viernes, 31 de diciembre de 2010

Feliz Año Nuevo

Lo dicho en el título: desde Sirope de Alce, muchos buenos deseos para el año que comienza, que nos espera ahí, a la vuelta de la esquina, nuevo y sin estrenar. Os deseo un año apasionante, lleno de proyectos, de sorpresas, de gente que os quiera y a la que querer. Lleno de vida, vaya.

La cocina montrealesa se toma un par de semanas de pausa para recargar baterías. Mientras tanto, os dejo con una imagen del invierno quebequés. Y os mando un beso a todos y todas los que me leéis, semana tras semana. Gracias por estar ahí y caldear un poco el ambiente de mi cocina.

sábado, 25 de diciembre de 2010

Un cuento de Navidad montrealés: Navidades de bolsillo (Parte 4). Christmas Plum Pudding.

-"¿Cómo os habéis enterado de que estábamos aquí?" Pregunto, mientras indico a Jules con un gesto dónde puede colgar la parka.

Jules, la cara enrojecida por el frío y una sonrisa jovial, saluda a monsieur M. y a Dan con un apretón de manos y unas palmaditas en el hombro. Monsieur M. se dirige a la nevera portátil y vuelve con una cerveza. Nunca entenderé por qué esta panda de locos adora la cerveza fría cuando vienen de un exterior a quince bajo cero.

-"Esta mañana he pasado por vuestra casa, para un cafecito espontáneo, y cuando he visto que no estábais, pensaba en volver por la tarde para felicitaros las fiestas, cuando justo he visto a vuestra vecina que salía de su casa. Me ha explicado que os habiais ido un par de días, ha mencionado un chalet, me he acordado del de Dan y le he llamado por teléfono. Voilà." Explica, jubilosa, Lady D. -"Jules y yo hemos traído un montón de cosas ricas: paté de pato a la naranja, champagne, quesos, pan... nos falta algo de postre. Pero para eso confiamos en tí." Me estrecha en sus brazos, me frota amistosamente la espalda y me deja incapaz de oponer resistencia. Monsieur M. mira a Dan con sarcasmo, y vocaliza, sin hacer ruido: -"Gracias." Dan se encoge de hombros.

-"Bueno, no había previsto, uhm, nada de postre--"

-"...y alguien se ha comido todos los scones" me interrumpe monsieur M., lanzando una mirada rencorosa a Dan, que se limita a poner su cara más inocente,

-"...y claro, existe el ínfimo detalle de que no tenemos horno", prosigo ignorando una vez más a monsieur M.,  -"pero disponemos de mucho pan, frutos secos y huevos... con un poco de alcohol para macerar las pasas y el resto de las frutas, puedo hacer un pudding de Navidad tradicional inglés...", pienso en voz alta. La idea de una Nochebuena romántica apartada de mi mente con resignación (más o menos), acepto que vamos a celebrarla en grupo. Y mi cerebro está lanzado en modo estratégico. Supongo que es la costumbre de llevar la intendencia de cocina.

-"El alcohol no es problema", dice Dan, con cara de pillo, blandiendo una botella de scotch. -"He encontrado las reservas de tu hombre." Monsieur M. se apresura a intentar quitarle la botella de un zarpazo, pero Dan es más rápido y la pone fuera de su alcance.

-"Pero la falta de horno... ¿no va a ser un problema?" pregunta Lady D.

-"No, el plum pudding se cocina al baño maría. Normalmente uso un molde especial, con tapa hermética, pero creo que metiendo una cacerola pequeña dentro de una cazuela más grande podría arreglármelas. Se  llama plum pudding, pero la receta tradicional no lleva ciruelas. Aunque mi versión sí. Los nombres de las cosas deberían de ser representativos." Digo, doctoral. Y me pongo a buscar cacerolas.

-"Cierto. Como "navidades románticas en el bosque", gruñe monsieur M. Me vuelvo y lo miro, llena de censura. Él suspira y ayuda a Lady D. con su mochila. Los dos se ponen a organizar dónde van a dormir las visitas.

Al cabo de un rato, el fuego ruge en la estufa, el pudding cuece tranquilamente en la cacerola, Lady D. tararea por lo bajo villancicos mientras corta pan para tostar, Dan asa castañas en una sartén e intercambia bromas con monsieur M. y Jules nos ha servido una taza de vino caliente y especiado. El ambiente cálido y el buen humor de las visitas parecen haber aplacado a monsieur M., que ríe con esa risotada suya que hace temblar las vigas del techo, cuando llaman a la puerta a grandes golpes. Con una sensación de déjà vu, abro la puerta.

-"¡Jo, jo, jo! ¡Feliz Navidad!" Una oleada de aire frío y un corpachón enorme se me echan encima. No, no es Papá Noel. Es mi cuñado, Cuñado Lascivo, el hermano mayor de monsieur M. Aparte de la constitución y el legendario ancho de tórax de los hombres de su familia, Cuñado Lascivo no tiene gran cosa en común con su hermano. Su estrecho abrazo me saca todo el aire que tenía en los pulmones, y me asfixia momentánemamente. 

Monsieur M. viene al rescate, obligándole a moverse para cerrar la puerta, cuando en el umbral aparece Cuñada Autoritaria, mujer de Cuñado Lascivo, que le dice con una sonrisa torcida: -"Cariño, déjala que respire." Mientras echa sin mucha ceremonia en los brazos de monsieur M. unas bolsas llenas de lo que parece ser comida, se dirige a él: -"Espera, no cierres. Ahí vienen los demás." Y añade su enorme parka a la pila que ya llena los brazos de mi confuso marido. -"Cuélgame esto, anda."

-"¿Los demás?" Pregunta monsieur M.

Cuando consigo zafarme de mi cuñado y ver más allá de su pecho, veo que entran en tromba Flaming-Hot-Sister, (hermana de monsieur M.) y Fornido Sobrinazo 1, uno de los dos sobrinazos gemelos, los fornidos retoños de Cuñado Lascivo y Cuñada Autoritaria. Monsieur M. y yo nos miramos, boqueando como peces, de puro asombro. Cuando creo que ya no va a entrar nadie más, veo que detrás del sobrinazo llegan una jovencita adolescente de enormes ojos azules y cara de Barbie, y un hombre desconocido de mediana edad.

Mientras monsieur M. y yo recogemos las parkas de las manos de los recién llegados y las vamos apilando en el suelo, bajo los colgadores (que ya están llenos), todo el mundo da besos y apretones de manos a todo el mundo, y se llevan a cabo las presentaciones. Fornido Sobrinazo 1 me presenta a la jovencita rubia, rodeando sus delgados hombros con un brazo gigantesco y posesivo: -"Mi novia, Jolie, que pasa las fiestas con nosotros." Hago lo que puedo por saludar lo más amablemente posible a esta chica con aspecto de muñeca, intentando ignorar el volumen increíble de las múltiples conversaciones que de repente llenan por completo esta minúscula y -no hace tanto tiempo- solitaria cabaña. Flaming-Hot-Sister se acerca del brazo del hombre de mediana edad, y lo presenta como Guy, "un buen amigo", y un guiño que acompaña la presentación me indica que su última cita al fin dio resultado. Guy, un hombre menudo, bajito y medio calvo, con cara amable y aspecto tímido, sonríe de forma inofensiva mientras me da la mano.

Mientras yo me pongo en modo anfitriona (puro automatismo), y empiezo a buscar algo que pueda servir como asiento a tanta gente, oigo a monsieur M., mucho menos ceremonioso con su clan, que pregunta con su voz estruendosa: -"¿Quién os ha dicho dónde estábamos?"

Cuñado Lascivo pellizca con desenvoltura una nalga de Lady D., que pega un salto sorprendido, y responde: -"Flaming-Hot-Sister no conseguía hablar contigo, M., tu móvil parecía desconectado, así que ha llamado a Lady D., que le ha explicado que probablemente donde estabas no hay cobertura, y nos ha enviado a todos un mapa para llegar hasta aquí. Hace siglos que tenía ganas de volver a sacar la motonieve, y ¡ha sido la ocasión perfecta!", termina, muy contento. Y da otro pellizco a Lady D., que inmediatamente se aleja de él todo lo que permite el espacio restringido de esta sala llena de gente. Cuñada Autoritaria le lanza una mirada aviesa.

