) hasta que la textura sea como la de la mantequilla de cacahuete, cremosa pero bastante espesa.
  • 1/2 taza de cacao negro en polvo puro, de la mejor calidad posible (Valrhona es excelente).
  • 1/2 taza de sirope de arce (o de miel, aunque el sabor cambia bastante y se parece menos al de la Nutella comercial).
  • 1/2 taza de leche.
  • Podéis sustituir los dos ingredientes anteriores (el sirope y la leche) por leche condensada, aunque entonces lo saludable de la receta disminuye bastante.
  • 1 cucharadita de café (o media de té) de extracto natural de vainilla.
  • 1 cucharada sopera de azúcar de coco o stevia, o simplemente de azúcar moreno o blanco.
  • Una pizca de sal.
Verter todos los ingredientes en un recipiente de batidora (los ingredientes en polvo al final). Batir hasta que la mezcla sea homogénea y untuosa. Se conserva en el frigorífico (por la leche fresca que contiene), así que endurecerá. Si os sale muy líquido podéis ajustar la textura aumentando gradualmente la cantidad de cacao y avellanas. 

domingo, 3 de febrero de 2013

Galletas del bosque con especias y... un misterio de mierda


Interior, día. En la cocina de Muffin Manor, en un punto norte de las boscosas tierras quebequesas, a dos kilómetros del quinto pino. Bloguera Indigna desayuna en el mostrador de la cocina delante del portátil, instalada en un taburete. A su espalda, la ventana de la cocina da a un grupo de abetos cargados de nieve. Frente a ella desfilan los resultados de su búsqueda en Google Imágenes: fotos de excrementos de oso pardo, deyecciones de oso negro, heces de grizzly, defecaciones de alce, estiércol de ciervo, deposiciones de reno, detritus de zorro. Hasta cree haber visto pasar una foto de los excrementos de Pippa Middleton y otra (santa reliquia) de los de Juan XXIII, de feliz memoria. Pero no está muy segura. Es muy temprano en esta zona nórdica del mundo para poder discernir muy bien entre tanta mierda que uno encuentra por Internet. Y miren que ella ha pasado horas viendo mierda en línea (sí, Bloguera Indigna también está enganchada a Facebook). Hasta el momento, durante su investigación exhaustiva Bloguera Indigna no ha encontrado nada concluyente. Sólo muchas fotos que le confirman que por el mundo anda una cantidad increíble de gente fotografiando caca (y subiendo las fotos a Internet) y que existen muchos más sinónimos de la palabra «excremento» de lo que uno pueda pensar en un principio. 

Mientras se toma su café matinal con galletas de especias contemplando diversos montones de excrementos y sus descripciones (de oso pardo, de mapache, de mofeta, de marmota), Bloguera Indigna piensa que la gente normal probablemente no desayuna leyendo estas cosas. ¿Cómo ha caído tan bajo, os preguntaréis? ¿La vida forestal ha acabado con el poco refinamiento y cosmopolitismo que le quedaban? ¿Es posible que en tan sólo seis meses de vida campestre haya pasado de mirar recetas de macarons a la lavanda a fotos de boñigos? 

Este deterioro progresivo de la vida interior de Bloguera Indigna no se debe sólo a su mudanza campestre, ni a los meses de brocha y rodillo que sucedieron a la mudanza, ni a la vuelta a la docencia (y a la decencia, tras tanto escayolismo y brocha gorda), que la mantiene tan ocupada que ya casi ni cocina. No. En Muffin Manor, tranquila cabaña rodeada de abetos y arces, donde el estruendo mayor es el de los grillos y las ranas en verano y el de los ronquidos de Monsieur M. en invierno, pasan cosas, queridos lectores. Cosas misteriosas. Todo comenzó una noche de finales de otoño, cuado los arces ya habían perdido las hojas y las temperaturas empezaban a caer bajo cero...


