viernes, 29 de enero de 2010

Como reinas


Hablar con mi Santa Madre (es que yo pienso en mi madre con mayúsculas) de inmigración, racismo y xenofobia, es el equivalente dialéctico de lanzar mierda a un ventilador en marcha, como dirían por aquí. Uno termina siempre por salpicarse.
En mi caso, en nuestras conversaciones telefónicas siempre me sale el "yo" pontificador, evangélico, siempre termino intentando defender mi posición "bienpensante de gauche" (como me definió mi director de tesina, que las pilla al vuelo) de las enormidades xenófobas y vagamente racistas que profiere mi santa progenitora con una expresión angelical.

A ver, no me malinterpretéis, dejando a un lado su dificultad para asimilar la convivencia con compatriotas de otra raza, sean inmigrantes (categoría en la que incluye a cualquiera que venga de allende las fronteras de Alava), gitanos, o de Madrid (raza que ella abomina especialmente), mi progenitora es una buenísima persona, generosa, amable, siempre dispuesta ayudar, desprovista de egoísmo o rencor, temerosa de Dios y de las corrientes de aire.

La culpa de nuestras incomprensiones es básicamente mía: yo intento convertirla en una feminista de izquierdas, y ya de paso, la quiero convertir a la tolerancia -aunque no me entusiasma esa palabra, prefiero aceptación-, a esta buena mujer que no me ha pedido nada y que me escucha sólo porque me quiere y porque me ha parido, porque me consta que en esos momentos la incordio sobremanera.

Y es que mi Santa Madre pertenece a una generación de sexagenarios-septuagenarios que vivieron los últimos coletazos de la guerra civil y la muy negra posguerra española, generación que pasó los años supuestamente mejores de su juventud bajo el yugo de la dictadura de Franco y de la Iglesia católica, que pasó hambre, tuvo que trabajar durante buena parte de la infancia y para quien la inmigración en la España de la última década ha ido demasiado rápido, no ha tenido tiempo de adaptarse, de asimilarla.

Mi Santa Madre no quiere escuchar cómo pontifico, no quiere que la convierta, no quiere militar en nada y contra nada. Ella, cuando piensa en sus hijos, Estoico Hermano y yo, Hija Ingrata, lo único que quiere son "los básicos": que comamos bien, nos tapemos cuando haga frío y nos vayamos pronto a la cama. Que sus hijos tengan 7, 37 o 57 años, le da igual. Cosas más elaboradas, como la independencia personal, una carrera laboral exitosa y productiva, una vida sentimental plena, le parecen totalmente accesorias, ella que ha crecido con hambre y pensando sólo en sobrevivir.

Cuando explico a la gente de aquí que entre la generación de mi madre y la mía (los nacidos en la emergente clase media española de los 70), no hay una brecha generacional, sino un abismo, un pozo sin fondo, debido a la diferencia enorme de crecer al final de la dictadura, en una de las épocas de prosperidad económica más floreciente de España, y la oscuridad de la época en la que creció ella, no se imaginan hasta qué punto no exagero. Lo sorprendente no es que a veces tengamos problemas para entendernos ella y yo, sino que lleguemos a entendernos tan a menudo.

Para curarme de la incomprensión crónica hacia mi Santa Madre, ahora intento abordar nuestros malentendidos con actitud de antropóloga que estudia una tribu desconocida de Papuasia: pienso que el ser humano que tengo delante tiene un sistema de valores, una moral, unas creencias, unas costumbres y una educación que no tienen nada que ver con las mías. E intento tratarla con respeto. Y se da la circunstancia de que además es mi madre.

Uno de nuestros pintorescos diálogos telefónicos, que ilustra perfectamente lo que acabo de explicar:

Santa Madre: "-Hija, cuando ahora se sienta una en el parque no ve más que suramericanas (ella lo dice así, englobando todo el continente) sentadas con los abuelos. Todas trabajan cuidando abuelos, fíjate. Qué bien se lo montan en este país."

Hija Ingrata (sé que es un error antes de abrir la boca, pero aún así no puedo contenerme): -"Eehm, ¿qué quieres decir exactamente con lo de que «se lo montan muy bien» en este país, ama?"