Monsieur M. y yo nos miramos brevemente a los ojos y experimentamos esa comunión de sentimientos perfecta que ocurre en las parejas de vez en cuando: los dos queremos retorcer el cuello de Lady D. y enterrarla detrás del chalet.

-"Fornido Sobrinazo 2 nos ha traído a Jolie, a mí, a Guy y a Fornido Sobrinazo 1 en su pickup-monstruosamente-super-todoterreno. No pensaba  que pudiéramos llegar hasta aquí, pero lo hemos conseguido", dice Flaming-Hot-Sister, mientras enciende un cigarro. Monsieur M. le quita inmediatamente el cigarro de un tirón y gruñe, visiblemente de malas pulgas: -"Ni hablar. Afuera. Necesitamos todo el oxígeno disponible. Especialmente con este llenazo." -"Vaale, hombre." Replica su hermana, -"¿Qué se bebe aquí?" mirando alrededor.

Dan sirve un vaso de tinto a Flaming-Hot-Sister mientras yo digiero la información: -"Si el que os ha traído es Fornido Sobrinazo 2, eso quiere decir--" La puerta se abre de par en par, dejando entrar una nueva ráfaga de aire helado. La tranquila nevada parece haber arreciado.

-"Creo que voy a apagar el fuego. Total, la puerta lleva abierta la mitad de la noche", masculla monsieur M.

-"La proximidad también sirve para mantenerse calentitos", dice Lady D., arrimándose un poco a Jules.

Fornido Sobrinazo 2 anuncia a grito limpio: -"¡Echad un vistazo afuera!". Su monstruoso camión tiene todos los faros encendidos, incluídos los de encima de la cabina, que se usan para la caza nocturna. Cegados por la luz que invade la cabaña, monsieur M. y yo pestañeamos como ciervos paralizados en medio de la carretera. Miro por la ventana y descubro con estupor que Fornido Sobrinazo 2 tiene un enorme generador en la caja de la camioneta que funciona a plena marcha, y ha enchufado unas luces navideñas con las que ha decorado el abeto más cercano a la casita. Oigo un ruido mucho más fuerte que el ya ruidoso motor del generador, y distingo música rap a todo volumen: Fornido Sobrinazo 2 ha venido bien equipado, ha traído también un enorme CD portátil, y lo ha encendido en el porche. Entra con paso de elefante y anuncia a todo pulmón: -"¡También he traído el karaoke!" Mientras se quita las botas gigantescas (¿qué demonios han comido estos chavales en la infancia? los dos tienen aspecto de luchadores profesionales que han pasado la gestación marinando en esteroides) olfatea los olores de la cocina y suelta: -"¿Qué se come aquí?" Empiezo a constatar un cierto parecido de familia.

-"No tenemos pavo." Lanzo, con la esperanza de que la ausencia de carne los desanime a todos y se vayan.

-"Eso se arregla rápido. Ahora mismo te mato algo", bromea Dan, cogiendo su carabina, que reposaba apoyada en la pared.

-"Empieza por mis sobrinos. Son los que más comen." Rezonga monsieur M.

-"Tenemos muchas cosas para picar. Hay para todos." Dice la eternamente optimista Lady D.

-"Y después de cenar karaoke y... ¡he traído el BINGO!" Anuncia Flaming-Hot-Sister, alborozada. Con el alborozo olvida la prohibición y enciende un cigarro. Echa una bocanada de humo hacia Dan, que agita un poco la mano delante de la cara.

Decido dejar de hacer la anfitriona, que cada uno se las merengue como pueda. Mientras sigue la búsqueda de asientos y Fornido Sobrinazo 1 se aplica a fabricar un banco con una tabla y dos cubos, me voy a vigilar el pudding. Monsieur M. y Dan se acercan al mostrador.

-"Euh, lo siento, chicos. No creía que esto iba a terminar pareciéndose al camarote de los hermanos Marx." Dan hace lo que puede por mantener una expresión contrita mientras se disculpa. Pero se le nota que se lo está pasando en grande.

-"Yo creo que no hay suficiente comida", me dice monsieur M., con ligero aire de desesperación, -"Si nos damos prisa, aún pillamos algo abierto en Montreal."

Miro un momento por encima del hombro a toda esa gente que se agita en la ahora ridículamente pequeña cabaña, sintiendo una fuerte tentación de escuchar a monsieur M. y salir huyendo. -"Karaoke. Bingo." Murmuro, tapando la cazuela del pudding. -"Si alguien propone jugar a las cartas, cojo la escopeta de Dan y me pego un tiro en la boca." 

-"¿Una partidita de brisca mientras se hace la cena?" Oigo decir a Guy.

Dan va a buscar la carabina y me la tiende: -"Hacia arriba, en el paladar. Es lo más eficaz."

Monsieur M. se acerca y me susurra a la oreja: -"Abrígate. Parka, pantalón de esquí y botas. Te espero fuera."

Veinte caóticos minutos más tarde, un poco aturdida, me pongo el abrigo y murmuro algo sobre salir a buscar leña. Excusa inútil, porque dentro del chalet hay un estruendo de mil demonios y nadie me escucha. Fornido Sobrinazo 2 ha metido en casa el enorme CD portátil, está haciendo de DJ con entusiasmo y algo que se parece vagamente a "Feliz Navidad" en versión de los Pitufos Makineros resuena a todo volumen. Lady D. baila con Flaming-Hot-Sister, que ahora encadena un cigarrillo tras otro sin ningún recato y lleva una colilla colgando del labio inferior. Cuñado Lascivo jalea dando palmas, sentado en el banco improvisado, mientras Guy y Jules juegan a las cartas. Cuñada Autoritaria ha conseguido acaparar a Dan y se ha puesto a dar órdenes en la cocina. Fornido Sobrinazo 1 y la bella Jolie se besan con entusiasmo en el sofá, y parecen encontrarse en un punto cercano al coito. Me deslizo discretamente por la puerta.

Fuera, la calma es de un contraste violento con el ambiente dentro del chalet. Miro brevemente por encima del hombro. Por la ventanita de la cocina veo a toda esa gente a la luz dorada de las velas, como si fuera un mural navideño pintado por un artista trastornado. Monsieur M. está sentado en las escaleras del porche, esperándome. La nevada se va calmando. De vez en cuando cae un copo ligero, lentamente. Me siento junto a mi hombretón quebequés y le hago esa pregunta que intento no hacer nunca a nadie: -"Hola. ¿En qué estás pensando?"

Me mira con media sonrisa: -"En cuatro metros cuadrados. Doce personas. Una cama."

-"Ah." Respondo. Y apoyo la barbilla en una mano enguantada. Un copo me cae exactamente en la punta de la nariz. La arrugo un poco hasta que desciende hasta el labio superior. Saco la lengua y me lo como. Minúsculo y húmedo.

Monsieur M. se levanta y me ofrece el brazo. Galante, mi chico. Empezamos a pasear, disfrutando de la tranquilidad. Damos una vuelta entera al chalet, admiramos los abetos con las ramas pesadamente cubiertas de nieve. Si  no fuera por el ruido del generador, hasta el abeto decorado me parecería perfecto. Nuestro paseo se termina delante de la motonieve en la que hemos llegado hace lo que parece un siglo. La miramos.

-"Si salimos ahora, a las tres estamos en casa. Sin correr." Propone suavemente monsieur M.

-"Ya sé." Respondo.

-"Solos." Añade.

-"Sí". Digo.

-"Sin sobrinazos, sin karaoke." Insiste.

-"Sí". Suspiro.

-"Lejos de la horda de locos." Ahora estamos muy cerca de la motonieve.

-"Pero esa horda de locos es la familia." Señalo.

-"Sí". Ahora el que suspira es él.

-"Es gente que nos quiere. Gente irritante, inoportuna, pero que nos quiere". Sigo.

-"Sí". Monsieur M. agacha un poco la cabeza, se mira la punta de una bota, con la que da pataditas a la nieve.

-"Y los queremos".

-"Es verdad." Nuevo suspiro.

