martes, 9 de noviembre de 2010

Cadáveres, cakes de calabaza y otras macabras calamidades: una historia por entregas (parte 3).Tarta de manzana sin fondo.

Professeur Lesage no exageraba: Sussman House es monstruosamente grande. Construída en el estilo victoriano loyaliste, un pariente del gótico americano, en una mezcla de madera y ladrillo rojo, sus dos pisos (tres, si contamos el ático en el que antiguamente se alojaban los sirvientes pero que hoy está deshabitado) se imponen en la pequeña vaguada en la que está construída.

De planta irregular, con su galería rodeando todo el perímetro de la casa, su torre octogonal terminada en una veleta, con aguilones rematando los tejadillos, sus ventanas alargadas en mirador, profusamente decoradas con molduras, su porche adornado con calados de madera, en el que preside la puerta principal, de color oscuro, coronada por un gran arco de estilo Tudor, el tejado de Sussman House es el detalle típicamente quebequés que impide que esta casa transporte al visitante directamente a la campiña británica: es un tejado en chapa de cobre que el tiempo y la intemperie han teñido de verde. El mismo tipo de tejado que en primavera se convierte en un auténtico peligro: diseñado con una pendiente pronunciada para que la nieve y el hielo acumulados se deslicen por él y así aligeren a la estructura del peso adicional, el deshielo provoca desprendimientos súbitos de enormes cargas de nieve y algún que otro carámbano afilado como un punzón. Si alguien tiene la mala fortuna de pasar debajo de una cornisa en el momento exacto de la avalancha, puede resultarle fatal.

El vasto terreno que pertenece a la propiedad del profesor Lesage se considera como situado en el área municipal de Ayer's Cliff, pero, como sucede muy a menudo en Quebec, sólo lo está de nombre en las escrituras, porque en la práctica la casa está rodeada de un denso bosque, mezcla de arces y coníferas, que la ocultan totalmente a la vista de los conductores ocasionales que pasan por la carretera que lleva hasta el pueblo. El municipio de Ayer's Cliff, situado en el condado de Memphrémagog (como el lago del mismo nombre, de origen algonquino), en la región de los Cantones del Este de Quebec, es muy reciente según los baremos europeos: fue oficialmente constituido en 1909, aunque desde finales del siglo XVIII está impregnado de ese lustre tan anglosajón que tienen la mayoría de los pueblecitos de la región. Los Cantones del Este deben su nombre al sistema de propiedad británico en el que la tierra se dividía en cantones y los cantones se agrupaban en condados, sistema heredado de los colonos loyalistes. Los loyalistes eran colonos ingleses residentes en lo que hoy son los Estados Unidos, colonos que permanecieron leales a la corona británica tras la declaración de independencia de 1776 (de ahí el nombre, los "leales"), lealtad que pagaron con el exilio. Esos colonos dejaron como herencia un pequeño islote de lengua inglesa en una provincia de habla mayoritariamente francesa, así como una arquitectura ligeramente diferente al resto de Quebec.

La historia de Ayer's Cliff es bastante banal: John Langmaid, natural de New Hampshire, fue el primer colono que tomó posesión de las tierras en las que hoy se sitúa el pueblecito, parcela que bautizó con su nombre, Langmaid's Flat. En ellas estableció un pequeño hotel en el que se alojaban los viajeros de las diligencias provinientes de los Estados Unidos. En 1799, un tal Thomas Ayer le compra la propiedad, con la idea de construir en ella una vía de ferrocarril. Tras esta compra, la tierra se rebautizó con el nombre  de Ayer’s Flat. Pero el nombre, que hace alusión a una tierra pantanosa, baja, plana y medio sumergida a orillas del gran lago Massawippi, no suena bien para atraer a inversores potenciales. Ésa es la razón por la que se cambia por Ayer's Cliff en 1904, ya que la palabra cliff (acantilado, barranco) también evoca el relieve del lugar.

Sussman House se encuentra flanqueada por unas colinas en su lado norte, la parte trasera de la construcción, a la que da la ventana de mi habitación. En estos sombríos días de noviembre, en los que los árboles han perdido todas las hojas y aún no hay nieve, la orografía del lugar le da un aspecto oscuro. Un riachuelo, probablemente un afluente del río Tomifobia (todo un nombre) delimita la línea entre el terreno que muestra señales de haber sido toscamente desbrozado por un jardinero inexperto (incluso hay un intento de césped) y el linde del bosque. Matas de frambuesas salvajes marcan la frontera entre la civilización y la naturaleza. En el fondo de este jardín asilvestrado, a la izquierda de la casa según se ve desde el camino de entrada, hay un cobertizo de herramientas, y a la derecha un enorme granero de madera a la canadiense, del tamaño de un hangar, el tejado en mansarda, a dos aguas, pintado de rojo, las paredes de cedro sin pintar, con ese color grisáceo, pátina de muchos inviernos bajo la nieve. Por la paja amontonada fuera, el edificio hace las veces de establo. Creo recordar que el profesor Lesage me había mencionado que tiene dos caballos, ofreciéndome la posibilidad de montar durante mi estancia.