Santa Madre: -"Pues eso, que vienen aquí y se sacan sus buenos dineros, uy, no sabes cómo ganan, ésas." (En el lenguaje de mi Santa Madre, el uso del demostrativo es muy revelador, cargado de sobrentendidos. También es incapaz de decir "negro" para describir a un inmigrante de raza negra, le suena a palabrota. Intenta atenuarlo por el uso de diminutivos, con intención amable: -"le he comprado un CD al negrito de la plaza"-, aunque el "negrito" en cuestión sea un señor senegalés de cuarenta años que mide un metro noventa).

Hija Ingrata (sintiendo la acostumbrada comezón ideológica que me corroe): -"¿Me estás diciendo en serio que crees que las inmigrantes que trabajan de ayuda doméstica -vamos, de chacha- ganan mucha pasta?"

Santa Madre (llena de la convicción y confianza de los justos, de los justos bíblicos, para ser exactos): -"Claaaro. Si ganan muy bien, oyes" (... esto viniendo de una mujer que siempre ha trabajado en sus labores, en casa, sin remuneración, y que probablemente no tiene ni la más remota idea de cuánto gana hoy un empleado con salario mínimo en España.)

Hija Ingrata (a pleno galope hacia el apocalipsis familiar): -"Por supuesto, mamá. Probablemente por eso toda España se pega por ir a cambiar pañales a viejos incontinentes con principio de Alzheimer, porque está superbien pagado y es un trabajo de lo más gratificante."

Santa Madre (con gran candor): -"Pues estoy segura de que ganan mejor que en su país. "

Hija Ingrata (con tono pontifical): -"Estoy segura de que a menudo las contratan porque el sueldo es inferior al que pagarían a un español por el mismo trabajo."

Santa Madre (obviando el punto principal de mi argumento, y empezando a ponerse nerviosa debido a la hostilidad palpable en mi voz y al giro que toma la conversación; escucho ruidos y sospecho que ha empezado a poner una lavadora): -"Seguro que es mucho más de lo que ganarían en... bueno, de donde sea que vengan."

(A mi madre parecen escapársele las miserias evidentes de la emigración económica, de tener que dejar el país natal y la familia, para ir a trabajar a otro país en el que muchas veces uno sólo es mano de obra barata.)

Hija Ingrata (poniéndome ligeramente desagradable): -"Qué leches, deberían ajustar los sueldos al nivel de vida de Bangladesh, o de una aldea andina, total, como el dinero lo van a enviar a allí de todas maneras..."

Santa Madre (sin haber captado el tono cáustico): -"Pues sí, es verdad. Y lo bien que están aquí, oyes. Hasta les dan un día libre. Me lo dijo una en el parque."

Hija Ingrata (comenzando a desesperar): -"Wow. Un día libre. Qué despelote. Y estoy segura de que ni siquiera las pegan."

Santa Madre (embalada, sin notar el sarcasmo): -"Y tanto. Si es que viven como reinas. Y hasta les han abierto locutorios, para que llamen a casa."

Hija Ingrata (ahora soy yo la que se planta el manos libres en la oreja, respiro hondo, intento adoptar la actitud de antropóloga, y empiezo a picar ajo con saña): -"Les han abierto... lo dices como si fuera una obra social. Son negocios que han nacido con la inmigración, no centros de caridad."

Santa Madre: -"Y la de problemas que han traído, estos extranjeros. Yo las veo en el parque, con ese acento, menudas son, ésas, y dice el periódico que hay una cantidad de pandillas callejeras... vaya panda de maleantes. Ésos." (lo suelta así, sin transición de una cosa a otra. Santa Madre lee el periódico, y dado el periódico que lee, es una prueba viviente de que no por leer las noticias uno está forzosamente mejor informado).

Hija Ingrata (reduciendo el ajo a una pulpa irreconocible, y con un amago de jaqueca que comienza): -"El acento... más bien los acentos... a ellas también les tiene que parecer que nosotros tenemos un acento. Todos tenemos algún acento. Y no todos los latinos son delincuentes callejeros, como no lo son todos los españoles." Y que vivan las generalizaciones. -"Si tenemos en cuenta de que en Quebec las únicas veces que la radio o la tele mencionan al País Vasco es para hablar de los atentados de ETA, imagina si todo el mundo aquí se pusiera a generalizar como tú. El aduanero se pondría el guante de látex cada vez que paso la frontera."

Santa Madre : -"¿En la aduana se ponen guantes? ¿Para qué?". (Bendita sea).

Hija Ingrata, súbitamente agotada: -"Eehmm, para registrarme el, euh, bolso, para ver si llevo explosivos, mamá. Lo que quiero decir es que yo aquí soy una inmigrante, exactamente como esas mujeres que cuidan de los abuelos."