-"Y parece que al fin y al cabo, las navidades son eso, estar con la gente que quieres". Concluyo. "Aunque lo que realmente te apetece sea salir huyendo despavorido".

-"Jo. Al final la más zen de los dos vas a ser tú." Monsieur M. me pasa un brazo por los hombros y me da un achuchón. Asi, enlazados, nos encaminamos a la puerta de la casita. El ruido aumenta con cada paso. Nos detenemos en el porche. Nos miramos. La nieve chispea y brilla.

-"Feliz Navidad, monsieur M.", digo, bajito. Y poniéndome de puntillas, le doy un beso.

-"Feliz Navidad, mon p'tit loup." Me estrecha fuerte.

La puerta se abre de golpe. Fornido Sobrinazo 2 vocifera: -" ¿Y aquí cuándo se cena?"

FIN

CHRISTMAS PLUM PUDDING (VERSIÓN CAÓTICA)

INGREDIENTES DEL PUDDING:
(Para demasiadas personas)

• 500 ml. (2 tazas) de frutas secas. Yo uso albaricoques, cranberries secas, ciruelas pasas, un poco de jengibre confitado y pasas de Corinto.
• 125 ml. (1/2 taza) de ron
• Mantequilla suficiente para engrasar el molde
• 375 ml. (1 taza y ½ ) de harina
• 15 ml. (1 cucharada sopera) de levadura en polvo
• 1 pizca de sal
• 5 ml. (1 cucharada de té) de canela molida
• 1 pizca de nuez moscada recién rallada
• 1 pizca de clavo molido
• 4 huevos
• 45 ml. (3 cucharadas soperas) de mantequilla fundida
• 125 ml. (1/2 taza) de azúcar moreno
• 125 ml. (1/2 taza) de melaza, de miel, o, en mi caso, de sirope de arce
• 125 ml. (1/2 taza) de leche
• 250 ml. (1 taza) de miga de pan, picadita en cubos


INGREDIENTES DE LA SALSA:

• 60 ml. (1/4 de taza) de ron
• 125 ml. (1/2 taza) de mantequilla
• 60 ml. (1/4 de taza) de harina tamizada
• 1 taza de sirope de arce o de caramelo (comprado o hecho)
• 2 cucharadas soperas de nata líquida
• 1 pizca de sal


ELABORACIÓN DEL PUDDING:

Macerar las frutas secas en el ron, un día entero si es posible. Enmantequillar un molde de flan de unos 2 litros de capacidad. Reservar. En un bol grande tamizar los ingredientes secos: la harina, la sal, la levadura y las especias. Reservar. En otro bol, batir bien los huevos, la mantequilla, el azúcar moreno y la miel o el sirope (esta receta puede hacerse estupendamente bien sin azúcar ni dulce, y sorprender a los familiares diabéticos con un postre adaptado). Añadir la leche y la miga de pan, mezclar bien, incorporar los ingredientes secos y las frutas maceradas. Verter todo en el molde. Cubrir con papel de aluminio y atar el papel con un cordel de cocina (¡de plástico no, por favor!). En el fondo de una gran cazuela con agua hirviendo, colocar una rejilla o un cacharro de metal, que resista el calor. La idea es que el molde no esté en contacto directo con el fondo de la cazuela. Colocar encima el molde, teniendo cuidado de que el agua lo cubra unos dos tercios, pero que no esté tan sumergido que haya riesgo de que el agua entre. Dejarlo hervir a fuego suave unas cuatro horas. Vigilar a menudo el nivel del agua y añadir un poco –caliente- si es necesario. Sacar el molde de la cazuela (con cuidado, quemarse es fácil) y dejarlo reposar, tapado, un cuarto de hora antes de desmoldarlo. El Plum Pudding se sirve templado, con salsa de ron por encima.

ELABORACIÓN DE LA SALSA DE RON:
Mezclar el sirope de arce con la harina y el ron y calentar en un cazo a fuego medio. Cuando empiece a hervir, incorporar la mantequilla, bajar el fuego y dejar espesar un poco, hasta que tenga la consistencia de un caramelo. Cuando esté hecho, echar la pizca de sal y mezclar bien. Ajustar la consistencia con la nata líquida. La salsa tiene que poder verterse bien encima del pudding.

jueves, 16 de diciembre de 2010

Un cuento de Navidad montrealés: Navidades de bolsillo (Parte 3). Scones sexy de naranja y arándanos.

(Esta entrada es mi regalo navideño para todas las -y los- fans de Dan, que me han escrito contándome cuánto les gusta este sinvergüenza encantador)

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-"Claro que soy yo", suelta Dan, impasible, quitándose el pasamontañas y sacudiéndose la nieve acumulada encima de los hombros, la barba llena de hielo -"¿Quién creíais que era? ¿Papá Noel?" Se abre la parka y la cuelga de la percha junto a la puerta.

Si yo te contara, pienso. -"¿Qué demonios haces aquí?", barboto.

-"¿Cómo has llegado?", espeta monsieur M. casi al mismo tiempo, -"No hemos oído ningún motor. Y tu motonieve nos la hemos llevado nosotros."

-"Yo también estoy encantado de veros", dice Dan sin mirarnos, aplicándose a quitarse unas botas enormes. -"Esquí de fondo." Hace un gesto con la cabeza hacia la puerta. La abro, y veo un par de esquís, unos bastones y una mochila apoyados contra la pared. Ahora entiendo los ruidos que hemos oído. Ya hace noche negra y está nevando de forma más abundante. Agarro la mochila y cierro la puerta rápido. Apoyada contra la puerta, pregunto:

-"¿Has esquiado hasta aquí? ¿De noche?"

-"Lámpara frontal", se limita a responder Dan, sonriente, los ojos de un azul tan profundo que se podría nadar en ellos . Hace tiempo que ya no me sorprendo por la locura quebequesa general en lo que respecta a los deportes invernales, ni de la locura de Dan en particular. Pero el azul de sus ojos sigue sorprendiéndome.

 -"Estoy empapado", prosigue, tirando de los calcetines y lanzándolos lejos. -"Tengo que cambiarme o voy a quedarme helado." Acto seguido, se quita de un tirón el polar y la camiseta interior de manga larga, obsequiándome con una vista frontal en detalle de su torso: piel de un dorado claro, músculos claramente dibujados pero no demasiado voluminosos, más bien alargados, producto de toda una vida de trabajo físico y de artes marciales, hombros anchos e imposiblemente fibrosos, bíceps bien torneados, vello rubio, muy ligero, entre los dos poderosos pectorales, abdominales perfectamente delineados que terminan en una cintura estrecha, caderas que sobresalen por encima de la cintura del pantalón, que cae un poco bajo, justo lo suficiente... carraspeo un poco y me rasco la cabeza. De pronto me da la impresión de que en la cabaña minúscula hace mucho calor. Dan me dirige otra descarada y blanquísima sonrisa y se baja los pantalones con gran soltura.

Monsieur M. le contempla igualmente desde el otro lado de la habitación, recoge su copa de Scotch del suelo y gruñe: -"Tú sobre todo no te cortes. Ponte cómodo." Y se va al mostrador de la cocina. Busca una cerveza en la nevera portátil, que hemos llenado de nieve, y la abre. Se la tiende a Dan, que la coge sin decir palabra y le da un buen trago. Así, en bóxers. Ajustados. Que le quedan gloriosos, todo hay que decirlo.

Me rasco de nuevo la coronilla, siento la súbita urgencia de enterrar la cabeza en un banco de nieve para refrescarme un poco, y, para disimularla, hago un intento de ironía: -"Eso, estás en tu casa. Por cierto, creía que querías tomar algo caliente". Hago un esfuerzo titánico por mirarle a la cara mientras le hablo. Los bóxers son negros. No sabía que Dan tenía tan poco vello. Tampoco sabía que tenía un tórax bastante inolvidable. Me pregunto si meter el cráneo bajo el grifo quedaría raro ahora mismo. Descarto la idea.

-"Aah", suspira Dan, saboreando la cerveza. -"Después de la cerveza. Porque imagino que no me vais a mandar de vuelta, ¿no?" Me mira haciendo un intento de ojos de perro labrador.

-"Jrumpf. No me des ideas." Gruñe monsieur M. Casi se me había olvidado la dinámica de estos dos cuando están juntos: son como un viejo matrimonio. 

