viernes, 16 de abril de 2010

"Honey-I'm-Home" Gingersnaps / Galletas de jengibre "Cielos, mi marido"


En la antigua cocina montrealesa os conté cómo, desde que tengo memoria, en esta casa monsieur M. y yo formamos un ménage à trois constructor - y constructivo- con nuestro Jules, el bravo bretón que nos ayuda a reconstruir esta barraca.

Sin embargo, desde que el Jules recibió un flechazo en plena frente cuando estaba desatascando el desagüe del fregadero, casi no lo hemos visto por casa. Pero como tampoco es cuestión de empezar a acostumbrarnos a tener una cierta intimidad, un reemplazante se ha apresurado a ocupar el puesto que Jules ocupaba tan a menudo a la mesa. El reemplazante en cuestión se llama Dan, y es un muy viejo amigo de monsieur M. Su amistad ha durado más que la mayoría de parejas que conozco.

Cuando desembarqué en este lado del Atlántico, Dan fue el primer amigo al que me presentó monsieur M., y el desagrado que nos inspiramos pareció ser instantáneo, mutuo y un tanto prematuro, como el tiempo se ha encargado de demostrar. Lo que no sabía cuando cenamos con él aquella primera vez, es que Dan es bastante misántropo, que hace milenios que vive solo, que pasa los meses cálidos en una cabaña a la que sólo puede accederse en canoa, y que su desagrado hacia mí era una simple manifestación de su reticencia natural a relacionarse con gente. Si hubiera sabido todo eso, no me habría tomado su antipatía como algo personal; puedo soportar perfectamente ser detestada de forma genérica, pero a mi personalidad un poco insegura le resulta difícil de digerir ser detestada de forma específica.
Tras superar la primera impresión que me produjo de ser un tipo machista y un poco desconsiderado, con el tiempo Dan se ha encargado de demostrarme que no sólo está lleno de consideración, sino que bajo esa máscara de tipo gruñón y brusco se esconde un corazón de oro. Por su parte, él ha descubierto que yo poseo un buen sentido del humor, ahora que hablo bien su idioma, y algunas otras virtudes que se cuida mucho de elogiar.

La primera vez que llamó por teléfono a casa, tras esa presentación un tanto desastrosa, fue durante una de esas semanas en las que monsieur M. estaba de viaje en el gran norte. Yo llevaba dos meses de residencia montrealesa, tenía un gripazo de aúpa (mi primera gran gripe nórdica), mucha fiebre y apenas voz, y me sentía como si un autobús me hubiera pasado por encima. Básicamente, quería a mi marido, o, en su ausencia, a mi mamá. No hay miseria más miserable que estar malo, solo, en una ciudad desconocida. Estar malo en otro idioma -sobre todo si apenas se chapurrea- es infinitamente peor que estar malo en el idioma materno: uno ni siquiera llega a decir "ouch, ay" con un acento decente.

Cuando respondí al teléfono en inglés (en la época aún no hablaba francés, cosa que parecía exasperar aún más a Dan), con la voz ronca y cavernosa, me preguntó en su inglés perfecto y característico tono seco lo que me pasaba. Tras un breve resumen -"M. no está, no. Es la gripe. Me las arreglo, gracias. Tengo antigripales y tylenoles. Voy a dormir todo lo que pueda y terminará por pasar", murmurado con muy pocas ganas pero sin tono defensivo (estaba demasiado extenuada como para ser defensiva), colgué, me arrebujé de nuevo bajo las mantas y volví a sumirme en ese estupor febril de la gripe.

Una hora más tarde lo tenía llamando a la puerta, cargado de bolsas, haciéndome a un lado de malos modos y sin más preámbulo que -"Tú, a la cama", irrumpiendo en mi cocina como si fuera el dueño y, oh, bendito sea, preparándome sopa de pollo con fideos, tisanas de equinacea y miel y vahos de eucaliptus. Intenté protestar un poco, pero un ataque de tos en el que casi expelo un bronquio me hizo desistir. En las bolsas también había provisiones, reservas de jarabe contra la tos y aspirinas. No se fue de casa hasta haberme obligado a tragar un bol de sopa, haber fregado los cacharros acumulados en el fregadero, lavado y cambiado las sudorosas sábanas de la cama, dejado una lista con la comida preparada que me esperaba en el frigorífico -con su número pegado a la puerta del mismo- y decirme, con tono que no dejaba lugar a discusión, que llamaría todos los días hasta que mejorara, por si necesitaba algo.
Por supuesto que después de este episodio, Dan se ganó todo mi respeto y un hueco en mi corazoncito. Aún más porque sé que si actuó así, no fue por simpatía hacia mí sino por empatía, y por pura fidelidad a monsieur M. Si para honrar su vieja amistad con monsieur M. hubiera sido necesario ayudarme a matar dragones a punta de espada, lo habría hecho. Superar su repulsión natural a tratar con gente fue el equivalente, imagino. Admiro a la escasa gente que es capaz de lealtad absoluta en la amistad (respeto, honor, lealtad, grandes palabras, pena que hayan desaparecido de nuestro vocabulario amistoso, familiar y amoroso), y Dan podría dar cursillos sobre el tema.