Santa Madre (con pasión): -"Pero eres maja chica. No como ellas."

Hija Ingrata (ahora con un dolor de cráneo manifiesto): -"Y ellas probablemente también. Las habrá majas y menos majas, exactamente igual que las vascas de pro, mamá."

Santa Madre (imparable): -"Y lo educada que eres."

Hija Ingrata (buscando una aspirina en el botiquín, con la mano que apesta a ajo): -"No sé por qué presupones que las latinas no son ed---"

Santa Madre (con ímpetu maternal): -"Y limpia."

Hija Ingrata (cansada, muy cansada): -"Mamá, lo que intento dec---"

Santa Madre (madre no hay más que una): -"Y trabajadora."

Hija Ingrata (exhalando un graaaan suspiro): -"Todo esto venía a que las inmigrantes latinas que trabajan como empleadas de hogar---"

Santa Madre (arrebatada): -"Y guapa. Guapa, guapa."

Hija Ingrata (desistiendo): -"Ggrñ."

Santa Madre : -"Suenas cansada, chatita. ¿Ya comes bien?". (Con tono concluyente): "Nada, nada, tú no te hagas mala sangre, que ésas viven como reinas."

Hija Ingrata: -"..."
(*suspiro*) -"Como emperadoras, mamá, como emperadoras."

viernes, 22 de enero de 2010

Chocolate Cherry Coma Cookies

(Receta dedicada a la Lupe, con la firme convicción de que estas cookies son mejores para lo suyo que el jugo de remolacha con áloe. O eso afirma Béliveau... ¿y quién soy yo para contradecir a un bioquímico?
El nombre de la receta y la inspiración provienen de una estupenda novela de Diane Mott Davidson: "Tough Cookie". Título que también le va bien a la Lupe, que realmente está demostrando ser una tough cookie. Besos, señora. )

Soy una mala persona, lo sé. Os he dado el tiempo justo de volver al trabajo, intentar ir al gimnasio religiosamente durante diez días, y he calculado que esta semana es más o menos el momento en el que todos esos buenos propósitos de Año Nuevo se van al garete, tras un encontronazo frontal con la vida cotidiana y el invierno.

Pues ahí llego, con estas cookies indecentemente calóricas. No sé si es mi propio encontronazo con las cuestiones fundamentales, sí, ése que me sacudí al principio de las vacaciones navideñas, o mi tendencia natural al nihilismo, a la vagancia, y a la corrupción moral en general, que han provocado que mientras todo Quebec se lanza al sin grasa y sin azúcar, y a los regímenes fascistoides y severos, en medio de la psicosis general de vuelta al gimnasio, yo pienso en chocolate y en foie gras.

Estas "Chocolate Cherry Coma Cookies" parecen inventadas para levantar ánimos y astenias invernales. Y para reponerse de esas agujetas brutales.

INGREDIENTES

(Para unas tres docenas de galletas. A no ser que tengáis invitados a una pandilla de niños hambrientos e hiperactivos, os aconsejo congelar la mitad de la masa, ya dividida en bolitas listas para hornear, o en un cilindro. Explicación más abajo.)

- 1 taza y 3/4 de harina blanca (yo utilicé una harina completa que se encuentra por aquí, es una harina integral molida tan fina que pasa por harina blanca, dada la chiclosidad y la escandalosa chocolatez de estas galletas, este toque de "salud" pasa bastante desapercibido)

- 1 taza y 1/4 de puro cacao en polvo (negro, negro, vaya, sin azúcar, sin harina, sin nada).

- 1 taza y 1/2 de chocolate de buena calidad, cortado en pedazos. Personalmente, adoro las cookies cuanto más chunky mejor, así que no me molesto en picar demasiado el chocolate. Cuanto mejor sea la calidad del chocolate, mejores serán las galletas. Cuando no estoy arruinada, yo las hago con Lindt, Valrhona o Ghirardelli de 70 % de cacao (como mínimo), estos dos últimos son dos de los mejores chocolates que se pueden encontrar en Norteamérica.

- 2 cucharadas de té de bicarbonato

- 1/4 de cucharada de té de sal

- 1 taza y 1/4 de mantequilla sin sal, a temperatura ambiente (o dos bastones y medio, para los que viven a este lado del charco, cada bastón pesa unos 113 gramos).

