sábado, 26 de febrero de 2011

Tres años de cocina montrealesa y un clásico para celebrarlo

Tres años (¡ya!) horneando, escribiendo, compartiendo lo horneado y lo escrito. Casi se me pasa por alto. Ya sabéis que últimamente la realidad y sus aspectos más inevitables me tienen bastante ocupada. Aunque, curiosamente, y a pesar de todas las ficciones con las que espolvoreo mis postres, mirando hacia atrás me doy cuenta de que mi realidad también asoma por estas líneas. Mucho más de lo que imaginan algunos, mucho menos de lo que creen otros. Siempre me gustó ese verso de Emily Dickinson:

"Di la verdad, pero dila sesgada."

Es mucho más interesante. Y, oh, cuánto más dulce.


GALLETAS CON PEPITAS DE CHOCOLATE (UN CLÁSICO)

No es la primera receta de chocolate chip cookies que publico, y con razón. Pocas cosas en repostería son tan fáciles de hacer y tan satisfactorias como las cookies norteamericanas. Existen tantas versiones de estas galletas como cocineros, y ésta es una de las que más me gustan de todas las que he ido experimentando y adaptando a mi forma de cocinar. Mi versión es exactamente a la imagen y semejanza de este blog: estas cookies son crujientes por fuera y tienen un centro blandito :-). Y aunque conservan toda la cochinez necesaria para que un dulce sea realmente un placer digno de ese nombre, les doy un par de toquecillos que mejoran ligeramente su calidad nutricional (y las atormentadas conciencias de las madres que se las den a sus retoños). Vamos, ni estas galletas ni el blog son recomendables como única  fuente de sustento, pero ambos tienen cierta sustancia.

INGREDIENTES (para unas dos docenas, dependiendo del tamaño):

  • 2 tazas de harina integral
  • 1/4 de taza de semillas de lino molidas
  • 1 cucharada sopera de Maizena (fécula de maíz)
  • 1/2 cucharada de té de bicarbonato sódico
  • 1 cucharada de té de sal gorda
  • 1 taza de azúcar moreno
  • 1 huevo de buen tamaño + 1 clara de otro, a temperatura ambiente
  • 1 taza de aceite vegetal de sabor ligero (canola, maíz, girasol...)
  • 2 cucharadas de té de extracto natural de vainilla
  • 2 tazas de pepitas de chocolate con leche (o un buen chocolate troceado a cuchillo), o 1 taza de pepitas y 1 de nueces picadas (para las mamás atormentadas por la culpabilidad)

ELABORACIÓN:

Precalentar el horno a 180 grados.  Mezclar en un bol la harina, el lino molido, la Maizena y el bicarbonato. Reservar.  En otro bol, batir bien el aceite y el azúcar hasta que este último se haya disuelto por completo y la mezcla esté más bien opaca y no se sienta el granulado del azúcar. Añadir la sal, el extracto de vainilla y los huevos, mezclando bien tras cada adición. Incorporar gradualmente la mezcla de harina, hasta obtener una masa homogénea. Terminar incorporando las pepitas de chocolate.
 
Cubrir dos placas de horno con papel de hornear (pergamino de cocina) y repartir la masa con dos cucharas soperas o una cuchara para servir bolas de helado (muy útil para estos menesteres), dejando una distancia de unos 5 cm. entre cada bola de masa. Aplastarlas muy ligeramente (aunque no es necesario, simplemente mejora la forma).
 
Hornear de 10 a 12 minutos, hasta que los bordes estén ligeramente dorados, pero el centro aún esté blandito. Dejar enfriar en la bandeja un par de minutos, y después pasarlas a una rejilla para que se enfríen del todo. Se conservan estupendamente a temperatura ambiente en una caja hermética, unos diez días. Creo. En esta casa nunca han durado tanto.

sábado, 12 de febrero de 2011

Especial San Valentín: Pastel de chocolate especiado.