Rodeo con cierta precaución al hombre semidesnudo de pie en medio del salón, sin poder evitar una última ojeada furtiva a un par de glúteos bien firmes, y me pongo a hurgar en nuestras bolsas, bastante acalorada. Tiendo una toalla a nuestro amigo. Dan me da las gracias y se frota el torso sin prisas, casi con cierta deliberación. Mientras, monsieur M., apoyado en el mostrador de la cocina, que parece diminuta en contraste con su gigantesca silueta, da un sorbito a su whisky, mirándolo con el ceño fruncido y los ojos entrecerrados. Dan termina de secarse la cabeza, dejando el pelo rubio oscuro en un -demonios- atractivo remolino, y procede a rebuscar en su mochila. Mientras se viste, nos cuenta el por qué de su visita. Lo miro con un poquito de nostalgia mientras habla y se pone unos vaqueros y se abrocha la camisa de franela a cuadros.

-"¿No ibas a pasar la Nochebuena con esa anciana tía tuya que está sola en la residencia?" Le suelta monsieur M. Yo aún intento recuperar el uso del cerebro y estoy contenta de que otro se ocupe de la conversación.  

-"Vaya," dice Dan, con una mueca irónica, sentándose en el sofá en el que hace apenas diez minutos nos hacíamos arrumacos M. y yo, y poniéndose unos calcetines entre trago y trago de cerveza, -"si no te conociera tan bien, casi diría que estás intentando hacerme sentir culpable." Pausa. Trago. -"Ha ocurrido lo que nunca se espera uno en estos casos."

-"¿Tu tía ha muerto?", pregunto, llena de compasión.

-"Oh, no." Dan bebe otro trago. -"Tante Henriette está en plena forma. En todo caso, en plena forma para alguien de 87 años. Tan en forma, que se ha echado un amante. Un novio, lo llama ella. Y cuando he llegado a su cuarto, parece que he interrumpido una celebración romántica de la Nochebuena."

-"No me digas." Masculla monsieur M. Lo miro con aire de reproche.

-"No sabía que a su edad aún era capaz de, ajem, tanta elasticidad." Dan parece un poco azorado, algo bastante poco frecuente en él. Sacude la cabeza, como para disipar una imagen, y bebe otro trago.

-"¿Qué edad has dicho que tenía tante Henriette?" pregunto, el ceño un poco fruncido.

-"87. Casi 88."

-"Wow. Tienes que preguntarle qué suplementos vitamínicos toma. Yo tengo 38 y apenas aguanto despierta hasta las diez", comento.

-"Eso es porque la compañía te aburre, beauté."

Mirada aviesa de monsieur M., que se limita a decir: -"Alguien va a dormir fuera. Atado a un árbol. Desnudo, ya que parece su estilo." Le hago callar con un gesto impaciente.

-"El caso es que a la buena de mi tía se le había olvidado llamarme para avisarme. Y lo peor ha sido cuando me despedía, me ha dicho que si no tenía planes para pasar la Nochebuena con nadie podía quedarme con ellos. Mi tía octogenaria, la que tiene una vida sexual más animada que la mía. Invitándome por lástima." Suspira, y vacía el botellín de un último trago. Lo mira, un poco sorprendido. Yo también estoy sorprendida.

La soltería de Dan es algo que nunca deja de sorprenderme. Y no es porque le falten las candidatas, he visto bien cómo lo miran las mujeres cuando organizamos una fiesta en casa: como se mira al último bombón de la caja. Me consta que no lleva una vida de monje. Pero aparte de amoríos ocasionales, desde que lo conozco nunca ha tenido una compañera estable. Presiento que Dan es un romántico, y que espera a la famosa "persona correcta". Siempre que se expresa en esos términos (y no es que le haya sonsacado a menudo sobre el tema, es muy reservado en lo tocante a su vida amorosa, lo que sé lo sé en gran parte por monsieur M., su más antiguo amigo) me da un poco de miedo que Dan espere toda su vida y se quede solo. Me parecería un gran desperdicio. Sobre todo después de lo que acabo de ver.

-"Así que me ha entrado una nostalgia repentina y he decidido arriesgarme a fastidiaros las vacaciones y pasar la Nochebuena con un par de buenos amigos." Añade, mirándonos con una expresión sospechosamente cercana a la ternura. Se me hace un nudo en la garganta y se me humedece el rabillo del ojo. Sentada en la mecedora de frente al sofá, alargo la mano hacia su rodilla, y estoy a punto de responder con algo sentimental y afectuoso cuando Dan completa su frase guiñando un ojo a mi enorme marido: -"...y algo me dice que tu chica me echaba de menos, M. Mi encanto arrasador, ya sabes." Sonrisa impertinente. Adiós momento emotivo. El comentario se me muere en la garganta e interrumpo el movimiento de la mano.

Presa de irritación veo que monsieur M. sonríe y responde: -"Probablemente. Hace mucho que nadie la exaspera. Yo tengo la mala costumbre de intentar hacerla feliz. ¿Otra cerveza?"

-"Oui. Hacerla feliz. Muy noble. Podrías empezar por irte a dar una vuelta y dejarnos solos." Aquí, me mira y su sonrisa me parece resueltamente insufrible.

-"Ehm, no sé si te has dado cuenta, con la falta de sutileza que te caracteriza, pero has interrumpido algo." Dice con aire petulante monsieur M., que parece empezar a divertirse de verdad. Le tiende otra cerveza. Mi irritación aumenta un par de enteros.

Dan me mira de arriba a abajo, empezando por el grueso jersey de cuello alto y terminando por el enorme par de calcetines de esquí: -"Oops. Lo siento. Veo que ya habíais sacado la lencería de lana. ¿Qué he interrumpido exactamente? ¿Una partida de bridge?"

-"Ey, la culpa no es mía si en tu barraca hace un frío que pela. No entiendo cómo no aislaste mejor las paredes, tuviste el mejor maestro." Monsieur M. abomba un poco el ya enorme tórax, con exagerada suficiencia .

Temiendo que de las habilidades sexuales ahora pasen a un duelo sobre las capacidades en construcción, y consciente de que una vez lanzados no hay quien los pare, interrumpo: -"Y digo yo que que para seguir acordes a este ambiente cargado de testosterona podríais saludaros como amigos de verdad, girando uno en torno al otro, y husmearos mutuamente. Y ya puestos, podríais levantar la pata y marcar las cuatro esquinas del chalet. Es sólo una sugerencia." Monsieur M. se ríe por lo bajo.

-"¿Imagino que os sobran las provisiones?" Dice Dan, mirando hacia la cocina. No es realmente una pregunta. Suspiro, me levanto y preparo lo necesario para calentar un bol de sopa. Monsieur M. abre la puerta de la estufa y alimenta el fuego con un par de leños.

-"Sopa minestrone, un poco de pan y queso y unos scones de naranja y arándanos que supuestamente eran nuestro desayuno de Navidad,--"

-"Te señalo la palabra nuestro desayuno. De los dos. Un desayuno navideño romántico. Los dos. Solos." Me interrumpe monsieur M. Le echo una mirada airada para llamarlo al orden. A Dan el comentario no parece afectarle en lo más mínimo.

-"--...pero que irán muy bien como postre", termino de recitar, sin ofrecer opciones. Sé que Dan va a apreciar lo que le sirva, sea lo que sea.  

Dan acaba apenas de devorar la última cucharada y yo de poner los scones en un plato para completar su cena, cuando oímos el ruido de una motonieve.

-"¿Alguien que anda perdido?" Se pregunta Dan en voz alta, extrañado, el plato vacío aún encima de las rodillas.
El motor de la motonieve enmudece, unos pasos rápidos resuenan en las escaleras del porche y llaman a la puerta. -"Para un chalet alejado de todo, aquí hay más tráfico que en pleno centro de Montreal", rezonga monsieur M. mientras va a abrir. La cara radiante de Lady D. brilla en la puerta. -"¡Feliz Navidad, monsieur M.!" El casco aún en la mano, se precipita a abrazarlo. Monsieur M. me mira con cara de no entender nada, mientras intenta responder al abrazo.