Si andáis vigilando vuestro colesterol, siempre podéis utilizar un aceite vegetal, pero la verdad, en ese caso es mejor que os abstengáis de hacer las galletas. Lo satisfactorio de esta receta consiste justamente en su decadente cantidad de chocolate, azúcar y mantequilla, así que, olvidando por una vez la línea, y aplicando la máxima de Goldy: Don't substitute. La mantequilla es mantequilla, y ninguna margarina (puaj) puede igualarla.

Un poco menos inflexible que Goldy, a menudo yo me aplico la máxima siguiente: en caso de sustitución-adaptación de una receta para evitar visitas urgentes al cardiólogo, hazlo con productos naturales. La margarina no tiene nada de natural, el aceite vegetal de girasol, canola o lino sí; lo mismo puede decirse de esos edulcorantes artificiales cuyo sabor siempre me hace sentir como si hubiera lamido un clavo roñoso... la miel, el sirope de arce y la compota de manzana son opciones que al menos no requieren una licenciatura en química para entender la etiqueta. Siempre podéis experimentar e intentar reducir las cantidades.

- 1 taza y 1/4 de azúcar blanco

- 3/4 de taza de azúcar moreno natural o mascabado

- 2 huevos grandes, a temperatura ambiente

- 1/4 de cucharada de té de extracto natural de vainilla

- 1 taza 1/2 de cerezas secas naturales, sin azúcar (ácidas, no esas cerezas glaseadas con las que se decoran los pasteles, son demasiado dulces y no sirven de contrapunto a las cantidades ingentes de chocolate de esta receta)


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ELABORACION

Precalentar el horno a 185º. Cubrir dos bandejas de horno con papel de hornear.

En un bol o ensaladera grande, tamizar la harina, el cacao en polvo, el bicarbonato y la sal. Mezclar.

En otro bol aparte, con una cuchara de madera, batir bien la mantequilla y el azúcar hasta que estén cremosos y de un color blancuzco. Añadir los huevos y la vainilla, seguir batiendo vigorosamente hasta que todo esté bien mezclado y os den calambres en los tríceps.

Incorporar los ingredientes secos (harina, cacao, etc.). Batir hasta que desaparezcan en la mezcla. No es necesario batir demasiado tiempo. Al final, incorporar los pedazos de chocolate y las cerezas secas con una espátula, con el menor número de vueltas posible (una manera enrevesada de decir en castellano: folded, not whisked).

Si queréis congelar la mitad de la masa, éste es el momento: podéis utilizar un rollo de cartón de los de papel de cocina, cuando se ha terminado, cortado a lo largo, envolver la masa en plástico transparente y meterla en el rollo de cartón, que servirá como molde de congelación. Cuando queráis hacer galletas, no tendréis más que cortar rebanadas de masa con un cuchillo. Dejar que la masa se descongele completamente antes de hornear.

Con una cuchara de helado, formar bolas de masa del tamaño de una nuez, separadas unos dos centímetros unas de otras. Bajar la temperatura del horno a 180º y hornear hasta que el centro se haya hinchado ligeramente y se formen grietas en la superficie de las galletas, de 9 a 11 minutos.

Suplicar a vuestro compañero o a otra persona de constitución más fuerte que la vuestra que os retenga y/o amenace para no comeros una bandeja entera. Y es que con esta receta, ¿quién necesita heroína?

lunes, 18 de enero de 2010

Winter Wonderland (again)

Fotos de un paseo en raquetas por un lago del municipio de Prevost.

Como ilustra tan bien Marona con el título de su blog, en los países nórdicos las estaciones, muy marcadas, se suceden y se repiten, sin ser jamás idénticas. El invierno, firmemente instalado en Quebec (y en muchas partes de Europa, por lo que he visto en las noticias de las últimas semanas), vuelve con imágenes familiares:

Los chavales que juegan al hockey después del colegio, en el parque de al lado de casa...

... la impresión de calma provocada por los ríos y lagos helados, como el del parque de Terrebonne...


El río que pasa por Terrebonne se resiste un poco más, su corriente es bastante fuerte.