A diferencia de nuestro Jules, Dan no se encarga de las reformas ni del mantenimiento de la barraca montrealesa, su reemplazo se limita únicamente a la mesa de nuestra cocina. Curiosamente para alguien que lleva una gran parte de su vida viviendo solo y no invita jamás a nadie a su casa, Dan es un chalado de la cocina, un gastrósofo aficionado, un comensal curioso, un gourmet en ciernes, un aprendiz de sibarita. Su enfoque del tema culinario es tan peculiar como su carácter: va a un restaurante -o es invitado a una casa-, prueba un plato increíble, vuelve sistemáticamente a ese restaurante o casa y sigue comiendo el mismo plato y haciendo preguntas al cocinero hasta que éste se rinde -o se agota de verlo todos los días- y le ofrece un curso particular para librarse de él. Esta técnica un tanto peculiar le ha permitido seguir cursos de cocina con algunos de los chefs chinos más herméticos de Montreal, con las abuelas italianas de sus vecinos, con las tías portuguesas de sus colegas de trabajo y con mi propia Santa Madre, que le dio un monográfico sobre el pulpo, el calamar y otros cefalópodos bastante desconocidos en Quebec.

En cuanto Dan descubrió mi afición por la cocina, empezó a dejarse caer por la barraca un sábado sí y otro no. Es uno de los pocos amigos que conoce a monsieur M. desde el tiempo suficiente como para prescindir del protocolo quebequés de concertar de antemano todos los encuentros. O quizá sea el único que se pasa el protocolo por el arco del triunfo. El caso es que tras aterrizar en casa el primer sábado a la hora de comer, una servidora, ya repuesta de la gripe y mucho más amistosa que la primera vez que nos vimos, le sirvió sin gran ceremonia un bacalao al ajoarriero (bueno, una versión mía, híbrida de ajoarriero y salsa vizcaína). Con ojos aún cerrados y voz en éxtasis, Dan ordenó: -"Tienes que enseñarme a hacer esto." Imposible decir que no a este alumno desconcertante, siempre rigurosamente educado y respetuoso pero nunca realmente cordial, y totalmente loco por aprender. Ante mi comentario sobre lo infernal que es encontrar pimientos choriceros aquí en Quebec, Dan pasó dos semanas escribiendo y llamando a importadores hasta que apareció con cuatro kilos (¡cuatro!) de un pimiento bastante semejante. Ahora sopeso mucho mis comentarios delante de él.

Desde aquel primer curso informal, en el que yo explicaba y Dan tomaba notas muy serio y ejercía de pinche de cocina picando silenciosamente todo lo que se le pedía, Dan se ha sentado a la mesa con nosotros incontables sábados, y ha dejado en mi buzón incontables paquetes con rizomas de cúrcuma enteros, té blanco de un precio estratosférico, pimientos mexicanos desconocidos para mí con post-its pegados: -"¿Se te ocurre qué podríamos hacer con esto?". No siempre soy yo la que cocina y oficia de profesora: sus jiaozi chinos rellenos de cerdo y setas son delirantemente buenos.