Lady D. se sacude la nieve de las botas y yo me acerco a darle dos besos. Y a preguntarle con la mayor diplomacia posible qué demonios hace aquí. Antes de que pueda pedirle explicaciones, me suelta, alegre: -"Jules está descargando. ¡Espero que no hayáis cenado todavía!"

Mientras Lady D. me asalta con unos besos, vuelvo la cabeza hacia monsieur M. y levanto las cejas en un gesto mudo de perplejidad.

Monsieur M. se sirve otro chupito de Scotch, se apoya de nuevo en el mostrador de la cocina, y cruzando los brazos de coloso comenta: -"Y bien, que vivan las navidades en la soledad del bosque."

(CONTINUARÁ)

SCONES SEXY (BUENO, DE DESAYUNO NAVIDEÑO) DE NARANJA Y ARÁNDANOS*

(* Nota: La palabra "arándanos" en español se utiliza para dos tipos de bayas que en inglés tienen nombres diferentes, porque sus sabores y colores también son muy diferentes, como las blueberries y las cranberries, que no existen realmente en España. Estos scones están hechos con cranberries, rojas y ácidas, son las bayas típicas de las recetas de Acción de Gracias y de Navidad, se suelen usar en postres y en el relleno del pavo.) 

INGREDIENTES :
(Para unos seis scones de tamaño respetable, una docena si los cortáis más pequeños. Lo sexy de la receta dependerá de vosotros y las circunstancias.)

  • 1 taza y 1/2 de harina integral
  • 1 taza y 1/2 de harina blanca, tamizada + un poco más, por si acaso
  • 1/2 taza de azúcar (para los diabéticos, en esta receta se puede sustituir el azúcar por algún edulcorante)
  • 4 cucharaditas (de té) de levadura en polvo
  • 2 cucharaditas de canela
  • 1/2 cucharadita de sal
  • 1/2 cucharadita de clavo molido
  • 1/2 cucharadita de nuez moscada (recién rallada, si es posible)
  • 1/2 taza de mantequilla fría del frigorífico (o margarina vegetal no hidrogenada, de forma excepcional y porque ésta es una receta "sin culpa") 
  • 1 cucharada sopera y 1/2 de ralladura fresca de naranja
  • 1/2 taza de arándanos (cranberries) frescos o congelados, cortados por la mitad. Si no encontráis, los arándanos secos pueden ir estupendos. O frambuesas, o grosellas, frescas o congeladas. Si aún así no encontráis ninguna de esas frutas, unas guindas rojas en almíbar pueden dar a los scones el toque navideño. El sabor no será el mismo, porque los arándanos son ácidos. Pero también estarán buenos. 
  • 1 taza (menos una cucharada sopera, medir la taza y luego quitar la cucharada) de suero de leche bajo en grasa (buttermilk). Es fácil hacerlo uno mismo. O sustituírlo por yogur natural descremado sin azúcar, o yogur de soja para los vegetarianos estrictos (no he probado a hacer la receta con yogur de soja, así que no puedo garantizar el resultado).
  • 1 cucharada sopera de zumo de naranja
  • 1 cucharada sopera y 1/2 de suero de leche, para pintar los scones. O simplemente leche (agua para los vegetarianos).
  • 2 cucharadas soperas de azúcar, para echar por encima
  • 1 cucharada sopera de canela, para echar por encima

ELABORACIÓN

Precalentar el horno a 220º. Enmantequillar una fuente redonda (un molde de tarta sirve) o una bandeja de horno (o cubrirla de papel de hornear).
Mezclar las harinas, el azúcar, la levadura, las especias y la sal en un gran bol, pasando todo por el tamiz excepto la harina integral. Con un rallador con agujeros grandes, rallar la mantequilla encima de la mezcla de harinas. Si utilizáis margarina vegetal, que suele ser demasiado blanda para rallarla, cortad "pegotitos" de margarina distribuyéndolos encima de la mezcla de harinas. Incorporar la ralladura de naranja. Con los dedos o con dos tenedores, mezclar groseramente la mantequilla y la ralladura en los ingredientes secos. La mezcla tiene que tener un aspecto grumoso, sin grandes amasijos de mantequilla. Importante: el resultado de esta etapa no debe de ser una masa, no tenéis que amasar, es importante trabajar la mezcla lo mínimo posible.

Añadir los arándanos (o las guindas,  bien escurridas) y mezclar rápidamente.

Verter el suero de leche o el yogur y el zumo de naranja y mezclar hasta que todo empiece a adquirir aspecto de masa. Enharinar la superficie de trabajo y volcar la masa en ella. Amasar lo más brevemente posible, añadiendo harina si es necesario, (lo m­ínimo, justo para evitar que la masa se pegue tanto que no sea posible amasar). Si se utiliza un molde de tarta, formar una bola con la masa y aplastarla hasta formar un disco de unos dos centímetros de espesor. Meterlo en el molde, y cortarlo con un cuchillo como si fueran raciones de tarta. Si se utiliza una bandeja, podéis cortar los scones con un cortapastas redondo. Tened cuidado de no trabajar ni recalentar demasiado la masa cada vez que volváis a formar una bola con los recortes.

Mezclar en un bol las dos cucharadas de azúcar con la canela. Con una brocha, pintar la masa con un poco de suero de leche (o de leche), y espolvorear con la mezcla de azúcar y canela.

Hornear unos 20 minutos, o hasta que estén doraditos. Recién sacados del horno están deliciosos. Podéis preparar la masa la tarde anterior, guardarla en el frigorífico y hornearlos el día de Navidad.






lunes, 13 de diciembre de 2010

Un cuento de Navidad montrealés: Navidades de bolsillo (parte 2). Cookies navideñas blanditas.

Dicho y hecho. En cuanto nos lo permiten nuestros mutuos trabajos, monsieur M. y yo empaquetamos nuestras raquetas, botas, esquíes, ropa de más abrigo, libros y unos cuantos platos cocinados de antemano, y pedimos a nuestra amable vecina (la dueña de Víctor, gato albino y depresivo) que dé de comer a Julieta y Alfonso durante nuestra ausencia. Normalmente le pedimos ese favor a Lady D., amiga "gatófila" que adora a nuestros felinos, pero como esta vez nos vamos de incógnito no queremos prevenir a nadie, no sea que se chive a la familia.

Así partimos en la aurora del 24 de diciembre rumbo al chalet de Dan, cual ladrones en la noche, riéndonos mucho entre dientes (bueno, yo normalmente empiezo a reír después del primer café, porque antes es que no soy persona) y prometiéndonos unas vacaciones de Navidad dignas de ese nombre: llenas de descanso. Y tiempo libre. Como las malas personas que somos los dos en el fondo, nos regocijamos pensando en que el resto de la humanidad (al menos la de tradición cristiana) va a pasar la jornada corriendo de tienda en tienda, de atasco en atasco, haciendo humear la tarjeta de crédito y la cocina.

Durante las tres horas que dura el trayecto hasta la remota cabaña de Dan hacemos planes sobre los paseos en raquetas que nos vamos a dar, y los libros que no hemos tenido tiempo de leer y que pensamos terminar en la paz del bosque de los Laurentides.

La casita en la que Dan pasa la mitad del año retirado del mundo se encuentra enfrente de un gran lago -en estas fechas completamente helado-, en lo que en Quebec se llama un ZEC (zone d'exploitation contrôlée), que es algo así como el equivalente quebequés a un coto de caza público en España. El gobierno de Quebec sortea un cierto número de parcelas en estas tierras salvajes, y los afortunados ganadores pueden construirse un pequeño refugio o chalet (dentro de unas normas estrictas), pero no pueden especular con el terreno. De esta manera, el gobierno mantiene mínimamente poblada lo que si no sería una superficie de tierra salvaje impensable en Europa, y con esta presencia del equivalente moderno de los colonos (Dan se refiere a los habitantes de los ZEC como "colonos de fin de semana") los cazadores furtivos son mantenidos a raya. Los terrenos implantados están alejadísimos unos de otros por hectáreas y más hectáreas de bosque habitado sólo por osos, renos, alces y ciervos, hay más probabilidades de que a uno le parta un rayo que de que se encuentre con un ser humano. Las parcelas por supuesto no tienen ni electricidad ni agua corriente, porque en el vasto territorio de la provincia de Quebec no hay suficientes habitantes que paguen impuestos como para llevar esos servicios a zonas tan alejadas. La gente que se construye un chalet en un ZEC sabe ser autosuficiente: generadores, estufas de leña, placas solares y cuartos de baño en un cobertizo exterior a la casa, a la antigua usanza. Radio para comunicarse en caso de urgencia, porque la señal del teléfono móvil no llega hasta aquí. Moto todoterreno en verano y motonieve en invierno, porque la pista forestal que lleva hasta unos 25 kilómetros de donde Dan ha construido su casita deja de ser una pista y se convierte simplemente en un tramo de bosque ligeramente menos denso que el resto.