********************

Interior, noche. En el salón de Muffin Manor. Monsieur M. y Esposa Indigna vegetan tranquilamente en el sofá, cuando un ruido enorme suena en el tejado y hace temblar toda la casa. Esposa Indigna, que como de costumbre ha dado el golpe de Estado por el control del mando a distancia, corta el sonido de la tele. No hay viento, así que no puede ser una rama. A Esposa Indigna le da por preguntarse como a una cretina si un oso podría haber aterrizado ahí. Monsieur M. sale a explorar con una linterna por la puerta lateral que da al terreno boscoso que rodea la casa y ella le sigue valientemente, pero a una distancia respetable. Si el oso está cabreado ahí se las merenguen los dos. Ella es demasiado mona para ser desfigurada por un oso negro. Una mofeta enorme corre a refugiarse bajo el porche de madera que rodea la casa y Esposa Indigna retrocede lentamente hacia la puerta. Ella es demasiado mona para apestar durante días. Y trabaja de cara al público. La mofeta no parece tener la intención de salir de debajo del porche, pero nunca se sabe. En sus años de vida canadiense Esposa Indigna ha aprendido que es mejor no sobresaltar a una mofeta. 

Monsieur M. termina su vuelta de reconocimiento y entra en casa con aire de haber cumplido la parte masculina del contrato de vida en pareja. Debate sobre el causante del ruido en la cama conyugal: las mofetas no trepan. -«Quizá un mapache haciendo el tonto», aventura Monsieur M. -«Un mapache enorme», comenta Esposa Indigna. Monsieur M., siempre tranquilizador, se pone a roncar suavemente. Esposa Indigna mira al techo y piensa en el lado inquietante de vivir en el bosque. 

(Aquí debería hacer un aparte zoológico para mis lectores españoles: los mapaches son cosa corriente no sólo en el campo profundo quebequés donde vivimos, sino en los suburbios y en pleno Montreal. Así como las mofetas, las marmotas y las ardillas. Quebec es inmenso, con enormes superficies inhabitadas, y hasta en una ciudad como Montreal hay muchas zonas verdes y una densidad de población mucho menor que en cualquier capital española, lo que permite que estos animalitos se adapten bastante bien a la vida urbana. Los que viven alrededor de Muffin Manor, que viven una vida mucho más tranquila que los de la capital, han tomado nuestro contenedor de compost como un buffet. Nosotros echamos nuestros restos vegetales y ellos se sirven. Barra libre.)

Días después del incidente National Geographic el misterio del animal que saltó sobre el tejado se pone más y más inquietante. Al volver de su paseo habitual por el bosque colindante, Monsieur M. llama a Esposa Indigna y le enseña una inmensa pila de excrementos que ha encontrado sobre una roca en la linde del bosque detrás de casa y, o tres vecinos adultos llenos de fibra han venido a aliviarse en su terreno al mismo tiempo, o aquí hay bichos muy gordos. Esposa Indigna entra en casa y googlea frenética imágenes de "bear poop". Un poco sobrepasada, decide consultar a expertos. Escribe un correo a la señora Hernández, amiga y aguerrida periodista del Pets Journal y experta en excreciones animales de todo tipo. En vano.

Bloguera Indigna no ceja en su empeño de aclarar el origen de los misteriosos excrementos del bosque rodeando a Muffin Manor. Sobre todo porque piensa tomar algunos tés con galletitas en el jardín el verano que viene y no le gustaría ser masticada por ningún mamífero de talla respetable. Tras haberlos debatido minuciosamente con Lady D. (que aparte de ser alternativa y bastante hippie tiene un punto muy girl scout, y que vino expresamente para hurgarlos con un palo, fotografiarlos, estrujarlos, ugh, entre los dedos y olerlos detenidamente), ésta le envía un correo lleno de fotos de boñigas y cagotes varios. Éste es el motivo por el que Bloguera Indigna desayuna mirando imágenes de materias fecales. El veredicto de Lady D.: es un alce. A pesar de su experiencia montañera no fue fácil de reconocer porque el dicho alce que había venido a desahogarse en nuestro terreno parece que no se encontraba bien, vamos, que eran excrementos de alce recién salido de un sushi bar un poco sospechoso.

Alborozada por haber encontrado al fin la solución al enigma, Bloguera Sherlock corre al taller de carpintería de Monsieur M. para contarle el resultado de sus investigaciones. Monsieur M. continúa lijando, imperturbable. -«¿Y? ¿No dices nada? ¡Es la  solución al misterio!», exclama Bloguera Sherlock.
-«Pues vaya misterio de mierda», responde Monsieur M.


