El primer sábado que monsieur M. emergió a la superficie desde las profundidades de su taller para sentarse a la mesa, y preguntó, con toda naturalidad: -"¿Dan no viene hoy?", me rendí a la evidencia: de nuevo habíamos formado un ménage à trois. Aunque Dan es un ebanista muy hábil y puede pasar horas hablando de carpintería, Monsieur M. ha comenzado a dar por sentado que cuando su amigo pasa por casa, no siempre viene a verlo a él.
Este sábado pasado yo acababa de sacar la primera hornada de mis "Honey-I'm-Home Gingersnaps" y la casa entera flotaba en medio de una nube con olor a jengibre, cuando Dan se presentó sin avisar, como de costumbre -parece seguir el olor que sale de nuestro extractor de humos-. Monsieur M. había salido a la ferretería a comprar clavos, o tornillos, o lo que sea que él suele comprar en la ferretería. Mientras yo rodaba en azúcar la segunda hornada de cookies y la depositaba con cuidado en la bandeja, Dan hizo el té sin decir palabra. Según su costumbre, y como Dan es como de la familia, se puso a fregar los cacharros mientras tomaba sorbos de té entre un cacharro y otro, y yo los secaba con un trapo y los guardaba. Probamos las primeras galletas aún calientes y seguimos masticando, bebiendo té y fregando.
Llevábamos ya un buen rato trabajando así, en silenciosa camadería, cuando de repente Dan se detiene. Ante mi mirada interrogante, termina de masticar un bocado fragante de jengibre y miel, traga de golpe y dice, mirándome a los ojos: -"Dios. Creo que me he enamorado." Frase que me hace casi escupir el sorbo de té que me ocupa la boca en ese momento.
Intentando aclarar su afirmación, con un esfuerzo visible para encontrar las palabras correctas, Dan prosigue, agarrándome bruscamente el antebrazo: -"De tus galletas. Me he enamorado de tus galletas." "Y de tus aromáticas pizzas con masa casera. Y de los txipirones en su tinta, y de esos panes redonditos que haces, y su olor dulce a sémola. Cuando los horneas, la casa huele desde la puerta. Hasta el pelo te huele a pan." Aprovecho la pausa para retroceder un paso y comprobar que estoy acorralada entre el fregadero y Dan, que es bastante más grande que yo y que parece ser presa de una posesión gustativa. Aprovecho también para deglutir sonoramente, a falta de algo mejor que decir. Él está lanzado: -"Pienso con deseo en tus cremas de verduras, aterciopeladas y profundas, en tus piquillos rellenos, delicados y sabrosos." Silencio en la cocina (salvo el ruido del grifo, que se ha quedado abierto) y malestar. Enorme malestar.
Lo miro sin poder hablar, atónita, el trapo de cocina en una mano, aún inmovilizada porque Dan sigue apretándome el antebrazo como si fuera a hacer zumo con él, y la otra aferrando una espátula. Me siento ligeramente ridícula así, en la cocina, el trasero apretado contra el fregadero, un gastrónomo febril en plena declaración, trapo de cuadros y espátula en mano, el pelo recogido en dos coletas lamentables y mi camiseta luciendo un eslogan en amarillo chillón que proclama: "You name it, I bake it". En "Cumbres borrascosas" la heroína lleva muchas enaguas durante este tipo de escenas, y le dan como más dignidad al momento. Una imagen me pasa por la mente, fugaz: la espátula, ¿será lo bastante sólida como para defender mi ya maltrecha virtud con ella, si se me acerca más? Para un tipo que no habla prácticamente nunca, Dan está lleno de sorpresas. ¿Se supone que tengo que decir algo? Consigo cerrar parcialmente la mandíbula colgante y farfullo uno de mis inteligentes comentarios : -"Euh..."
En ese momento, suena el ruido de las llaves en la puerta. Vozarrón vigoroso: -"¡Eh, p'tit loup, ya estoy de vuelta!". Con un extraño sentimiento de culpabilidad culinaria y los ojos un poco desorbitados, miro a Dan y susurro: -"¡Mi marido!" Un palmetazo con la espátula, bien dirigido, hace que me suelte el brazo y que se ponga dócilmente a fregar de nuevo, tras ahogar una risita insolente. Mientras monsieur M. hace temblar el pasillo con sus pasos, fulmino a Dan con la mirada.


Receta inspirada -especialmente el nombre- de una bastante clásica -y menos saludable- de Diane Mott Davidson, en su libro "Catering to Nobody".

INGREDIENTES (Para unas dos docenas de cookies bastante grandes -yo las hago tamaño diplodocus-, unas 30 de tamaño más razonable):

- 2 tazas de harina integral (en mi versión, para darle un cierto valor nutricional a la receta, los que odian lo integral siempre pueden utilizar harina blanca)

- 2 cucharadas de té de bicarbonato sódico

- 1/4 de cucharada de té de sal

- 2 cucharadas de té de jengibre molido

- 1 y 1/2 cucharada de té de canela molida

- 1/2 cucharada de té de clavo molido

- 1/4 cucharada de té de nuez moscada (mejor recién molida)

- 1/2 taza de aceite vegetal (girasol, maíz, versión para los que tenemos las arterias algo acolchadas) o de mantequilla fundida, aún tibia