"El matrimonio es la principal causa de divorcio" - Groucho Marx

"No hay nada en el mundo como la devoción de una mujer casada. Es algo de lo que ningún hombre casado tiene la menor idea." - Oscar Wilde


"El camino más rápido para llegar al corazón de un hombre es a través de su tórax." - Roseanne Barr


"Hace tanto tiempo que no practico el sexo que ya no recuerdo quién ata a quién." - Joan Rivers

"He vendido las memorias de mi vida sexual a un editor. Van a hacer un juego de mesa con ellas." - Woody Allen

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(Créeme, mamá. Es mejor que no leas esto.)


-"Si veo otro globo / oso de peluche / tarjeta / cojín / caja de bombones / molde de tarta / sartén para pancakes rojo-rosa en forma de corazón, me suicido. Mira, justamente ahí hay un McDonald's y empieza a ser hora de comer algo. Hablando de suicidio..." Gruñe monsieur M., arrastrando sus enormes y cansados pies por el centro comercial más monstruosamente descomunal de la provincia de Quebec.

Para que monsieur M., que es un tipo bastante colosal, zen, que ha eliminado el apego, da clases de tai chi y que antes de vivir conmigo ha compartido su vida con una ultravegetariana, proponga comer en un McDonald's, tiene que ser porque está a punto de derrumbarse. Igual esta mañana he forzado un poco las cosas.

Aprovechando un inesperado ataque de pasividad y obediencia, he empezado el día (un encantador trece de febrero) arrastrándolo al Museo de Arte Contemporáneo de Montreal.  Normalmente monsieur M. no suele oponer mayor resistencia a las salidas culturales, si exceptuamos exposiciones como la de hoy, que mostraba una máquina de producción de excrementos que ha inventado un tal Delvoye, artista conceptual de profesión. Esta lumbrera del arte, esta luz que nos guía en esta era de oscuridad creativa, ha conseguido construir una máquina a la que se le introduce comida en un extremo, y mediante un proceso que simula la digestión, transforma los alimentos en... materia fecal. Que expulsa por el extremo opuesto, para mayor regocijo de los visitantes del museo. Estupendo. Tengo que decir en mi defensa que antes de salir de casa no había mirado el programa de exposiciones en el sitio web del museo. 

A pesar de haber estudiado Bellas Artes, admito sin ningún tapujo que siempre he sido bastante reaccionaria en lo tocante al arte contemporáneo y actual. El videoarte y los happenings me irritaban sobremanera hace ya veinte años. Siempre he mantenido la impresión (muy impopular cuando uno estudia arte en los noventa) que desde Duchamp todo el arte conceptual ha sido mayormente una mierda.  Pero que los "artistas" actuales produzcan (¡y vendan!) mierda acompañada de un catálogo de trescientas páginas me parece tan surrealista que raya en lo admirable. El ver a la élite intelectual montrealesa esperando ansiosamente a que la máquina se cague en el museo también tiene su gracia, especialmente cuando yo lo he hecho verbalmente en docenas de visitas y nadie parecía demasiado interesado. Voy a hacer el chiste inevitable, el que docenas de críticos habrán hecho ya, pero me da igual: al menos el autor no disimula, no intenta dar gato por liebre o instalación audiovisual por obra de arte. Produce mierda y vende mierda. Y la gente la compra. Envasada al vacío, eso sí.

Mil perdones por estos párrafos escatológicos, que me parecen indispensables para haceros entender la progresión lógica de eventos del día que os estoy relatando. Para los románticos que se inquietan de cómo demonios voy a hacer para mantener dicha progresión en la que llevo mi historia de la mierda al amor y al sexo, y de ahí a una receta de pastel de chocolate, no os inquietéis: soy perfectamente capaz. Sin ni siquiera entrar en perversiones coprófilas.  

A partir de esta edificante visita a ese templo de la cultura que es el museo, todo ha ido un poco cuesta abajo. Como decía al principio, igual es que yo fuerzo un poco. Como no sé cuándo conseguiré de nuevo meter en una tienda a mi homérico hombretón, refractario al consumo, aprovecho su estado de shock a la salida del museo para embutirlo en el coche, llevarlo al centro comercial y empujarlo dentro de una zapatería.  No me importa comprarle la ropa (es como jugar con un Ken king-size), pero lo de comprar zapatos sin que la víctima esté presente siempre me ha parecido difícil. Tampoco es que cuando esté de cuerpo presente sea mucho más fácil. Especialmente cuando la víctima es una especie de cowboy nórdico de cien kilos (casi todos ellos situados en el torso) que no se presta a ello con la pasividad deseada.