GALLETAS DEL BOSQUE CON ESPECIAS (SPECULOOS AL ESTILO BELGA)

A menudo se describe a estas aromáticas y picantitas galletas como galletas navideñas. Lo cierto es que en Holanda (donde se llaman speculaas) se comen todo el año. Son deliciosas untadas en un té, porque, ojo, resultan un poco duras -aunque muy ricas- para comer tal cual. El que avisa no es traidor.

INGREDIENTES (para unas dos docenas, dependiendo del tamaño de los cortapastas).

Todas las especias que incluye esta receta son molidas. Las galletas ganarán mucho en sabor y aroma si podéis moler (o rallar) las especias en el momento de prepararlas.

  • 2 tazas de harina blanca
  • 1 cucharada sopera de canela
  • 2 cucharadas de té de jengibre
  • 1 cucharada de té de clavo 
  • 1/2 cucharada de té de cardamomo
  • 1/4 cucharada de té de nuez moscada
  • 1/4 cucharada de té de pimienta de Jamaica (allspice)
  • 1/4 cucharada de té de pimienta negra (o rosa, aún mejor)
  • 1/2 cucharada de té de levadura en polvo (tipo Royal)
  • 1/2 cucharada de té de sal
  • 1 taza y 1/4 (bien comprimida) de azúcar moreno
  • 1/2 taza (1 bastón aquí en Norteamérica) de mantequilla a temperatura ambiente o punto pomada
  • 1 huevo hermosote

ELABORACIÓN

Precalentar el horno a 180º. En un bol o ensaladera grande, tamizar y mezclar la harina, las especias, la sal y la levadura. En otro bol, batir vigorosamente el azúcar moreno y la mantequilla hasta que estén bien mezclados y tengan un aspecto pálido y ligero. Añadir el huevo y batir de nuevo hasta que todo resulte cremoso y blancuzco. Incorporar gradualmente la mezcla de harina y especias, pero esta vez procurar batir sólo lo justo para que desaparezcan en la mezcla. Cuanto más se bate, más densas resultan las galletas.

Dividir la masa resultante en dos bolas, aplanarlas ligeramente en dos discos gorditos y envolverlos con film plástico. Refrigerar la masa durante 1 hora, será mucho más fácil de manipular y de cortar en formas más precisas.

Cubrir un par de bandejas de horno con papel de pergamino de cocina. Aplanar los discos con el rodillo hasta un espesor de unos 4 milímetros. Un truco para que las galletas resulten menos secas es frotar la superficie del mostrador donde las cortéis con azúcar glas en lugar de con harina. Las galletas se imprimen con unos moldes tradicionales en Holanda y en Bélgica, pero con unos cortapastas con formas bonitas también serán muy comestibles. Untar el cortapastas en azúcar glas cada vez que vayáis a cortar una galleta. Si en lugar de trabajar directamente encima del mostrador de la cocina lo hacéis sobre una hoja de papel encerado, será más fácil levantar las galletas una vez cortadas y pasarlas a la bandeja de horno. Espaciarlas unos dos centímetros. Hornear hasta que se doren (olerán divinamente) y los bordes empiecen a oscurecer, unos 8 minutos. Tras sacarlas del horno, esperar unos 5 minutos y pasarlas a una rejilla para que se enfríen. Repetir la operación («reciclando» los recortes de masa) hasta terminar la masa. Si la masa se ablanda tanto que es difícil levantar las galletas y pasarlas a la bandeja de hornear sin que se rompan, meterla un cuarto de hora en el frigorífico.

Decorar con glasa real o chocolate blanco. Se conservan más de una semana en una caja hermética, y la masa se congela muy bien. Untarlas en un buen té chai o café con leche atisbando por la ventana al acecho de animales silvestres.


lunes, 7 de enero de 2013

Invernal

Empiezo el año dejándoos un regalito de Reyes: unas imágenes del magnífico invierno quebequés tomadas en los bosques que rodean a Muffin Manor.