- 1/3 taza de azúcar moreno

- 1/2 taza de azúcar blanco (más un poco en un plato para recubrir las galletas)

- 1/4 taza de miel

- 2 cucharadas soperas de jengibre fresco, rallado

- 1 huevo

- 3/4 taza de jengibre glaseado, cortado en cubitos pequeños (antes de que se popularizara en Montreal y empezaran a venderlo en los supermercados, lo compraba en tiendas asiáticas)




ELABORACIÓN

Precalentar el horno a 185º. Cubrir dos bandejas de hornear con papel de hornear (os ahorra el engrasado de las placas). En una ensaladera o bol grande, mezclar los ingredientes secos (si utilizáis harina integral, no os molestéis en tamizar): la harina, el bicarbonato, el jengibre en polvo, la canela, el clavo, la nuez moscada y la sal, y reservar.
En otro bol, batir el aceite (o la mantequilla fundida) y el azúcar hasta que estén cremosos. Añadir la miel e incorporar bien. Incorporar el huevo y el jengibre fresco rallado (con su jugo). Cuando todos los ingredientes húmedos estén bien cremosos, incorporar gradualmente los secos, batiendo bien hasta que la harina desaparezca del todo. Terminar añadiendo los pedazos de jengibre glaseado.
Con dos cucharas soperas, hacer bolas de masa de unos 2 a 3 cm, y hacerlas rodar en el azúcar blanco que habréis preparado en un plato. Depositarlas en la bandeja sin aplanarlas, dejando una separación de unos 5 cm. entre cada bola (con el calor del horno van a extenderse bastante). Hornear entre 11 y 13 minutos: las galletas tienen que hincharse y comenzar a agrietarse. Para un resultado más chewy ("chicloso"), sacarlas del horno cuando la mitad (o un poco más) de ellas haya empezado a deshincharse; para unas cookies con los bordes más crujientes, hornear un minuto más.
Dejar enfriar un poco y sacarlas de las bandejas cuando aún estén un poco tibias. Guardar en un recipiente hermético.

NOTA: Si no queréis hacer tantas galletas en una hornada, podéis dejar las bolas de masa ya preparadas y congelarlas en una huevera de plástico -son perfectas para guardar la forma durante la congelación-. Cuando la masa esté bien congelada, pasarla a una bolsa de congelación hermética, y tendréis galletas recién horneadas en cualquier momento.
Estas cookies son dulces y picantes a un tiempo. La textura es el equilibro perfecto entre un corazón tierno y masticable, y unos bordes dorados y crujientes. Como los buenos amores.

28 comentarios:

  1. Arantza: no sé qué decir, me has dejado sin palabras. Esta entrada es...Bueno. Fenomenal. Estupenda. Me ha tenido sonriendo todo el rato de oreja a oreja.

    Supongo que, después de haber conseguido revolucionar el mundo de la lingüística, te habrás propuesto escribir un par de novelas o reunir tus posts en un libro.

    En fin: como siempre digo: de mayor quiero ser como tú (o por lo menos escribir la mitad de bien).

    Saludos desde Viena.

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  2. Por cierto, que soy Paco, eh?

    Saludos otra vez

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  3. Cada uno a lo suyo y aunque a mí la historia me ha parecido fantástica, con lo que me has dejado impresionada es con las fotos... el plato lila de topos es muy lindo ¿las del jengibre y la miel son tuyas también? ¡Besos!

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  4. holaaa

    el amor no esta en el corazon... esta en el estomago jajajaja

    v'sss

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  5. Arantza, dedícate a escribir. En serio. tus historias son geniales.

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  6. Querida Arntza. Este mediodía, me reenviado al trabajo un correo con el texto de tu post. Mi odioso señor director me ha tenido que llamar la atención por la carcajada limpia que he soltado. De verdad, gracias por hacerme feliz esta tarde!
    un beso.

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  7. Tendrás que sopesar las opciones... Un gruñón cariñoso y amante de la gastronomia es un peso pesado para mis defensas! :)

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  8. ¡Qué sugerente y sutilmente erótica es la cocina! ¡Y qué bien lo expresas tú!
    Un placer leerte.

    Esperanza.

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  9. Bueno un post insuperable, te has puesto el listón muy alto.Gracias a tus grandes dotes de escritora he podido visualizar todas las escenas entre Dan y tu,vaya que tu vida da para una serie.
    Un beso e intentaré hacer las galletas en cuanto encuentre jengibre escarchado.