Para solitarios y cazadores como Dan, poder vivir en un sitio así es el paraíso. Tiene la caza en la puerta de casa y el único ser vivo que podría llamar a su puerta sería un oso que ha olido lo que Dan se esté friendo para la cena. Para alguien como yo es perfecto como escondrijo navideño, pero en unas circunstancias más normales no podría pasar el invierno entero teniendo que vestirme por completo (parka, gorro, botas y guantes) para ir al cuarto de baño. Y lavándome con una palangana. Sin mencionar que ni sé disparar ni me planteo el aprender, y por las historias que Dan me ha contado, me da la impresión de que en su pedacito de paraíso es mejor salir a sacar la basura con la carabina cargada. Y que si a uno se le termina la leche, la tienda más cercana está a una hora y cuarto de coche más cuarenta minutos de motonieve.

Cuando llegamos al claro en el que Dan tiene aparcada su motonieve, (gracias al GPS de monsieur M., que también podría llamarse monsieur Gadget), es media mañana de un d­ía de invierno frío, soleado y cristalino, en el que la nieve recién caída brilla como polvo de diamantes. Monsieur M., en su elemento, me explica cómo cargar el equipaje en el remolque atado a la Ski-Doo, un trineo largo que se compone de un cajón de madera rectangular con toldos para cubrir la carga y agujeros para atar los toldos por medio de gomas. Entre los dos apilamos nuestras cosas con bastante eficiencia. Miro la motonieve con aprensión, y aunque ya sé la respuesta, le pregunto de nuevo a monsieur M, que me espera ya encaramado al vehículo: -"Euh, ¿seguro que sabes conducir este trasto?". Monsieur M. resopla, mitad de risa mitad de impaciencia y dice: -"Mejor que un coche, mon p'tit porc-épic. Las he utilizado durante décadas en el trabajo. Allez, sube. Y ponte el casco."

Respiro hondo, me coloco el casco, me pongo los guantes y subo al trasto infernal, me agarro a la cintura de monsieur M. y digo entre dientes: -"Que la aventura nórdica comience." Monsieur M. arranca y lanza un -"¡¡Wooohooouuu!!!" digno de un chaval de diez años.


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Cuarenta minutos y mucho miedo más tarde, llegamos al Varykino particular de Dan (sí, durante mi estancia pienso releerme "Doctor Zhivago", el ambiente es ideal para ello) : una casita de madera de dos pisos, hecha de tablas de cedro natural, que aún conserva su tono rojizo en las zonas que no han sido cubiertas por la nieve que en este lugar parece azotar violentamente, a juzgar por los ventisqueros contra las paredes de la casa. Una galería rodea parcialmente la construcción. En un rincón alejado de lo que en verano debe de ser el huerto, se alza el cobertizo del cuarto de baño: también de madera, el tamaño parece el justo para permitir que una persona se siente en el "trono" y cierre la puerta. Pegado a la puerta trasera de la casita hay otro cobertizo al que le falta una pared: es la reserva de madera para la cocina y la estufa. Cuando entramos compruebo con alivio que la cabaña de Dan es espartana pero tiene todo lo necesario para estar cómodo: la planta baja, cuadrada, mide unos cuatro metros cuadrados. En un extremo, un viejo sofá cubierto de una manta de lana enfrente de la estufa de leña constituye la zona de estar. Una mesita de café improvisada con una cajón de madera con una pila de revistas de artes marciales y de caza, y una mecedora de madera a un lado del sofá. La mecedora está cubierta con una piel marrón de un animal que no soy capaz de identificar. Pienso en mis chistes sobre la piel de oso frente al fuego y me da un poco la risa.

En el extremo opuesto, la cocina, pequeña, con unos fogones cubiertos de unos azulejos que reconozco rápidamente: son los que sobraron de reformar nuestro cuarto de baño en la barraca montrealesa. Dan lo ha hecho todo él mismo, y ha aplicado la norma del reciclaje. Me sorprende ver un grifo a pompa para el agua en el fregadero: mientras enciende el fuego, monsieur M. me explica que Dan utiliza ese sistema a la antigua para bombear agua del lago y utilizarla para lavar. El agua potable la extrae de un pozo artesiano que hay en el terreno.

Unas escaleras que son un cruce entre un escalera de mano y unas escaleras propiamente dichas (en realidad es una escalera de mano muy cómoda, si tal cosa es posible, con un pasamanos y peldaños anchos que casi pueden ser calificados de escalones) llevan al piso de arriba, que más que un piso es un altillo, ya que no cubre toda la planta baja. Iluminado de forma muy agradable por un tragaluz en el techo a dos aguas, contiene (un pillín, este Dan) una cama doble de dimensiones más que respetables, cubierta de un edredón de -oh, albricias- plumas. Un par de taburetes de madera hacen las veces de mesillas de noche, en uno de ellos hay una lámpara de gas de las que se utilizan en cámping, y en el otro una palmatoria con una vela. El techo es un poco bajo para monsieur M., pero aparte de ese pequeño inconveniente, él también se muestra agradablemente sorprendido. El cubil de Dan es casi un bed and breakfast.

-"Sólo faltan Ricitos de Oro y una cama pequeña y una mediana", digo, contenta, sentándome en la cama para probar el colchón. En lugar de un colchón de muelles reconozco inmediatamente un futón japonés. Cómo no. -"Pues yo me quedo con la grande", dice monsieur M., también de buen humor, tumbándose a mi lado, los brazos cruzados tras la nuca. -"El amigo Dan está bien instalado."

-"Creo que a no ser que un oso pardo consiga meterse en la cama con nosotros por la noche, aquí voy a estar estupendamente", digo, tendiéndome yo también y apoyando la barbilla en su pecho.

-"Parece que el fuego empieza a caldear un poco el nido. He visto una kettle antigua, de las de poner encima del fuego. ¿ Qué me dices de un té?", me pregunta monsieur M, contorsionando el cuello para mirarme.

-"Nunca digo que no a un té. Y he traído una caja de cookies navideñas, unas maravillas oscuras y especiadas, blanditas, hechas con jengibre fresco, chocolate negro, almendras y melaza. Si no se han congelado por el camino, acompañarán perfectamente nuestro primer té en la paz y tranquilidad del bosque." 

Media hora más tarde estamos estirados en el sofá escuchando el agradable crepitar del fuego, los pies apoyados en otra caja de madera que M. ha encontrado por ahí, cubiertos con la manta de cuadros, masticando galletas de jengibre, bebiendo té, y haciendo planes: ¿Qué hacemos primero? ¿Un paseo en raquetas? ¿Una partida de Scrabble junto al fuego? (Monsieur M. propone su variante personal, el strip-Scrabble, y se gana un cordial puñetazo en el hombro). Decidimos pasar la tarde explorando los alrededores de nuestro refugio en raquetas.

Volvemos de la caminata al crepúsculo, con las piernas cansadas y las mejillas rojas por el aire frío, las retinas maravilladas por la belleza helada del lago frente al que se encuentra el chalet. Tras haber dado cuenta de una buena sopa y una fondue de queso (hemos venido bien equipados), nos encontramos de nuevo arrebujados en el sofá, a la luz de unas velas, bebiendo una copita de Bayleys (yo, de manera excepcional) y de Scotch, monsieur M. (que tiene sus clásicos), mirando al fuego y comentando que es bastante más entretenido que lo que dan en cualquier canal del cable a estas horas. Afuera ya ha anochecido y nieva mansamente. Cuando andamos felicitándonos -una vez más- de nuestra estupenda idea de ocultarnos en este paraíso en Nochebuena, e intercambiando algún que otro besito prometedor, oímos un par de golpes en el porche. Nos paralizamos a medio camino de uno de esos besitos, sobresaltados, las narices pegadas la una contra la otra.