Tres zapaterías, dos tiendas de ropa de caballero, una tienda de deportes y una exposición de mierda contemporánea  más tarde, monsieur M. se me ha amotinado. Con razón. La verdad, yo también empiezo a estar bastante harta del centro comercial. Y ahí es cuando me lanza la sugerencia de suicidarnos con unas hamburguesas y patatas fritas rebosantes de grasas saturadas. Cuando se me pasa por la cabeza que a la máquina del museo le dan de comer algunos de los mejores restaurantes de Montreal, vamos, que hoy va a comer mejor que nosotros, me sublevo, alegando que a pesar de la exposición que hemos visto, no estamos obligados a comer mierda. El argumento parece convencerle.

Mientras intentamos encontrar un restaurante que no sirva nada precongelado y frito preparado por un adolescente acneico (algo difícil en un centro comercial), pasamos delante de un sex shop. Me llama la atención inmediatamente, porque no tiene ese aspecto sórdido de los sex shop del centro, éste está iluminado con lamparitas de brocado, los colores de las paredes son muy convenientes, como de boudoir francés del dieciocho, se escucha una musiquilla hindú y huele a perfume de sándalo. Vamos, una tienda en la que entraría una mujer sola. Tiro del brazo de monsieur M. (algo puramente simbólico, dudo mucho de que pudiera moverlo contra su voluntad), y entramos en la tienda.

-"Wow. Chic." Digo, admirativa.

- "Mmh. Qué demonios, si sirvieran curry, comería aquí." Dice monsieur M., echando un vistazo a su alrededor. -"Mi hermana no vive lejos, creo que éste es el centro al que viene a comprar. No sé si habrá visto esta tienda." Lo piensa mejor. -" Ni quiero saberlo."

Adentrándome entre las bien surtidas estanterías, le digo: -"Aquí lo tienes. El antídoto perfecto a San Valentín. Todos los artículos rosas que se venden en esta tienda tienen forma de pene." Levantando un paquete de pasta de trigo duro en forma de pequeños falos, añado, pensativa: -"A Santa Madre le encantaría."

Monsieur M. suspira: -"¿Dónde quedó el romanticismo?" Y da vueltas con cautela a un, uhm, juguete de color rosa transparente con brillantina, tres cabezas (una de ellas con una luz intermitente) y una entrada para enchufar el Ipod y hacerlo funcionar al ritmo de tu melodía preferida. Me dirige una mirada interrogativa. Le explico lo del Ipod. Levanta las cejas tanto que casi le emigran a la nuca. Le digo que puede utilizarse escuchando, pongamos "Ne me quitte pas", de Brel. O "Emmenez-moi" de Aznavour, si se precisa algo más rapidillo. Pero no parece convencido.

Monsieur M., que me lleva los años suficientes como para pertenecer a otra generación, fue un jovenzuelo en una época en la que las veinteañeras que le hacían suspirar quemaban los sostenes, se perfumaban con una mezcla de pachuli y marihuana y se negaban a depilarse. De todas maneras, estaban todos tan colocados que no creo que nadie notara el vello superfluo. Él viene de esa época en la que aún se seducía a una mujer  sacándola a bailar Sinatra y comprándole flores, no vibradores de tres cabezas, todas ellas giratorias.

-"A veces me pregunto para qué demonios necesitáis aún a los hombres." Deja el juguete en su sitio y sigue andando por el pasillo.

-"Para cambiar enchufes y grifos que gotean. Instalar el pladur y la tarima flotante." Respondo con naturalidad. Sigo mirando artículos aquí y allá.

-"No, pero, en serio: ¿las mujeres de verdad necesitan todo esto para, ehm, estimularse?"

-"La cuesta del monte de Venus es empinada." Bromeo. -""Necesitar", lo que se dice "necesitar", no. Es como preguntar si una mujer realmente necesita más zapatos que los diez pares que ya tiene en el armario." Me encojo de hombros.

