(¿De qué va esto? Para los que necesiten ponerse al día, capítulos ya publicados de esta historia: Parte 1 - Parte 2 - Parte 3 - Parte 4 - Parte 5)
Terminé la sopa rápidamente, y después de cepillarme los dientes haciendo gala de una prolijidad excepcional (partículas de remolacha entre los dientes no-no-no), y, bueno, atusarme el pelo y maquillarme ligeramente (colorete, brillo de labios), una nube de perfume, me calcé las botas, me puse la bufanda, guantes, chaquetón de lana, cogí un recipiente de plástico de la cocina y ya estaba lista para ir a recoger arándanos. Arreglada como para ir a tomar un cóctel en el centro de Montreal. En el último momento me sentí completamente ridícula, me froté los labios con un pañuelo y me encasqueté un gorro de lana. No tenía la edad (ni el estado civil) de helarme las orejas para intentar impresionar a un jardinero, o a un operario jovenzuelo, o a lo que quiera que fuera. Demasiado lady Chatterley, incluso para mí. Un operario jovenzuelo semidesnudo en una tarde en la que la temperatura rozaba el punto de congelación, precisé mentalmente. Un operario jovenzuelo, semidesnudo y, ohcielosanto, se me escapó en un murmuro cuando cerraba la puerta y bajaba las escaleras del porche trasero, contemplándolo mientras terminaba de apilar las balas de paja, mag-ní-fi-co. Sacudí ligeramente la cabeza, como para sacudir la idea, y me concentré en mantener la mandíbula inferior en su sitio y los ojos dentro de sus órbitas, mientras me dirigía con paso que pretendía despreocupado hacia el granero. Los buenos modales primero. Ya. Eso.
El joven giró la cabeza y me vio acercarme. Se secó el sudor de la frente con el revés del guante de trabajo que llevaba, y esperó con una mano aún apoyada en el fardo que acababa de transportar, el ademán no completamente relajado, pero tampoco tenso, media sonrisa cautelosa empezaba a dibujarse en su cara. Conté tantas hileras de abdominales que durante un momento pensé que una mutación genética había causado que naciera con un par de ellas suplementarias. Podría haber sido el maldito Míster Septiembre de un calendario erótico-agrícola.
Era un chico joven pero un poco menos de lo que me había parecido desde la ventana: final de la veintena, pelo bastante corto, castaño muy oscuro, de un marrón chocolate cálido, muy similar a mi propio pelo, tez morena olivácea, casi mediterránea, ojos de un marrón ambarino, claro, cercano al verde, un poco extraños, una mandíbula cuadrada, dientes casi perfectos pero no tanto como los de Dan (nueva sacudida de cabeza, esta vez mental, al sorprenderme a mí misma comparando... ¿cuál era mi problema? Un poco más de una semana sin poder hablar con Monsieur M. y ya empezaba a hacer un palmarés de hombres guapos.) Hombros anchos, torso amplio de nadador, brazos fuertes. Probablemente es nadador, pensé, está depilado. Un metrosexual no me cuadra en un ambiente tan rural.
Cuando llegué frente a él se irguió: era increíblemente alto, calculé que hacia el metro noventa. Si quería dirigirme a él en lugar de a sus, ehm, fabulosos pectorales, iba a tener que subirme a una de las balas de paja. La imagen destelló en mi cabeza y me hizo sonreír. -"¡Hola!", dije en francés. En esta zona de Quebec era un saludo tentativo, era muy posible que él fuera anglófono, como Elspeth.
-"Bonjour!", respondió, con un acento perfectamente francófono. Duda despejada. Al verme más de cerca y hablar directamente a la coronilla de mi gorro de lana (imagino que estaba acostumbrado a esa perspectiva, con su altura), pareció juzgarme como inofensiva y su sonrisa se hizo más franca. -"No sabía que había nadie en casa esta tarde", prosiguió, pensaba que le professeur y la señora Dudley habían salido."