lunes, 24 de diciembre de 2012

Feliz Navidad

 “There are many things from which I might have derived good, by which I have not profited, I dare say,' [...] 'Christmas among the rest. But I am sure I have always thought of Christmas time, when it has come round [...]  as a good time; a kind, forgiving, charitable, pleasant time; the only time I know of, in the long calendar of the year, when men and women seem by one consent to open their shut-up hearts freely, and to think of people below them as if they really were fellow-passengers to the grave, and not another race of creatures bound on other journeys. And therefore, though it has never put a scrap of gold or silver in my pocket, I believe that it has done me good, and will do me good [...]! ”
― Charles Dickens, A Christmas Carol

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Ya está. El pavo -del tamaño de mi sobrino- está marinando en vino blanco y hierbas. El relleno está esperando listo a ser introducido de manera muy poco digna en el pavo. Las galletitas de jengibre están hechas, el árbol decorado, los regalos envueltos. Monsieur M. ha paleado la abundante nieve que nos ha caído aquí en los Laurentides para abrir un caminillo hasta la puerta principal de Muffin Manor. Quedan exámenes por corregir, pero pueden esperar hasta después de Navidad. La limpieza no está hecha, pero en mi opinión limpiar antes de recibir a la horda familiar es tan inútil como absurdo. Prefiero servirles abundante vino caliente con canela y ponche de huevo con ron, ambos disimulan las pelusas de manera asombrosa. ¿Qué me queda por hacer? Pues mil cosas. El blog está entre ellas. Mi historia culinario-policiaca por entregas. Y mis recetas de temporada. Y mi ya casi tradicional cuento de Navidad, que se ha quedado en borrador. Lo realmente importante en estos momentos es que la vida no se nos quede sólo en un borrador, absortos delante de una pantalla. Y pasar tiempo con la gente que queremos, comer cosas ricas, abrazar a los amigos, besar a nuestras parejas, jugar con los sobrinos, achuchar a los padres y a los hijos, rascar a los gatos. Esas cosas. Y poder seguir haciéndolo este año que va a comenzar. Y muchos otros, si es posible.

Se os echa de menos. Para el 2013, y todos los años por venir, os deseo que lo urgente no os haga olvidar lo importante, como dice Marona. Un abrazo virtual a todos. Ahora id a dar a alguien uno real.


domingo, 18 de noviembre de 2012

Los 50 libros que hay que leer antes de morir. O antes de dormir.



Sí. OTRO post sin receta. Los golosos no estáis de suerte. Sigo trabajando a ritmo inhumano y el horno de Muffin Manor está ahí, triste e inactivo, pero he pensado que este post podría interesar a otro tipo de glotones: los literarios. Los que me leéis desde hace un tiempo recordaréis que este blog, entre las muchas tonterías que cuenta, se permitía de vez en cuando recomendar lecturas. Lecturas ligeras, nada serio ni con pretensiones literarias, novelas con crímenes y recetas de tartas en su mayor parte. 

Hace tiempo un amigo resurgido de un pasado lejano y español, me escribió pidiéndome recomendaciones de lectura. Como ese amigo en cuestión parece confiar extrañamente en mi criterio (lo de extrañamente es porque ambos conocemos a gente mucho más -y mejor- leída que yo), me sentí inmediatamente abrumada por la responsabilidad.  Me puse manos a la obra, seria y aplicada, intentando superar los dos problemas principales: mi amigo es un hombre de mi edad (vamos, joven), pero un hombre, no obstante. No es culpa suya, nació así. Y como lo perdí de vista décadas enteras, (la última vez que nos hablamos creo que él debía tener unos tiernos dieciocho años), pues en realidad no lo conozco bien, no sé quién es ahora. Y yo tampoco leo lo mismo que en aquella época. 

Para los que ya estáis mesándoos el pelo, acusándome de sexista delante de vuestros ordenadores, os diré que, siendo muy consciente de que esto es una generalización, y como todas las generalizaciones no vale gran cosa, con el tiempo he podido constatar que los hombres y las mujeres no leen las mismas cosas. No exactamente. No todo el tiempo. Yo nunca me he extasiado sobre la obra de Jane Austen en una conversación con un miembro del sexo opuesto. No con uno heterosexual, en cualquier caso. Espero impaciente el día en que pueda hacerlo, creo que le pediré que se case conmigo. Pero por eso publico esto hoy: para aprender, para que me derribéis tópicos y, sobre todo, para qué ocultarlo, porque no sé qué leer últimamente.