En mi paseo de reconocimiento, emprendido media hora después de haber llegado, arrebujada en mi chaquetón y pertrechada de unas muy necesarias botas de caucho (lo reconozco, soy una curiosa, pero una curiosa previsora que viene al campo bien preparada) hasta he visto un antiguo pozo cerca del granero, con su brocal de piedra y todo. Un pozo sin fondo (sí, he lanzado una piedra para comprobarlo). Decididamente, esta casa está completamente equipada: amas de llaves siniestras y pozos sin fondo. Sólo faltan murciélagos colgando de los candelabros del salón y una cripta familiar en algún rincón del jardín. Aún no he recorrido todo el jardín -está empezando a anochecer y he leído la suficiente literatura victoriana como para no hacerlo a oscuras- ni tampoco he visto el salón, así que hay posibilidades. Me digo que mañana terminaré la exploración. Es una tarde típica de noviembre, gris y húmeda, y empieza a hacer frío. No estamos lejos de las primeras nieves, y la temperatura por las noches ya cae a bajo cero. Termino de rodear la casa.

Un estrecho camino de grava lleva de la carretera hasta el porche principal. Para vivir aquí es absolutamente necesario un coche, sobre todo en invierno. O un par de esquíes, si uno ha perdido el juicio y no necesita cargar con gran cosa en la compra semanal. Me pregunto qué medio de transporte usa el viejo Professeur hasta que, terminando la vuelta completa a la casa, la respuesta salta a la vista: dos coches aparcados en la entrada. Un Golf gris de lo más anodino y, santo cielo, un enorme (y tiene que serlo, para seguir pareciéndolo al lado de esta casa gigantesca) Chrysler Saratoga, de color crema. Con asientos de cuero rojo. Y parachoques cromados con suficiente brillo como para rehacerse el maquillaje reflejándose en ellos. Lo miro estupefacta, mientras subo las escaleras de la entrada. Esto no es un coche, pienso. Es un portaaviones. Este coche es a los coches lo que las camas de agua en forma de corazón son a las camas de hotel. Empiezo a hacerme una idea de lo que hace mi profesor durante su jubilación.

-"¡Ah, ma chère! Ya ha llegado. Y veo que admira mi modesto carruaje." La voz, conocida, viene de detrás de mí. Me vuelvo, la mano aún en el pasamanos de las escaleras. Professeur Lesage se acerca a buen paso, una larga hierba silvestre entre los dientes que exhibe al completo en una gran sonrisa, vestido de sombrero de fieltro verde oscuro, chaquetón de lana marrón a cuadros, entreabierto, con una bufanda cruzada de forma casual pero elegante, que deja entrever sus sempiternas camisa blanca inmaculada y corbata, y pantalón de tweed

-"1959, todas las piezas son originales. Una extravagancia de viejo ocioso. Este coche podría resistir al cataclismo del fin del mundo", dice con cariño, dando palmaditas a uno de los desmesurados alerones traseros.

-"No sabía que le gustaban los coches de, ehr, época", digo, tendiéndole una mano. El profesor Lesage, aún muy francés a pesar de las décadas pasadas en Quebec, me estrecha la mano y tira vigorosamente de ella para acercarme a su barbuda mejilla y plantarme dos besos.

-"Voyons, ma chère, hay confianza", me dice, riendo. Respondo al saludo con la misma mezcla de sonrojo y afecto de siempre.

-"Años y años de severa educación católica, Professeur. Las monjas nos propinaban descargas eléctricas si tuteábamos a los profesores. Ni le cuento lo que hubiera pasado si les hubiéramos dado dos besos. ¿Cómo está?"

-"¡Jum, jum!" Ríe de nuevo el profesor, entre sus barbas. -"Estupendo, estupendo. No podría estar mejor. Aunque me temo que yo mismo empiezo a ser "de época". Por cierto, sé que ha venido en autobús, va a necesitar un medio de transporte mientras esté aquí. Es lo que tiene vivir en el campo, el más mínimo recado se convierte en toda una expedición. Le prestaré mi coche, va a tener la suerte de conducir esta joya. Y no se la prestaría a cualquiera. Tiene permiso de conducir, ¿verdad?"

-"Oh. No para pilotar transatláticos. Euh, gracias. " Miro al "barco", llena de duda.

Professeur Lesage suelta un ligero resoplido de risa y hace un gesto hacia la puerta. -"Pero entre, y hablaremos más cómodos, delante de un vasito de algo."

Echo una última mirada ligeramente desorbitada al Chrysler, mientras empiezo a subir los escalones. -"El motor de ese coche, es a fisión de uranio, ¿verdad?"

-"¡Ooh, jum, jum! He echado de menos trabajar con usted."

-"Ya, seguro. Lo dice porque sabe que he traído tarta."

-"Ah, bon? ¿De qué, si me permite la pregunta?"