-"Vaya. Lencería." Monsieur M. sostiene con dos dedos una, euh, ¿prenda? ¿cordón para zapatos? Dado su tamaño, uno de los dedos es totalmente innecesario. Me mira. Mira el escasísimo pedazo de encaje fluorescente. -"Muy apropiada para una señora."

Lo de "señora" es un golpe bajo. Monsieur M. sabe que odio ser calificada de tal. De hecho, aborrezco el término tanto como la institución del matrimonio. El que termináramos viviendo felizmente casados en lugar de vivir felizmente en pecado como hacen la mayor parte de los quebequeses decentes fue un "accidente". Me tendió una trampa. Quise quedarme a vivir con él en este país, y hacía tanto frío que terminé casándome. Después descubrí que existían la calefacción superpotente, la ropa interior larga y el contrato civil de pareja de hecho, pero ya era demasiado tarde.

-"Una señora es una mujer que jamás enseña su ropa interior sin querer." Afirmo, muy digna. -"El amarillo fluorescente no va bien con mi tono de piel."

-"Hay tantas... cosas. Ni siquiera sé para qué sirven la mitad de entre ellas." Prosigue el paseo, señalando las cajas en los estantes, un poco asombrado.

-"No me preguntes, no sé nada sobre sexo. Estoy casada."

-"Ja. Ja. Venga. No seas así. El sexo entre un hombre y una mujer casados puede ser maravilloso."

-"¿Casados con otras personas, quieres decir?" Echo una risilla. Hace ademán de darme un puñetazo en el hombro.

-"¿No estás de acuerdo?"

-"No sé, nuestra cama es pequeña. No sé cómo conseguiríamos meternos los dos entre el hombre y la mujer casados. Especialmente tú. No eres lo que se dice menudo, cher."


Monsieur M. masculla algo poco amable sobre mi generación. Se para ante un adminículo cuya función parece ser la de agrandar un orificio corporal cuyo tamaño original nunca fue muy grande, y parece ser la gota que desborda el vaso. U otra cosa. El pobre. Quizá el tema del día ha sido demasiado anal para su gusto. Lo entiendo.

-"Llámame anticuado, estoy de acuerdo con que la gente sea libre para realizar cualquier práctica sexual que desee en privado, pero creo que deberían marcarse ciertos límites."


-"¿Por ejemplo?"

-"Pues... no sé. Las cabras. Especialmente sin su consentimiento. Y los juguetes sexuales más grandes que una cabra. ¿Nos vamos?"

-"La cabra como unidad de medida sexual." Digo, con aire meditabundo. -"Interesante." Súbitamente soy consciente de mi estómago vacío. -"Podríamos ir a comer."


Cuando nos dirigimos a la salida de la tienda, en el mismo pasillo nos topamos de cara con mi cuñada, Flaming-Hot-Sister, que mantiene estirados entre dos dedos regordetes lo que parece ser un tanga. Con aberturas. Muchas aberturas. Monsieur M., que va delante, frena en seco y me doy de narices con sus espaldas. Cuando me inclino para ver lo que pasa, lo veo mirando de hito en hito el tanga y la rojísima cara de su hermana, horripilado.

-"Demasiada información. De verdad." Dice, lleno de horror, cuando hemos conseguido terminar la conversación más forzada de la historia y salir al fin de la tienda. -"Se me ha quitado hasta el hambre."

-"No te preocupes." Le voy dando palmaditas en la espalda. -"He hecho un pastel de chocolate especiado y cerezas bastante espectacular. Relleno de mousse de chocolate y canela. Y NO es en forma de corazón. Me ha sobrado un bol entero de mousse, por cierto." Le doy un codazo un poco picarón.

-"Lo has hecho en forma de pene, estoy seguro. Porque hay moldes de tarta en forma de pene, que acabo de verlos."

-"Nooo, es redondo. Camina, Venga." Salimos hacia el aparcamiento.

-"La mousse la quiero vía oral, ¿eh? Que yo ya estoy muy mayor para estas cosas."

-"Síí, pesado. No vuelvo a ir de compras contigo. Ni al museo. Eres demasiado impresionable."

-"Odio San Valentín. No por nada San Patricio viene justo detrás: se necesita mucha Guinness para poder olvidar todo esto. Qué fiesta de mierda."