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  10. Ais...hoy estuve en mi casa y no coji gemgibre (que por cierto estrañamente este año tambien florecio en invierno...) pasare un dia de estos y cogere un cachito para hacer estas pastas...a ver si por una vez me sale bien alguna galleta. Bicos preciosa

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  11. Yo lo comprendo, a Dan. No me hace falta nada más que ver las gingersnaps. Y si encima tuviera que olerlas, recién salidas del horno, te haría falta algo más sólido que una espátula para ponerme a raya. Un misil tierra-aire, probablemente.

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  12. La verdad, tu ebanista debe de tener multiples encantos, porque ante una declaración tan apasionada creo que yo no hubiera podido resistir y hubiera acabado en los brazos de ese Dan encantador y gruñón que tan bien describes....y el consiguiente revolcón encima de la mesa de cocina, entre especias miel y harina, de la cocinera y el gastrónomo, ¡qué quieres que te diga! muy cinematográfico.
    Muy buena entrada, gracias por ilustrarnos, más que en las galletas ( estoy de régimen) en los comportamientos humanos.

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  13. No te preocupes, Arantza, nosotros también estamos enamorados de tus recetas, y de tus posts. Eso de "hasta el pelo te huele a pan"... ¡Qué bonito!

    Y las galletas de gengibre... ¡Yummm! Soy fanática.

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  14. Jenjibre glaseado??? ay! Arantza...por que me haces esto??...primero la miel en los labios (nunca mejor dicho) y al final de todo el ingrediente que sé positivamente que no voy a encontrar en mi maravillosa "ciudad de provincias"...mecagoen!!

    Por cierto, me gusta Dan...si se hiciese la peli el actor sería.....hummmmm.....

    Y cada día me gusta más como escribes...lo haces a posta, verdad?? para tenernos esperando el siguiente post como perrillos falderos...je je je je....

    Un besazo!!!

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  15. Jamía, los hombres son así, todo les entra directo a la tripa.

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  16. Hola Arantza.

    Es la primera vez que me decido a escribirte, aunque hace ya un par de meses que leo tus posts, altamente adictivos la verdad, casi o más que tus recetas. Siempre consigues sacarme una sonrisa :)
    C.

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  17. Primera vez que me decido a escribirte. Me metí en tu primer blog por las recetas, te seguí al segundo porque me encanta como escribes. Felicidades, me encanta tu manera de ver la vida, o al menos de escribirla.

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  18. Paco, respetado vienés: viniendo de tí, es todo un piropo. Porque vuesa merced escribe francamente bien y es todo un profesional de la pluma. Yo me considero una mera aficionada. En cuanto a lo de publicar, la verdad es que nunca he pensado que mis cosillas interesarían a la gente, más allá de este pequeño grupo de cocinillas que formamos los que nos leemos habitualmente. A decir verdad, ni siquiera me he molestado en guardar mis escritos en ningún otro sitio que flotando en el hiperespacio, para que veas la escasa consideración que les otorgo.

    Marona: te explico el secreto de las fotos: todas las fotos de las recetas son mías. Lo único que a veces me permito incluír en mis collages son las fotos de algunos ingredientes, que las tomo de un diccionario visual muy chulo que he encontrado, libre de derechos de autor y disponible en línea. En esta receta, algunas fotos de la miel y el jengibre son mías, otras del diccionario. El problema es que normalmente cocino por las tardes, que es cuando tengo tiempo. Y aquí tenemos muchas horas de noche durante al menos seis meses al año. Así que para fotografiar las recetas con luz natural (la única decente, dado que no dispongo de ningún material fotográfico digno de ese nombre, mi cámara es un cacharrillo de turista que cabe en un bolsillo, una cámara Fisher Price, vamos, ni réflex, ni ná ;-) tengo que esperar al día siguiente, y los ingredientes ya no están disponibles, por haberlos utilizado en la receta. A veces me acuerdo y saco algunas fotos con antelación. Otras, no.
    En estas fotos tuve suerte: hacía mucho sol, salí al patio a diez bajo cero y la nieve es un reflectante estupendo :-). Cuando hace demasiado frío, utilizo una bandeja de horno de acero inoxidable para reflejar la poca luz disponible en la mesa de mi oficina, bandeja que sujeto con una mano. Y saco las fotos con la otra mano, nada fácil para encuadrar. Todo un circo. Un día voy a pedir que alguien haga fotos del "making-of", para que te rías.