-"¿Qué es eso?", susurro, alarmada, mirando a los ojos de monsieur M., que parecen desenfocados desde tan incómoda proximidad.

-"¿Un oso pardo? O peor: ¿La familia?", responde monsieur M., eterno guasón.

Lo aparto y me siento erguida en el sofá. -"No tiene gracia. De verdad que el ruido ha sido justo junto a la puerta. Me ha asustado."

Monsieur M. susurra, con expresión falsamente contrita: -"Perdona, mon p'tit hérisson. Tienes razón. Sólo de pensar en mis sobrinos y sus estómagos sin fondo, yo también tengo miedo. ¿Has escondido la comida?"

Estoy a punto de soltar una barbaridad cuando suenan otros golpes en el porche, esta vez contra la pared de la cabaña. Ahora monsieur M. también se sienta muy derecho, dejando la copa en el suelo, el gesto súbitamente alerta. Empieza a decir algo que suena como: -"Sube al dormitorio. Voy a por la carabina--" cuando la puerta se abre de golpe, dejando entrar una oleada de aire frío y un remolino de copos de nieve. Los dos pegamos un salto en el sofá.

Una silueta se recorta contra el marco de la puerta. La silueta es humana, menos mal. ¿Menos mal? Tras el alivio momentáneo, todas las películas y series policiacas que he visto en las que un maníaco homicida desmiembra alegres campistas en el bosque desfilan por mi mente en un parpadeo. El desconocido, que lleva una parka enorme, con la capucha echada sobre la cabeza y un pasamontañas negro y gafas de esquí cubriéndole la totalidad del rostro, da un último golpe, permitiéndome identificar el motivo del ruido que nos ha sobresaltado: se sacude la nieve de las botas golpeando una contra la otra. Para un maníaco homicida, es bastante educado, pienso fugazmente. No quiere empaparnos el suelo. Un vozarrón que sale del pasamontañas y que reconozco inmediatamente resuena en el espacio exiguo de la cabaña, atronador: -"¡JO, JO! ¡Feliz Navidad, tortolitos! ¿No tenéis nada caliente que ofrecerme?"

Monsieur M. y yo exclamamos a un tiempo, atónitos: -"¡¿DAN?!"

(CONTINUARÁ)

COOKIES NAVIDEÑAS BLANDITAS (DE CHOCOLATE NEGRO, ALMENDRAS, MELAZA Y JENGIBRE)


INGREDIENTES (PARA UNAS DOS DOCENAS DE DELICIOSAS GALLETAS):


  • 1 taza de harina integral (también puede ser blanca, si no sois integristas del integral)
  • 1/2 taza + 1 cucharada sopera de harina blanca
  • 2 cucharaditas y 1/2 de jengibre molido
  • 2 cucharaditas de canela molida
  • 1/2 cucharadita de clavo molido
  • 1/2 cucharadita de nuez moscada (mejor recién rallada, pero molida también puede valer)
  • 1 cucharada sopera de cacao negro en polvo, puro al 100% y sin azúcar
  • 1 pizca de sal
  • 1/2 taza de mantequilla sin sal a la temperatura ambiente (margarina vegetal si queréis regalar las cookies a un vegetariano estricto, son perfectas porque no llevan huevo)
  • 1 cucharada sopera y 1/2 de jengibre fresco rallado, y 1 cucharadita de su jugo
  • 1/2 taza de azúcar moreno, bien compactado al medirlo
  • 1/2 taza de melaza (si no encontráis, podéis sustituirla por miel, aunque el sabor de las galletas será diferente, la melaza tiene un toque de regaliz que no tiene la miel)
  • 1 cucharadita de bicarbonato
  • 1 cucharadita y 1/2 de agua caliente
  • 200 gramos de un excelente chocolate negro, troceado
  • 1/4 de taza de almendras picadas
  • 1/4 de taza de azúcar blanco

ELABORACIÓN :

Cubrir dos bandejas de horno con papel de hornear. Tamizar en un bol grande los ingredientes secos: la harina, las especias, la sal, el cacao (todo excepto el bicarbonato y el azúcar). En otro bol, batir la mantequilla hasta que tome el punto pomada. Añadir el jengibre rallado y el jugo de jengibre, y batir bien (unos 4 minutos en un robot de cocina). Incorporar el azúcar moreno y seguir batiendo hasta que la mezcla esté ligera y cremosa. Añadir la melaza y mezclarla bien.

En una taza, disolver el bicarbonato en el agua caliente. Reservar. Incorporar la mitad de la mezcla de harina e ingredientes secos en la mezcla de mantequilla. Verter el bicarbonato disuelto, y batirlo todo bien. Cuando todo esté bien incorporado, mezclar el resto de la harina. Una vez todo bien batido, añadir el chocolate troceado y las almendras picadas. Cubrir la masa con un plástico en el mismo bol y refrigerar unas dos horas, o toda la noche.

En el momento de hornear, precalentar el horno a 165º. Hacer bolas de masa de unas dos cucharadas de té, y hacerlas rodar en el azúcar blanco. Colocarlas en la bandeja sin aplastarlas. Hornear unos 13 a 14 minutos, hasta que la superficie empiece a agrietarse. Estas aromáticas cookies son de textura más bien chiclosa, no crujiente. Si se desean crujientes, hornear unos tres minutos más.

Dejar enfriar cinco minutos en la misma bandeja, y después pasarlas con cuidado (son blandas, se rompen fácilmente) a una rejilla de repostería para que se enfríen del todo. En una caja bonita, pueden ser un regalo estupendo. 

lunes, 6 de diciembre de 2010

Un cuento de Navidad montrealés: Navidades de bolsillo (Have Yourself a Merry Little Christmas). Parte 1.


(Imagen de Anne Taintor)

-"¿Qué quieres hacer QUÉ?" - exclama monsieur M., atónito, doblando La Presse y dejándola caer encima de la mesa del desayuno.

-" Escapar de las navidades este año." -respondo, impertérrita, dándole un mordisco a la tostada.

Monsieur M., mi legítimo consorte, es enorme, es budista, es zen y ha eliminado el apego, y no se sorprende fácilmente. Lo cual puede ser un poco irritante algunas veces. Por eso esta fría mañana de principios de diciembre en Montreal saboreo su sorpresa casi tanto como la tostada de mi desayuno tardío. No porque me haya levantado tarde (considero que las ocho de la mañana de un sábado es bastante temprano para una española-canadiense), pero cuando una vive con un tipo grandón que se afeita la cabeza y se despierta los sábados a las cinco de la mañana en plena forma (de forma natural, aclaro, sin golpes de bates de béisbol, ni despertador, ni anfetaminas) y se pone a meditar sentado en un cojín, es fácil terminar con fama de dormilona. Inmerecida, proclamo.

-" ¿De verdad he oído bien? Me ha parecido entender que quieres saltarte las navidades. . Jingle Girl. La que el uno de diciembre se apresura a decorar toda la casa, salvo el portarrollos de papel higiénico, y eso porque aún no has tenido tiempo de fabricar algo para decorarlo. La que hace galletitas de jengibre y pasteles de frutas para regalar a los vecinos y compañeros de trabajo, la que me hace ver "Qué bello es vivir" TODOS los años bebiendo ponche de huevo (puaj) y la que me tortura con "Have Yourself a Merry Little Christmas", la versión lacrimógena de Judy Garland, nada menos, y con "White Christmas", de Bing Crosby--"

-"Alto ahí, chicarrón ¿qué me dices de tu disco "Elvis Sings Christmas"?" - interrumpo, enarcando una ceja.

- "Eso es diferente. Es Elvis." - Monsieur M. hace un gesto con la mano, como apartando el tema. -"Pero, ¿en serio que quieres saltarte las navidades?"