Así que como a todos nos gusta jugar a hacer el palmarés de «Los 50 libros que hay que leer antes de morir» (o los 100, o los mil), os voy a pedir que me escribáis el vuestro en los comentarios. No tienen por qué ser 50 ni cien libros, sólo escribir los libros que os han marcado ya es estupendo. Pero si queréis tomaros la molestia de escribir una lista más larga, pues genial. En realidad a mí esto de la lectura «obligatoria» para hacerse con una cultura me pone de los nervios... uno lee porque la vida sola, sin libros, es un coñazo, por no hablar de las salas de espera y de los autobuses... uno lee -y escribe- porque la realidad no es suficiente.

Una advertencia: leed mi lista sin juzgar, como yo leeré las vuestras. La mía la he escrito con la mayor honestidad posible, intentando no incluir ningún título que no me haya dejado un recuerdo bueno e imborrable. Vamos, que no aspiro a impresionar a nadie. No hay nada original ni quizá -piensen los puristas- particularmente bueno. Sin embargo, he hecho un poco de selección: he dejado fuera de la lista la enorme cantidad de libros policiacos y otros engendros que me han hecho disfrutar horrores (como, yo qué sé, las novelas de Charlaine Harris), e intentado limitarme a lo que se puede llamar literatura. La idea no es impresionarnos mutuamente con nuestra deslumbrante cultura: la idea es proporcionarnos horas de agradable lectura de autores que no nos hubiera dado por descubrir solos.

Guardaos para vosotros los psicoanálisis de aficionado y los patrioterismos. Lo digo por la anglofilia manifiesta que deja entrever mi lista de favoritos, y la patente ausencia de autores hispanos, así como por mi amor evidente por la novela gótica y las historias de amor tumultuosas y decimonónicas. No empecéis a escribirme comentarios sobre si desprecio las letras hispanas, por favor. Si empezáis a sacar conclusiones sobre mi persona, podéis meteros las conclusiones donde os quepan. Yo lo único que quiero es leer. Y si nos descubrís algo nuevo a todos, incluyendo a mi amigo, os adoraremos por ello.

Ahí va:

•  «Miedo a volar», de Erica Jong. Mi revelación feminista (infinitamente más divertida que la petarda de Sylvia Plath). Si lo releyera ahora quizá me parecería muy malo, pero como me marcó tanto no quiero estropearlo. Lo mantengo en el recuerdo.
«Cumbres Borrascosas», de Emily Brontë
«Jane Eyre», de Charlotte Brontë
«Tess de Uberville», de Thomas Hardy (la traducción del título desanima, lo sé)
«La letra escarlata» y «El romance de Blithedale», de Nathaniel Hawthorne
«Orgullo y prejuicio», de Jane Austen. Para chicas (sí, por mucho que digamos...) o para caballeros bastante románticos.
«A Long Fatal Love Chase», de Louisa May Alcott (sí, sí, la autora de «Mujercitas»... imagino que una se queda enganchada a sus primeras lecturas). Lo peor es que no recuerdo si lo leí en inglés o en español, pero no encuentro ninguna edición traducida. En cualquier caso, largo, melodramático, lleno de amores tormentosos. Seres dotados de testosterona abstenerse. Seres dotados de estrógenos abstenerse si no sentís una fascinación extraña por desenterrar novelas del siglo XIX que no le gustan a nadie.

AMORES PROHIBIDOS (SIEMPRE INTERESANTES)
«Lolita», de Vladimir Nabokov
«El amante», de Marguerite Duras
«Doctor Zhivago», de Borís Pasternak
«El amante de Lady Chatterley», de D. H. Lawrence
«Maurice», de E. M. Forster

PARA ECHARSE UNAS RISAS
«La sociedad literaria y el pastel de piel de patata de Guernsey», de Mary Ann Shaffer y Annie Barrows. Entrañable. El libro que te recuerda tu amor por los libros.
«Sin noticias de Gurb», de Eduardo Mendoza
«Ensayos (o cuentos, depende de la edición) humorísticos», de Mark Twain.
«Un yanqui en la corte del rey Arturo», de Mark Twain. El clásico recomendado desde siempre es «Las aventuras de Tom Sawyer», pero a mí me divirtió mucho más éste.
• Cualquier libro de la serie «El pequeño Nicolás», de René Goscinny
«La reina y yo», o cualquiera de la serie «El diario secreto de Adrian Mole», de Sue Townsend
«El diario de Bridget Jones», de Helen Fielding. Sí. Indispensable.
«Cómo hacer el amor con un negro sin cansarse», de Dany Laferrière (autor quebequés)