-"Oh, han salido. Sólo quedo yo. Arantza." Me presenté, tendiendo la mano. Él frunció el ceño, desconcertado, y me estrechó la mano de forma dubitativa, intentando vocalizar mi nombre, sin emitir aún ningún sonido, como entrenándose. Su reacción no me pilló por sorpresa, tras más de una década de vivir en Quebec. La esperaba aún más por el hecho de estar lejos de Montreal: el Quebec urbano es muy multicultural, pero en las zonas rurales aún no están acostumbrados a la inmigración. Y mi nombre les resulta infernalmente difícil de pronunciar. Lo repetí lentamente, y con una mano aún enguantada me rebusqué en el cuello de la camisa la gargantilla de oro con mi nombre, regalo de mi Santa Madre y que siempre me sacaba de apuros en estos casos. La señalé, él tuvo prácticamente que plegarse por la mitad para poder leerla, lo cual redujo la distancia entre nosotros de manera muy perturbadora. Olía fantástico, incluso tras haber sudado. Cachete mental. Hormonas, tranquilas, ordené sin palabras. Sentaos, tumbadas, dad la pata. Las hormonas no parecieron obedecer, a juzgar por la oleada de calor que me trepó por el cuello hasta las orejas y me produjo un sonrojo violento y repentino.
Desmañado, repitió mi nombre.
-"Pronunciación perfecta." Sonreí mi mejor sonrisa de profesora. "Y sé que no es fácil."
-"Yo me llamo Nathan." Lo pronunció a la francesa, "na-tan", con un ligero toque nasal en la ene final. "¿De dónde proviene su nombre? Ehr, ¿y usted? Tiene un acento..."
-"Es vasco", respondí, con la soltura que conlleva la práctica. Esperé un momento y vi pintada en su cara la confusión habitual.
-"Pero su acento es hispano", observó. "Pensaba que todos los vascos hablaban francés. Aparte del vasco, claro."
Vaya, vaya. Este chico estaba mejor informado que la media. Normalmente durante las presentaciones suelo tener que comenzar por situar el continente en el que se encuentra España, así que Mr. Chippendale no sólo tenía una anatomía bastante espectacular, sino que leía. Y tenía conocimientos de geografía. Gran combinación.
-"Vengo del País Vasco español, no del País Vasco francés", expliqué.
-"Oh. ¿Y es una estudiante del professeur Lesage?"
Oleada de halago inmediato por el hecho de que me considerara lo bastante joven como para ser aún una estudiante. -"No. Ex estudiante. Ahora soy la asistente del profesor, al menos durante este mes. Y tutéame, por favor. Cada vez que me tratan de usted o me llaman "señora" pienso en mi madre." Miré brevemente a su pecho e hice un ademán señalando mi gorro y mis guantes: "¿Y tú? ¿No vas a quedarte, euh, helado?"
-"Casi había terminado." Mientras hablaba comenzó a subirse la parte superior del mono de trabajo, con una ligera sonrisa al ver la mirada fija que aún estaba clavando en su torso. Enfoqué la mirada hacia otra dirección, no sin esfuerzo. -"Ayudo al profesor con los trabajos pesados: los caballos, el establo, reparaciones menores y el, uhm, jardín." Se subió la cremallera del mono e hizo un gesto un poco incómodo hacia el desolado terreno, lleno de arbustos y malas hierbas. Estaba claro que era la naturaleza la que tenía el control del jardín de Sussman House, y no el jardinero. Esta vez fue mi turno de ahogar una sonrisa. -"No soy muy buen jardinero." Se disculpó, sonriendo él también. "No tengo experiencia en este tipo de puesto. Pero el profesor dice que está muy contento de no tener que utilizar la cortacésped ni palear la nieve en invierno. Y que le gustan los jardines a la inglesa, desordenados."
-"Estoy convencida. Si te sirve de consuelo, creo que yo tampoco soy muy buena asistente. Espero que al profesor también le gusten las bibliotecas con un sistema de catalogación desordenado." Dije, encogiéndome de hombros. Mi comentario le hizo reír y pareció sentirse más cómodo. Puso un pie en uno de los fardos de paja y apoyó los antebrazos en la rodilla.
-"¿Vives en Montreal?" Me dijo aún un poco tímido, como probando el tuteo. Los quebequeses, más formales que los españoles, tratan de usted de manera mucho más habitual, incluso cuando el trato es entre gente joven que acaba de conocerse. Suelen esperar el permiso del interlocutor antes de tutearlo.