    JB y Ginebra: Qué gran verdad. Y otra gran verdad es que en las relaciones sólidas y duraderas, el amor aumenta con los años, y el tamaño de los traseros de ambos miembros de la pareja también :-).

    Ajonjolí: si a mí me pagaran por esto sería el no va más, Ajonjolí. Si eres propietaria de una editorial, dame tu dirección ya mismo :-).

    Cuina Vermella: vaya, gracias. No todos los días le dicen a una que ha hecho feliz a alguien. You made my day ;-).

    Cosas de Cocina y Pombolita: Nononono. Ni hablar. Que una es una mujer emparejada, y feliz de serlo. Ferozmente monógama. Eso de ponerse a degustar los electrones libres que revolotean por ahí no trae más que complicaciones.

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  19. Anta: es verdad. Estoy segura de que a tí también te gustó "Como agua para chocolate" ;-).

    Cris: prueba las tiendas chinas. Suelen tener cajitas de este jengibre en la sección de dulces. (Al menos, las tiendas de aquí).

    Maïte: lo mismo que le he dicho a Cris, algún colmado chino habrá por ahí cerquita... En cuando al actor, yo propongo a Gerard Butler. Pero entonces tendría muchos problemas para resistir. Muchos.

    An: lo de tu huerto tan bien surtido sigue produciéndome una envidia terrible.

    Lupe: bueno, es que Dan es un caballero. Porque la espátula venía de un todo a cien, y la verdad, como arma defensiva no valía gran cosa. Lupe, prueba a hacer estas galletas en versión sin azúcar, que el señor muy serio va a adorarte y venerarte por el resto de tus días.

    Aracne: yo creo que a tí también te gustó "Como agua para chocolate", ¿me equivoco? :-)

    Kira y C. (nombres, queremos nombres ;-): gracias a las dos por comentar, por los piropos y bienvenidas a esta cocina. Espero veros de nuevo por aquí.

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  20. E de reconocer que poco lo cuido desde que me mude al piso...de eso ahora se ocupa mi hermana, pero solo en lo tradicional, patatas, tomates , maiz, etc...yo me ocupo de lo poco avitual, Phisalis, tamarindos, maracuya, diente de león (esquisito en ensalada) gemjibre...etc...pero si, es un buen terreno, aunque un poco seco y pronto rodeado de edificios...siggg.Bicos

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  21. Arantza, como siempre genial.

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  22. Desde luego, me despisto un momento y nos la lías... ay, ay, ay. Este culebrón necesita más capítulos... PORFAAAAA

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  23. Hola! Hace mucho tiempo que te sigo, pero nunca había puesto ningún comentario. Me encantan tus historias (más teniendo en cuenta que vivo una situación parecida a la tuya aunque más cerca de la familia), tu forma de escribir y cómo no, tus recetas. Hoy me he lanzado a escribir el comentario porque creo que esta entrada es mi favorita. ¡Qué historia! Me he reído muchísimo, me ha hecho muchísima gracia el tal Dan y la situación del fregadero es buenísima. Y además qué gozada tener un amigo culinario así ¡Por Dios, más historias de Dan! :) ¡saludos!

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  24. An: bueno, aunque tu huerto sigue sonando impresionante, este año he decidido montarme un mini-huerto en el patio trasero, así que dentro de un par de meses estaré admirando mis tomates... Para los muchos españoles que tienen sólo un balcón, les animo a plantarse un huerto en tiestos. Yo apenas tengo tierra en mi patio (un mini parterre), pero en jardineras algunas cosas crecen bastante bien (no es la primera vez que me lanzo a la "miniagricultura").

    Noema y Hematie: no te preocupes, Noema. Que esto es una "docuficción": una taza de realidad y tres de delirio.
    Hematie, bienvenida por esta cocina montrealesa.
    A las dos: continuará... aunque yo misma no sé cómo.

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  25. Sergi (pobre, tan chiquito, no te había visto): gracias. Cuando me levanto por la mañana no veo ni rastro de esa genialidad de la que hablas en el espejo del cuarto de baño. Pero te agradezco el cumplido igual :-).

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  26. En el piso...por que vivo en un piso aunque tenga la finta...tambien tengo plantadas cosas..este año probe con pimiento amarillo...a ver que tal sale. SAúdos e apertas

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  27. Me quedo también revoloteando tu barraca. Afinidad.

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  28. Yo también opino que tendrías que escribir un libro. A la segunda linea ya me tienes atrapada.Este fin de semana hice las galletas: perdición total, imposible comer sólo una.Estan de muerte súbita!!
    gracias

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