Pero él también terminará rindiéndose a la larga pausa invernal. Diga lo que diga mi vecino, el invierno en Quebec sigue pareciéndome de un esplendor bastante asombroso.

miércoles, 13 de enero de 2010

El título de este blog, el nacionalismo, y yo: qué dura es la vida del superhéroe (II)




"El nacionalismo es una enfermedad infantil. Es el sarampión de la humanidad." - Albert Einstein

"El nacionalismo es siempre una tontería, y el nacionalismo étnico, una tontería asesina." - Bernard-Henri Lévy

"Cada nación se burla de las otras y todas tienen razón." - Schopenhauer



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Conversación en un grupo bastante heterogéneo, hace ya más de una década, durante mi tiempo de residencia en Edimburgo, Escocia. Con mi inglés aproximativo de la época, respondo a un conocido, un amigo de un amigo, que acaba de descubrir mi lugar de procedencia, me ha acorralado en un reservado y me fríe a preguntas con un denso acento de Glasgow, densificado aún más por las diversas pintas trasegadas en el pub en el que estamos sentados:

Interlocutor Escocés apurando su pinta, con el labio superior aún lleno de espuma : -" Así que vasca, ¿eh?"

Traidora a la Patria (yo) : -"Yep." (Intento de ser cool y no decir ese yes tan de clase de inglés de la EGB). Me digo que una de las ventajas de estar aprendiendo un idioma es que, aunque te toque hablar con el más impresentable del grupo, mientras el interlocutor sea capaz de articular mínimamente, da igual que el contenido del discurso sea lamentable. Lo que importa para aprender es la forma. Esto se aplica tanto a diálogos con niños escoceses menores de nueve años (los niños suelen tener una dicción mejor que la de muchos adultos y una variedad de temas mucho más pertinente) como a conversaciones etílicas de sábado noche.

Interlocutor Escocés, farfullando espantosamente y haciéndome desear, por millonésima vez, que en la vida real la gente pudiera ser subtitulada como en el cine : -"Yo respeto vuestra lucha." Lo miro enarcando las cejas, gesto internacional de perplejidad.
-"La del pueblo vasco, quiero decir." Prosigue, perdigoneando por doquier. Levanta una nueva pinta (¡otra!) en un vago gesto de brindis en mi honor, o en el de todo el pueblo vasco del que me ha convertido instantáneamente en embajadora, (y que viva el consenso ideológico, yupi), -"You, people, vosotros lucháis por la independencia, nosotros los escoceses compartimos el mismo sentimiento", mirada en lontananza, la fuerza poética un poco embrumada por la cerveza, pero no menos efectiva, casi oigo las gaitas resonar en la lejanía del moor, nunca he conocido un escocés que no consiga emanar un poco de fuerza poética incluso aunque esté borracho como una cuba. Un poco como los rusos, así, generalizando.
Traidora a la Patria, intentando matizar : -"Ehr, en realidad no sé si la historia ni la situación política del País Vasco son exactamente equiparables a las de Escocia --"
Interlocutor Escocés, interrumpiendo : -"Y es que como Escocia, ningún sitio. Es el país más hermoso del mundo. Con todos mis respetos para el noble pueblo vasco." Inclina la cabeza. Como quiera que encuentro que Escocia es realmente bonita, aunque no haya visitado el planeta al completo para ser capaz de comparar con objetividad, y que al final la idea de belleza es puramente subjetiva, asiento con la cabeza, de acuerdo con él. Mi discreta aprobación parece enardecerlo.
Interlocutor Escocés, encantado, cubriéndome la mano que tengo apoyada en la mesa con su mano libre, la que no sostiene la enorme pinta de McEwan's, una manaza pecosa y un poco húmeda, la cara enrojecida, gritando súbitamente a la concurrencia : -"Cheers to the Basque people!!!! Youhouuuuu!!!" Varios parroquianos levantan sendas pintas mirándonos, un par de ellos, que nos llevan varias cervezas de ventaja, vitorean entusiasmados.
Traidora a la Patria, encogiéndome un poco en el asiento, mirando furtivamente a mi alrededor y queriendo morirme durante un par de segundos : -"Mira, en realidad yo no--"
Interlocutor Escocés, inclinándose hacia mí con una pastosidad alarmante, y apretándome un poco más la mano, súbitamente emprendedor : -"Y, hermana vasca, ¿dónde vives, para que pueda acompañarte a casa y fraternizar un poco contigo?"
Mientras intento recuperar mi mano, no sin esfuerzo, resoplo ruidosamente y me pregunto si podré escaparme del pub por la puerta trasera.