-"Sí, Aunque me alojo aquí hasta el final del trabajo." (¿Por qué demonios le contaba eso? Hormonas, tranquilas, fustigué de nuevo. Atrás, atrás. Silla y látigo.) -"¿Y tú? ¿Eres de Ayer's Cliff?"
-"Sí. Vivo muy cerca de aquí. Acabo de volver a casa de mi madre", (expresión un poco azorada) "después de tres años en Montreal". Su azoramiento al reconocer que vivía en casa de su madre le hizo parecer repentinamente mucho más joven. Y un poco más como uno de mis estudiantes, mucho menos deseable. Exhalé un muy discreto suspiro de alivio.
-"¿Cansado de la gran ciudad?", pregunté, sonriendo, comprensiva.
-"No." Dijo, con extraña vehemencia. -"En absoluto. Estaba estudiando en la universidad, medicina, en McGill, pero tuve que dejarlo. Mi madre no se encontraba bien, estaba sola y tenía que echarle una mano." Su atractivo rostro se ensombreció.
-"Vaya", dije, sinceramente apenada por él, mirándole con una simpatía nueva, -"Lo siento. Espero que tu madre se encuentre mejor y que puedas volver pronto a los estudios. Ha tenido que ser duro dejar la carrera cuando ya habías hecho más de la mitad. "
-"Gracias. Tiene sus altos y bajos. En cuanto a la carrera... de todas maneras no me lo podía permitir. Incluso con un préstamo y una beca del gobierno me estaba endeudando de una manera terrible. También tuve que dejar el equipo universitario de natación." Esta vez fue él el que sacudió la cabeza, de una forma triste y apesadumbrada, mirando al suelo, como si cargara el peso del universo entero sobre los hombros. El corazón se me encogió un poco mirándolo. Tan joven y con un aspecto tan derrotado por el peso de las responsabilidades.
Sin saber muy bien qué hacer para animarlo, me oí exclamar: -"Me vas a perdonar, yo me disponía a recoger los arándanos que queden por aquí, si es que queda alguno que no esté seco como una pasa o congelado, y vas a probar los mejores muffins de maíz de tu vida. Modestia aparte. Soy mucho mejor repostera que bibliotecaria." Dije, levantando el bol de plástico para dejar clara la seriedad de mis intenciones.
Él rió, la expresión más liviana, y dijo: -"Uhm, eso habrá que verlo. Lo creeré cuando los pruebe." "Pero éste no es el mejor lugar para recoger arándanos. Tengo que desbrozar un poco el camino de arriba, en el límite del terreno del profesor. Si me acompañas, te mostraré dónde están los mejores arbustos."
-"Hecho", respondí. Esperé a que recogiera un par de herramientas que necesitaba, y echamos a andar en un clima de compañerismo silencioso y agradable. Tras unos diez minutos de marcha siguiendo un pequeño sendero, perdimos de vista la casa, y parecimos adentrarnos en lo que a mí se me antojaba como un bosque bastante denso.
-"El terreno del profesor Lesage... ¿es muy grande?", pregunté, sorprendida.
-"Bastante. Unos cien mil pies cuadrados. Lo suficiente para no ver ni oír a sus vecinos si no le apetece."
-"Ah. Me resulta difícil creer que tiene vecinos, me siento en pleno bosque."
-"Los tiene. Al oeste de Sussman House viven las hermanas Redpath, y al este el doctor Bergeron." Su cara parecía estar dotada de una rara movilidad, y su expresión cambió de nuevo por completo al pronunciar el último nombre. Lo dijo con desprecio, casi con asco.
Eterna cotilla como soy, tantée, cautelosa: -"¿El doctor Bergeron no es un vecino popular por aquí?"