Mastico tranquilamente y me llevo una taza de café a la mesa.  La taza es roja y verde y luce la frase "You Jingle my Bells, Babe". Un regalo de uno de mis ex alumnos de secundaria con una glándula suprarrenal hiperactiva. -"No, no estoy hablando de saltarnos las navidades. Estoy hablando de huir de las navidades de todos los años. Escapar. Fugarnos. Evadirnos. Desaparecer. Si necesitas algún sinónimo más, tengo muchos diccionarios." - Sorbo de café. Aparto el cinturón de la bata, que ha caído en medio del charco de mermelada de fresa que adorna mi tostada, y me aplico a limpiarlo con la servilleta. Por las mañanas siempre me alegro de no tener que conducir maquinaria pesada.

Gruñido sordo de monsieur M.  -"Capto la idea, gracias. Pero lo que no entiendo es lo que te ha pasado, de repente,  ¿ya no te gustan las navidades?" - me mira, incrédulo. Éste es el hombre que por mí ha arrastrado abetos enormes hasta el salón, recorrido supermercados y supermercados el día de Nochebuena en busca de arándanos frescos, o crackers, o sidra espumosa o cualquier otra majadería indispensable para la cena, y sufrido congelaciones parciales de dedos de las manos colgando luces decorativas en la fachada de la barraca montrealesa. Sencillamente, no puede creer que Mrs. Claus se haya transformado en Scrooge, de golpe. La expresión con la que me examina está a medio camino entre la diversión y la preocupación. -"Uhm, ¿no será que necesitas otro café? Tú no eres lo que se dice matinal, mon p'tit loup enragé." 

-"Otro café estaría bien, gracias. Pero no, no es eso. Las navidades me siguen gustando. Es sólo que estoy cansada, M. Me siento agotada, quemada, vieja. No, no vieja, milenaria. Estos dos últimos años han sido un maratón olímpico. Entre terminar de revolucionar el mundo de la lingüística, las reformas de la choza montrealesa, los sobresaltos de salud, la pasada visita navideña de Santa Madre y la búsqueda de empleo, estoy molida. No me veo con fuerzas de enfrentarme a las navidades tradicionales quebequesas (ni españolas, la verdad). Para ser franca, no me veo con fuerzas ni de peinarme esta mañana." -tomo aire, inspirando sonoramente. Me atuso el pelo, que parece un cruce del cardado de Doris Day con Tina Turner sobrecargada de electricidad estática.

Y prosigo: -"Es todo lo que hay que hacer y lo poco que me apetece hacerlo. El reparto de platos de la cena colectiva, platos que cuesta preparar un día entero y que tus sobrinazos engullen sin masticar (y con ketchup, argh)... además del exceso de carne típico en la cena navideña de Quebec, que es demencial para una casi-vegetariana como yo: el pavo nadando en guisado de albondiguillas, la tourtière que lo corona todo... la Navidad para mí es una larga indigestión que comienza en la primera fiesta con los colegas del trabajo, en la primera semana de diciembre, y se termina el 6 de enero. Sólo de pensarlo ya me palpita el hígado." - Suspiro de nuevo, dejando la tostada a medio terminar en el plato y mirando por la ventana de la cocina. El patio ya está cubierto de una capa blanca, y la nieve sigue cayendo en copos minúsculos. Apoyo la barbilla en una mano.

-" Y después de la cena promocional del escorbuto, viene el fregado colectivo que nunca es realmente colectivo porque tus sobrinazos desaparecen... por no hablar del intercambio de regalos absurdos: ¿quién demonios quiere pasar una tarde pegándose con compradores desesperados por conseguir la última vela con olor a canela sintética en tiendas  abarrotadas, y sudando en el metro de vuelta porque está demasiado lleno como para poder quitarse la parka? Te aseguro que el 22 de diciembre lo que abunda en el metro no es precisamente el espíritu navideño, sino la axila maloliente."

Dejo de mirar por la ventana y vuelvo la mirada hacia mi quebequés de marido, ese homérico y nórdico hombretón que me devuelve la mirada ahora francamente preocupado. Algo más brilla en el fondo de sus ojos de adorable hombre de las nieves:  ¿esperanza? 

Yo ya estoy lanzada: -"No me malinterpretes, no tengo nada contra tu familia. Siempre han sido muy amables conmigo. De hecho, si se hubiera tratado sólo de la Nochebuena, creo que habría sacado fuerzas de flaqueza. Habría paleado el pavo, rellenado la nieve de la entrada, decorado los sobrinos. Todo eso."

Monsieur M. me sirve otro café: -"Lo necesitas, mon p'tit chardon" -murmura.

Añado leche y continúo, revolviendo frenéticamente con una cucharilla y salpicándome un poco la bata de cuadros (ya llevo tres cafés, otro más y me pongo a repintar las paredes del salón): -"...pero cuando el otro día me anunciaste que este año nos toca a nosotros invitar a todo el mundo en Año Nuevo (ya, ya sé que hemos conseguido escaquearnos hábilmente los tres últimos), me puse a pensar que en una semana tendríamos que volver a lidiar de nuevo con los sobrinazos, los platos sucios, los perros que aterrorizan a nuestros gatos (¿pero qué demonios tienen en tu familia en contra de dejar a los perros en casa?), los niños que vomitan el postre en la funda del sofá, los cuñados achispados y un poco tocones y las cuñadas que atrapan cogorzas agresivas. Ahí es cuando empecé a pensar: La. Fuga. Es. La. Solución." Puntúo cada palabra para darle más énfasis. Lo miro, la cuchara en el aire, los ojos ligeramente desorbitados.

Monsieur M. me devuelve la mirada con un aire cautivado, como contagiado de mi locura: -"Oh, oui."

-"La Gran Evasión, mon ours brun." Añado, agarrándole de las solapas. -"No hablo de escaparnos de todas las navidades. Sólo de lo que nos irrita de las navidades. Te estoy proponiendo unas navidades a pequeña escala, unas navidades en versión móvil, unas navidades de bolsillo." Me oigo a mí misma y me doy la impresión de estar vendiéndole una aplicación para el Iphone.

Monsieur M. vuelve momentáneamente a la realidad: -"Me encanta la idea. A mí ya sabes que no me vuelve loco esta orgía de consumismo y atracones. Pero hay que ser realistas, mon p'tit oursin: no tenemos pasta para tomar un avión a México y escapar del frío."

Sin soltarle las solapas, toda sonriente, casi gritando, respondo: -"¡No importa! ¡No tengo nada contra el frío y la nieve! Imagina: solos tú y yo, el bosque nevado, las vistas a un lago helado, paseos en raquetas, esquí de fondo,  un tazón de chocolate bien caliente, un pedazo de mi "What-the-Dickens-Whisky-Fruitcake", un buen libro, un fuego en la chimenea, una piel de oso ante el fuego..."

-"Eeh, no es por ser aguafiestas, pero todos los chalets* de Quebec ya están reservados desde enero pasado. Imposible encontrar uno libre sin  pagar una fortuna o sin un año de antelación."

-"Se te olvida uno. Uno que tú mismo ayudaste a construir. Uno que nos han ofrecido montones de veces, para cuando queramos ir: el chalet de Dan. Él pasa las navidades visitando a su tía en la residencia, es muy mayor, está sola y no tiene más familia." 

-"El chalet de Dan no tiene piel de oso frente a la chimenea."

-"Si ésa es la única pega, puedo desollarte uno de peluche ahora mismo." Guiño un ojo, intentando una expresión picarona. Sospecho que me sale más como un tic por exceso de cafeína.

-"Hecho. Tú llamas a Dan, yo me invento una excusa para la familia."

Es lo que me gusta de monsieur M. Una vez lanzado, no hay quien lo pare.

(CONTINUARÁ)



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(* Nota: un chalet en Quebec no es lo mismo que en España. Consiste en una cabaña pequeña en plena naturaleza, normalmente de madera, a veces sin electricidad ni agua corriente, dotados de una estufa de leña o una chimenea. Los más lujosos pueden ser casas completamente equipadas, pero no es lo que  la gente como  nosotros puede permitirse.)



(La receta no es nueva. Pero es un clásico tan apreciado en esta casa -y alrededores-, que he pensado que valía la pena volver a publicar el "What-the-Dickens-Whisky-Fruitcake". Este año en pastelitos individuales. Perfecto para regalo, muy portátil si planeáis unas navidades de bolsillo.)