PASTEL DE CHOCOLATE ESPECIADO Y CEREZAS CON MOUSSE DE CHOCOLATE Y CANELA Y COBERTURA DE CHOCOLATE AL TÉ CHAI. 
(PARA SAN VALENTÍN. O LO QUE QUERÁIS.)
Esta vez la receta no es mía, es de Epicurious, con alguna modificación.

INGREDIENTES DE LOS DOS BIZCOCHOS:
(Para cada uno de ellos, así que tendréis que doblar la receta. Os aconsejo hacer los bizcochos un día antes y conservarlos tapados. Hacer todo el mismo día es un trabajazo.)
  • 4 cucharadas soperas de mantequilla sin sal, fundida
  • 1/3 de taza de harina
  • 1/3 de taza de cacao en polvo, puro 100%, sin azúcar
  •  1/4 de cucharada de té de sal
  • 4 huevos a temperatura ambiente
  • 3/4 de taza de azúcar

INGREDIENTES DEL RELLENO:
  • 1 taza (1 bote) de una buena mermelada de cerezas (yo utilicé Bonne Maman)
  • 2 cucharadas soperas de kirsch

      MOUSSE:
  • 1 taza de nata líquida para montar (mínimo 35% de materia grasa)
  • 4 bastones de canela, partidos por la mitad
  • 115 gr. (o 4 cuadrados de Baker's semidulce) de chocolate con leche (mejor de repostería) con un buen porcentaje de cacao, ralllado con un cuchillo

INGREDIENTES DE LA COBERTURA O GANACHE:
  • 225 gr. (o 8 cuadrados de Baker's semidulce) picado groseramente en trozos
  • 1 taza y 1/4 de nata líquida de 35% de materia grasa
  • 2 cucharadas de té colmadas de té chai o de té ahumado Lapsang Souchong (al gusto)
  • Cerezas para la decoración
  • Glasa real coloreada de rojo (opcional)
  • Corazones de canela (para los que viven a este lado del charco), o cualquier caramelo en forma de corazón... si no aborrecéis San Valentín

ELABORACIÓN DE LOS BIZCOCHOS DE CHOCOLATE:

Un día antes del montaje del pastel:

Precalentar el horno a 205º. Enmantequillar y posteriormente enharinar dos moldes redondos de bizcocho. Reservar.

Poner agua a hervir en un cazo. Tamizar la harina, el cacao y  la sal en un bol. En otro bol aparte, batir los huevos y el azúcar. Poner este último bol encima del agua hirviendo (no debe tocar el fondo del cazo, de lo contrario los huevos comenzarán a cuajarse). Remover hasta que el azúcar se haya disuelto por completo (si la mezcla se calienta demasiado, retirarla del baño maría). Fundir la mantequilla en una taza aparte y reservar. Con el accesorio de varillas del batidor (o a mano) batir los huevos y el azúcar hasta que la mezcla se vuelva cremosa y espese, aumentando de volumen.

Con una espátula de silicona y mucho cuidado, mezclar la mitad de los ingredientes secos (la harina y el cacao). Es muy importante hacerlo con delicadeza y rapidez al mismo tiempo: al no llevar levadura, cuanto más baje el volumen de los huevos más densos y pesados serán los bizcochos. Mezclar la otra mitad de los ingredientes secos. Mezclar suavemente la mantequilla fundida con el resto de la masa. Dividir la masa entre los dos moldes (os parecerá poca cantidad, pero con el relleno y la cobertura el pastel será de un espesor considerable).

Hornear los bizcochos unos veinte minutos, o hasta que pinchéis el centro con un palillo y salga limpio. Estos bizcochos no subirán como los que estáis acostumbrados a hacer, ya que no llevan levadura. Dejar enfriar por completo. Desmoldar encima de un papel de aluminio o de un papel encerado, algo que facilite moverlos durante el montaje del pastel. Guardar bien cubiertos una vez fríos, si los hacéis con un día de antelación.

ELABORACIÓN DEL RELLENO DE MOUSSE DE CHOCOLATE Y CANELA Y CEREZAS AL KIRSCH:

Un día antes del montaje del pastel:

Poner la nata líquida y los bastones de canela a fuego medio-bajo en un cazo. Cuando empiece justo a hervir, retirar del fuego. Dejar enfriar. Tapar y conservar en el frigorífico hasta el día siguiente.