Él soltó una risa amarga, tan exagerada que resultó estridente: -"¡Ja! ¡No!" Su cara se oscureció de nuevo de forma muy marcada: -"El doctor Bergeron no es una buena persona." Dicho lo cual, se sumergió en un extraño mutismo, durante el que me afané a recoger arándanos de las matas tupidas y abundantes que bordeaban el sendero. No estaban tan redondos y brillantes como en septiembre, pero aún quedaban bastantes y tenían un aspecto bastante aceptable, si bien un poco arrugado por las tardes frías que estábamos teniendo. Mientras llenaba el recipiente de plástico, con la ayuda ocasional de mi acompañante, lo miraba de reojo y pensaba en que este chico tan joven y guapo tenía unos cambios de humor muy acusados, y parecía arrastrar una historia personal bastante triste: madre enferma, padre ausente, problemas económicos y familiares que le impedían terminar una formación que mejorara su futuro y le obligaban a volver a su pueblo natal. Trabajar en algo manual después de haber acariciado el sueño de ser médico no debía de resultarle fácil.
Nathan pareció darse cuenta del ambiente cargado que había dejado su último comentario, pero en lugar de dar explicaciones más detalladas añadió, con una risilla un poco fuera de lugar: -"Ya verás cuando conozcas a las hermanas Redpath. Es la pareja de viejas urracas más loca que he visto en mi vida."
Seguí seleccionando bayas en silencio, y enarqué una ceja. Un ama de llaves gótica, un jardinero apolíneo y maníaco-depresivo, un misterioso vecino y ahora una pareja de viejas locas. Y luego dicen que la gente que vive en el campo se aburre.
MUFFINS MALÉVOLOS DE MAÍZ
(Receta adaptada de "Martha Stewart's Cupcakes"). Para unos 16 muffins densos y consistentes, excelentes para el desayuno o la merienda, si queréis aplacar hambres voraces. Estos muffins están más ricos si se sirven recién horneados, o recalentados ligeramente en el horno.
INGREDIENTES
- 1 taza y 1/4 de harina de trigo integral
- 1/2 taza de polenta (de preferencia, amarilla) o de harina de maíz
- 2 cucharadas de té de levadura en polvo
- 1 cucharada de té de sal
- 1 taza y 1/4 de azúcar
- 1/2 taza de suero de leche. (Para hacerlo no tenéis más que mezclar un vaso de leche a temperatura ambiente con una cucharada sopera de zumo de limón, dejadlo reposar sin moverlo entre veinte minutos y media hora, o hasta que tenga aspecto "cortado", y colarlo. La parte líquida es el suero, que utilizaréis en la receta).
- 2 huevos de buen tamaño a temperatura ambiente
- 7 cucharadas soperas de aceite vegetal (girasol, maíz, colza...)
- 1 taza y 1/2 de arándanos y moras mezclados (o sólo de moras, si os resulta difícil encontrar arándanos)
ELABORACIÓN
Precalentar el horno a 195º. Cubrir los moldes de muffin con moldes de papel, os facilitará mucho el desmoldado y la limpieza. Mezclar los ingredientes secos: la harina de trigo integral, la polenta, la levadura en polvo, la sal y una taza y dos cucharadas soperas del azúcar (reservar el resto).
En otro bol, mezclar los ingredientes húmedos: el suero de leche, los huevos y el aceite; verter sobre los ingredientes secos y mezclar rápidamente y lo mínimo necesario para humectarlos y formar una masa homogénea. El secreto de unos muffins ligeros y esponjosos es no batir la masa en exceso.
Llenar los moldes de muffin a unos dos tercios de su capacidad, evitar llenarlos por completo. Distribuir los arándanos y las moras por encima y espolvorear con el resto del azúcar que hemos reservado previamente.
Meter en el horno y bajar la temperatura a 190º. Hornear a la temperatura correcta es muy importante en esta receta, es lo que impide que las moras y los arándanos se hundan en la masa. Intentar no abrir el horno durante los primeros 10 minutos de cocción, es el momento en el que la masa sube más y las pérdidas de calor impedirían el levado. Después de 20 o 25 minutos, pinchar con un palillo en el centro de uno de los muffins del centro de la bandeja. Si el palillo sale limpio, están hechos. Poner la bandeja encima de una rejilla y esperar hasta que se enfríe por completo antes de desmoldar los muffins.
Estos muffins están mucho más ricos recién hechos, pero se conservan un par de días en un recipiente hermético en lugar fresco. Se pueden congelar, envueltos individualmente en film plástico y después en una bolsa de congelación.