UN POCO DE NOVELA INQUIETANTE Y ALGÚN CRIMEN QUE OTRO
«Drácula», de Bram Stoker
«Frankenstein», de Mary Shelley
«El extraño caso de Dr. Jeckyll y Mr. Hyde», de Robert Louis Stevenson.
• Cualquier cuento de Edgar Allan Poe, especialmente «El corazón delator», «La caída de la Casa Usher» y «Berenice».
«El retrato de Dorian Gray», de Oscar Wilde
«Otra vuelta de tuerca», de Henry James.
• Cualquiera de Dickens. Entre los deprimentes, mis favoritos son «Oliver Twist» y «La tienda de antigüedades», aunque un profe de literatura te recomendaría «Casa desolada». Entre los que dan ganas de vivir, sin duda mi favorito es «Canción de Navidad», aunque los «Papeles póstumos del Club Pickwick» también me gusta.
«Las aventuras de Sherlock Holmes», de Arthur Conan Doyle. Por supuesto.
«El nombre de la rosa», de Umberto Eco.
«El secreto», de Donna Tartt. Advertencia: esta novela no es la clásica policiaca con mucha acción. Tartt no abruma con hechos, a ella le gusta inquietar al lector con atmósferas. Es posible que te resulte soporífera. A mí me gustó.

FANTASÍA Y CIENCIA FICCIÓN (Estoico Hermano es en gran parte el culpable de que esto forme parte de mi lista)
«Dune», de Frank Herbert. Esencialmente los dos primeros. Después estira demasiado la saga
«Memorias encontradas en una bañera», de Stanisław Lem
«El hobbit», de J.R.R. Tolkien.
«Harry Potter». TODA la serie. De J.K. Rowling
«Las crónicas de Narnia». Al menos el primero: «El león, la bruja y el armario». De C. S. Lewis

ESOS QUE ME GUSTAN Y NO SON CLASIFICABLES... MELANCOLÍAS Y NOSTALGIAS VARIAS
«La muerte y otras sorpresas», «Despistes y franquezas» de Mario Benedetti (en realidad, cualquiera de Benedetti) y su inventario de poesía.
«El libro de los abrazos», de Eduardo Galeano
• Poesía de Cesare Pavese
• Poesía de Walt Whitman (sí, sí, yo solía leer mucha poesía... *suspiro*)
«Matar un ruiseñor», de Harper Lee
«La cabaña del tío Tom», de Harriet Beecher Stowe
«El animal moribundo» y «La mancha humana», de Philip Roth
«Retorno a Brideshead», de Evelyn Waugh
«Nunca me abandones» y «Lo que queda del día», de Kazuo Ishiguro
«Sangre de mi sangre», de un canadiense: Alistair MacLeod
«Un árbol crece en Brooklyn», de Betty Smith

MALA VIDA (esta fase se me pasó hace mucho, pero siempre viene bien acordarse...)
«Trópico de Cáncer», de Henry Miller
«El Diario de Anaïs Nin», de la autora homónima
«Música de cañerías», de Charles Bukowski
• Jean Genet... etc.

Y, BUENO, LOS CLÁSICOS...
«La montaña mágica», de Thomas Mann
«El perfume», de Patrick Süskind
«Encender un fuego», «Colmillo Blanco»... todo Jack London.
• Boris Vian
• Colette
• Pat Conroy. Prácticamente cualquiera, tanto las novelas sureñas como en las que habla de educación. Mantengo que este hombre va a ser un clásico de la talla de Tennessee Williams o Faulkner. A ver si paran de tratarlo como si fuera un autor de novelas Arlequín.

Estoy segura de que si mañana escribiera otra lista, sería diferente, me vendrían a la memoria otros autores, dependiendo de mi agilidad neuronal del día y de mi estado de ánimo. Pero con esta lista ya hay con qué entretenerse. 

¿Y vosotros? ¿Qué proponéis? Espero vuestras listas.