El día del montaje:

Meter el bol en el que vais a montar la nata en el congelador (si vivís en Quebec, con sacarlo al balcón un rato vale :-). Mezclar la mermelada de cerezas con el kirsch en un tazón. Untar los dos bizcochos con la mermelada. Si tenéis un molde de tarta desmontable (o un cartón redondo que hayáis fabricado para la ocasión), deslizar la base bajo uno de los bizcochos. Servirá para darlo la vuelta sin hacer un estropicio. Si sois hábiles, con dos espátulas y mucha decisión también es posible hacerlo.

Fundir el chocolate al microondas o al baño maría. Dejar que se enfríe hasta que esté tibio (si se enfría por completo no se mezclará bien con la nata). Colar la nata para retirar los bastones de canela y montarla hasta que esté bastante firme (probad a hacer una punta con una cuchara, si se mantiene de pie está lista). Mezclar con rapidez y mucho cuidado el chocolate y la nata montada.

Inmediatamente (la mousse se funde a toda castaña) extender la mousse sobre uno de los dos bizcochos con una cuchara, dejando unos tres centímetros de contorno sin cubrir (el factor aplastamiento :-). Dar la vuelta al otro bizcocho con gran garbo y salero e intentar que aterrice encima de la base cubierta de mousse. Eliminar el exceso de todo lo que chorree por los lados del bizcocho (mermelada, mousse): es buen momento para comprobar lo buenísima que está la mousse. Meter en el frigo (residentes en Canadá y otros países igual de glaciales: no lo dejéis fuera, si la nata de la mousse se congela, la textura se echará a perder). Limpiar todas las salpicaduras de mermelada que habéis producido al dar la vuelta al segundo bizcocho.

ELABORACIÓN DE LA COBERTURA (GANACHE) DE CHOCOLATE AL TÉ CHAI : 

Echar el chocolate picado en un bol. Mezclar la nata líquida y el té en un cazo a fuego medio. Remover de vez en cuando hasta que empiece a hervir. Retirar del fuego y dejar infusar como mínimo cinco minutos, más si se desea que el sabor del té esté más presente. Colar la nata y volver a ponerla al fuego hasta que empiece de nuevo a hervir. Verterla inmediatamente sobre el chocolate y remover hasta que éste se haya fundido por completo y la mezcla esté lisa y brillante. Dejar reposar sin moverlo (importante) hasta que espese con una consistencia como de miel (alrededor de un cuarto de hora), pero que aún sea posible verterlo con un cazo.
Bañar el pastel (colocadlo encima de una rejilla si queréis evitar un charco enorme de chocolate alrededor de vuestra obra de arte): verter un cazo de ganache y extender con una espátula. Cuando terminéis, meterlo en el frigorífico hasta que la cobertura se endurezca (entre media hora y cuarenta y cinco minutos, tiempo suficiente para preparar la glasa si no estáis muertos de cansancio a estas alturas... por eso os decía lo de hacerlo en dos días).
Si queréis decorar el pastel con muchas filigranas o escribir un mensaje de amourrrr, os recomiendo que tracéis primero el dibujo con un palillo, os será más fácil seguir la línea sin estresaros  y sin que os den calambres.
Este pastel es un verdadero acto de amor: hacerlo es bastante trabajo, pero el resultado, la mezcla de texturas (la densa del bizcocho con la más ligera de la mousse... los pedazos de cereza que añaden un toque interesante...), de chocolates (con sabor a canela en la mousse, con claro sabor a especias chai, cardamomo, canela, anís... en la ganache) hará feliz a cualquier mujer. Y hombre.
Si vuestra pareja no se prueba la lencería picarona después de este postre, lo vuestro no tiene remedio. Vale, igual le queda un poco justa... razón de más para quitársela rápidamente, no sea que se le corte la circulación.


* (Otras recetas de pasteles de chocolate que pueden interesaros:
"Wake-up-and-smell-the-coffee Dark Chocolate Cake" y pastel sexy de Tía María. Si con esto no ligáis, no sé qué más puedo hacer por vosotros.)