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Otro bar, cuatro años más tarde, ya instalada en Montreal, en un lugar del País Vasco de cuyo nombre no quiero acordarme, hablando con un amigo de la adolescencia, encontrado de pura casualidad en una de mis visitas veraniegas. El amigo en cuestión ha ingerido numerosas consumiciones, justificadas por la fiesta del santo patrón. El amigo me grita al oído (los bares en mi ciudad son terriblemente ruidosos) con una dicción tan pastosa como la del Interlocutor Escocés, e igual -o mayor- fervor nacionalista :

Amigo Fervoroso : -" Así que Canadá, ¿eh? ¡A quién se le ocurre!"

Traidora a la Patria, gritándole de vuelta : -" Parece evidente que a mí. ¿Por qué?"

Amigo Fervoroso : -"¡Con lo de puta madre que se vive aquí!" (Amigo Fervoroso es así, sentido y poético, él también).

Traidora a la Patria : -" Ya. Es verdad. Gran mercado de trabajo, genial acceso a la vivienda. ¿Aún vives con tu madre?" Sé que es un golpe bajo, lo sé.

Amigo Fervoroso, bastante picado: -"Sí. Pero yo estoy dispuesto a sacrificar mi bienestar personal, por seguir en Euskadi. Y es que como en Euskadi, en ninguna parte, oye. Tan bonito como Euskadi, ningún sitio." Mientras lo escucho hablar (o más bien gritar), la cara llena de pasión, los ojos brillantes, diría que casi puedo oír la trikitrixa de fondo. O quizá sea la música del bar. Con el ruido es difícil decirlo. -"Canadá, ¡puaf! El clima es un asco. Y está en el culo del mundo. "

Traidora a la Patria, pensando en que los sacrificios que hace este patriota vasco se reducen básicamente a no cocinar, no limpiar, no lavarse la ropa y no pagarle una pensión a su madre, y que en lo que se refiere a la dificultad de llevar una vida sexual de adulto conviviendo con una madre española todo es muy relativo -depende en gran parte de tu atractivo personal, en algunos casos dicha vida sexual sería más bien escasa aún siendo el feliz propietario de un adosado con jardín -, absteniéndome de comentar todo esto en voz alta, respondo: -"Quebec. Concretamente Quebec. Y el clima es frío, seis meses al año. Calificarlo de un "asco"... depende con qué se compare. Claro que viniendo de Euskadi tropical, que se distingue por sus numerosos días soleados... Y sí, pilla bastante lejos de Bilbao. En las afueras."

Amigo Fervoroso, ignorando la fina ironía de mi respuesta: -"Pero, a ver, ¿tú no te podrías haber buscado un buen chico vasco, para casarte?" Curioso, mi Santa Madre me pregunta lo mismo a menudo. -"Tú vas y te casas con un guiri. Y te vas a vivir donde Napoleón perdió el gorro, con toda esa nieve. Y los osos polares, y los renos. Y la comida será una mierda. Porque como en Euskadi, no se come en ninguna parte. Que he leído en el Deia que la comida típica de por allí es el sirope ése, el sirope de alce, ¿no?"

Me separo un poco y lo miro fijamente, inexpresiva. -"Eso mismo" , respondo.


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En un restaurante montrealés, hace seis meses. Un grupo bastante heteróclito de gente, compuesto por compañeros del trabajo de monsieur M. y sus parejas. Cena obligatoria para celebrar los nosecuántos años de trabajo en la empresa. Al menos no pagamos, y las gambas son frescas. Porque a pesar de lo que diga Amigo Fervoroso, no sólo en Euskadi se come bien. Mi vecino de mesa, el marido de una colega de monsieur M., un tipo flacucho en los cuarenta avanzados, con una nariz respetable y una cara que recuerda ligeramente a la de una comadreja, se inclina hacia mí, y me espeta:

Vecino de Mesa : -"Así que española, ¿eh?"

Traidora a la Patria, que ya ha toreado en plazas semejantes y presiente lo que se avecina : -"Oui."

Vecino de Mesa, acompañado de una vaharada de aliento a tinto italiano no demasiado bueno: -"Yo conozco un poco España. La Cossshhta dehll Sohlll." Oh, no. Otro experto en geografía ibérica. -"¿De dónde, en España?"

Traidora a la Patria, mirando mi cóctel de gambas con mucha concentración: -"Del País Vasco."

Vecino de Mesa, levantando la voz y la copa de vino a un tiempo, provocando vueltas de cabeza de monsieur M. y otros comensales en nuestra mesa y en las adyacentes: -"Woouuhhouu! ¡Una vasca! ¡Viva el pueblo vasco! Vive le Québec libre!"

Ya empezamos.