¿Por dónde empiezo? Por el culebrón. El culebrón no es una historia en tres mil capítulos protagonizada por Rosario María de la Encarnación, (ya sabéis que tengo problemas para encontrar tiempo para terminar mis historias por entregas), el culebrón es literalmente un culebrón de algo más de un metro que me encontré hace un par de semanas tomando el sol a diez centímetros de mi pie derecho, mientras me tomaba mi relaxing cup de cafelito con leche matinal sentada en el primer escalón del porche de Muffin Manor. Ni que decir tiene que el cafelito me pareció mucho menos relajante después de descubrir el tamaño que pueden alcanzar los reptiles en este país nórdico.
El culebrón tuvo varios capítulos tras el episodio piloto, que fue recibido con grandes alaridos del público pero con críticas bastante negativas. Ahora debe de andar debajo del porche, reproduciéndose con fruición.
Mejor empiezo por el cumpleaños de Violeta. Hoy es el cumpleaños de Violeta (bueno, para ella ya no, pero en horario canadiense aún lo es). Iba a decir que Violeta es mi mejor amiga, pero eso suena un poco ingrato para con otras/os mejores amigas/os que tengo a los que también quiero mucho. Digamos que Violeta y yo nos conocemos hace la friolera de veintiocho años, y que la antigüedad cuenta porque todos mis amigos están sindicados y yo respeto la convención colectiva. Así que aunque con los años Violeta y yo hemos cambiado mucho (ambas para mejor, creo), ella aún conserva lo suficiente de la Violeta original para que yo siga fiel a las actualizaciones, o, al contrario, las actualizaciones me gustan tanto que mantengo la suscripción. Recuerdo que cuando la conocí ambas teníamos quince años y ella había leído a Mishima. Y que yo pensé que si no se suicidaba igual podríamos ser buenas amigas.
Pensándolo mejor, creo que voy a hablaros de la marmota. Este año, y pese a todo lo que nos ha caído (y no, no hablo de la crisis, aunque en mi trabajo en la universidad nos hayamos visto afectados por recortes), (y no, tampoco hablo del clima, porque aquí los cambios de temperatura cataclísmicos son de lo más normal) nos las hemos arreglado para plantar de nuevo un huerto. Con mimo y paciencia planté las semillitas de mis tomateras en abril, dentro de casa, porque aún quedaba nieve fuera. Con cuidado infinito las transplantó en el jardín Monsieur M. Con cariño y abnegación plantamos acelgas, vainas, berza, guisantes, lechugas. Con gula, nocturnidad y alevosía vino Doña Marmota (o una pariente cercana, aquí hay muchas) a zamparse los brotes tiernos de todo lo mencionado, y a coronarlos con unos arándanos y unas fresas de postre. Acto seguido se hizo una madriguera bajo el cenador, con vistas a la huerta (por la cosa de ir siguiendo de cerca la evolución de la cena), con tres salidas. Una combinación de una linterna encendida dentro de la madriguera, una radio en la peor cadena de FM de Quebec día y noche (Justin Bieber es un arma de destrucción masiva), la Chica insertando el cabezón alternativamente en las tres salidas del agujero y otros métodos disuasivos indignos (pero no sangrientos) hicieron que la marmota decidiera mudarse.
A pesar de que ésta no es la primera invasión de marmota que he vivido, y de que las estaciones tan marcadas de Quebec se suceden con rituales que se repiten (palear nieve, plantar calabacines, decorar calabazas), no vivo el día de la marmota una y otra vez. Ni siquiera cuando nos anunciaron que todos esos problemas de salud que habían fastidiado tanto a Monsieur M. durante el otoño pasado y el invierno de este año resultaron ser un linfoma. Sí recuerdo haber pensado: -«Joder, cáncer otra vez», pero el tiempo ha demostrado que vivir un cáncer en carnes propias y acompañar a alguien que lo vive, es muy diferente. Acompañar es infinitamente más jodido. Cuando el que lo sufres eres tú, te dices que las cosas no van tan mal, estás acostumbrado a vivir en tu cuerpo, ciertamente si te estuvieras muriendo te darías cuenta, ¿no? Cuando acompañas a alguien, toda la información que obtienes es de segunda mano. Y cuando le duele a otro, no sabes qué hacer. Mientras te duele a ti te mantienes ocupado. Por el momento es Monsieur M. el que se mantiene ocupado con sus ciclos de quimio, sus pastillas, sus escáners, sus oncólogos, su zenitud irritante e irreductible (bendita sea), sus libros del Dalai Lama y de cómo construir armarios. También lee sobre métodos no violentos para ahuyentar marmotas. Me comentó algo sobre que la orina humana les huele a depredador y puede ser una manera ecológica de espantarlas, pero con todo lo que le están chutando en el cuerpo entre la quimio y los contrastes radioactivos, le dije que de ecológico nada, y que si se meaba en los tomates éstos terminarán brillando en la oscuridad. Decidió abstenerse.
Lo de la marmota me lleva a contaros que en el sexto pino en el que vivo, aparte de ciervos, alces, gansos salvajes, zorros, mapaches, ardillas, mosquitos, culebrones y marmotas, también hay liebres salvajes y conejos. Los conejos no son salvajes, son de una vecina que tiene una guardería en casa y ha decidido expandirla en zoo, porque total como ya tiene a su cuidado varias fieras salvajes en pantaloncitos cortos y Crocs, algunos animales más no son un problema. Para ella. Para nosotros empiezan a serlo. Hay un conejo blanco y negro particularmente caradura que ha cogido la costumbre de venir a nuestro jardín, mirar desafiante a la Chica, que, atada, quiere arrancarle la cabeza amorosamente, y zamparse metódicamente todas las zanahorias (es un clásico, este conejo), los rábanos, las lechugas y las pocas fresas que nos dejó la marmota. Esta mañana una amiga estaba de visita y, tras contarle la historia, se ha acercado al conejo, que parece bastante acostumbrado a la gente (claro, cuando no está saqueando mi huerto vive en una guardería), lo ha acariciado con amabilidad (el conejo se dejaba de buen grado) y cuando ha querido cogerlo en brazos para llevárselo de nuevo a su dueña, Bugs le ha mordido la mano con todas sus ganas. Yo estaba ahí, en el jardín, sujetando a la Chica con toda la convicción no violenta de mi casi vegetarianismo, cuando he visto con mis propios ojos el Ataque del Conejo Psicópata. Hoy he perdido mi inocencia. Yo pensaba que los conejos eran seres suaves, timoratos, peluchosos, herbívoros. No agresivos maníacos con ojos rojos desorbitados. Mientras mi amiga se desinfectaba la mano y yo llamaba al ambulatorio para preguntar si tenía que ir a darse alguna vacuna, mi buen humor un poco desplazado ha hecho que varias veces explotara de risa cuando explicaba a la enfermera por teléfono que «a mi amiga le ha mordido un conejo no vacunado».Lo del buen humor era más que nada porque Monsieur M. me ha anunciado que su escáner a mitad del tratamiento muestra que está en remisión, sus ganglios relucientes y libres de cáncer al 95%. Aún le quedan tres ciclos de quimio por terminar y bastante anemia residual, pero le he dicho que de eso me ocupo yo: esta noche estofado de conejo para cenar.