-"De manzana. Es una tarta insondable, como el pozo de su jardín. Sin fondo. Por lo de su línea. Menos masa, menos kilos de los que preocuparse. Para que vea que pienso en su salud. Y en todos esos espléndidos trajes de tweed que tiene. Quiero que pueda seguir entrando en ellos."

-"Me mima demasiado, ma chère. Pero tiene usted pinta de tener frío. Esa tarta va a acompañar estupendamente una buena taza de té para usted, y una copita de oporto para mí. Con eso, deberíamos poder llegar a la cena sin problemas. Y conociéndola, estoy seguro de que ha traído algo más."

-"Será consentido... pues sí. Unos pastelitos de calabaza."

-"Oooh. Va a ser un mes extremadamente agradable", dice el profesor, cerrando la puerta tras de sí. La oscuridad del vestíbulo de Sussman House nos envuelve de golpe, parece tragarnos.

(CONTINUARÁ)

TARTA DE MANZANA SIN FONDO
 
INGREDIENTES:
  • 3 libras de manzanas (unas 7-8 manzanas) más bien ácidas, como Granny Smith, peladas y cortadas en rodajas más bien gorditas, de unos 3mm... no las midáis, la tarta no saldrá más rica)
  • 2 cucharadas soperas de zumo de limón recién hecho
  • 2 cucharadas soperas de Maizena (fécula de maíz)
  • 1/4 de taza de azúcar, más un poquito para espolvorear
  • 3 cucharadas de té (bien colmadas) de canela
  • 1/2 cucharada de té de nuez moscada
  • 1/8 de cucharada de té de sal fina
  • 1 huevo
      PARA LA MASA QUEBRADA:
  • 1 taza y 1/4 de harina, más un poco para espolvorear la mesa de trabajo
  •  1/2 cucharada de té de sal fina
  • 1/2 cucharada de té de azúcar
  • 1/2 taza de mantequilla fría, recién sacada del frigorífico y cortada en pedacitos (o margarina, si tenéis que vigilar el colesterol, aunque vaya contra mis principios, en la masa quebrada no se puede utilizar aceite por cuestiones de textura)
  • 1/8 a 1/4 de taza de agua helada (truquillo de Sirope de alce: utilizar agua mineral con gas, el gas ayuda a que la masa salga mucho más ligera, pero no es imprescindible)
ELABORACIÓN DE LA MASA QUEBRADA 

Si tenéis un robot de cocina muerto de risa en una esquina del mostrador, éste es el momento de darle uso: la masa quebrada queda absolutamente perfecta en robot, y se prepara en un parpadeo. Echar la harina, la sal y el azúcar en el recipiente del robot, y pulsar un par de segundos para mezclarlos. Añadir la mantequilla en pedacitos y trabajarla durante unos 10 segundos hasta que la  mezcla tenga aspecto muy grumoso (si hacéis la masa quebrada a mano, en un gran bol mezclar con los dedos harina y la mantequilla, teniendo cuidado de no trabajarla mucho tiempo, para que el calor de las manos no funda la mantequilla, ya que los pedacitos atrapados en la masa se fundirán en el horno y le darán su textura ligera y crujiente). Verter el agua helada con el robot en marcha, en un chorrito uniforme, hasta que la mezcla adquiera aspecto de masa, unos 30 segundos como máximo (no batir demasiado es muy, muy importante en esta receta).
En la mesa de trabajo un poco enharinada, hacer una gran bola con la masa trabajando rápidamente, para que no se recaliente. Ponerla encima de un buen  pedazo de film plástico (el que se usa para envolver alimentos), taparla con otro buen pedazo de plástico y estirar con el rodillo hasta formar un disco de un espesor de unos tres centímetros. Refrigerar por lo menos una hora (en ese tiempo preparar el relleno de manzanas). Si dobláis la cantidad de ingredientes, podéis hacer dos discos de masa y congelar el que no utilicéis bien envuelto en su plástico y metido en una bolsa de congelación hermética. La próxima vez que queráis hacer una tarta, descongelad la masa en el frigorífico durante un par de horas, y tendréis la mitad del camino hecho.

ELABORACIÓN DEL RELLENO DE MANZANA

En un bol, mezclar el azúcar, la Maizena, la canela, la nuez moscada y la sal. En otro gran bol o ensaladera, echar las rodajas de manzana y mezclar con el zumo de limón. Espolvorear uniformemente con la mezcla de canela y azúcar, revolver bien hasta que todas las rodajas estén bien cubiertas.

MONTAJE DE LA TARTA

Precalentar el horno a 200°C. Enmantequillar un molde de tarta bastante profundo (el mío tiene casi 5 cm de profundidad). Verter las rodajas de manzana.

Estirar la masa quebrada refrigerada, hasta que tenga unos 3mm de espesor, manteniéndola entre los dos plásticos. Si os gusta el acabado de mi tarta, levantar el plástico superior y cortar con un cortapastas en forma de hoja. Las "galletas" que obtendréis así se levantan sin problemas si conserváis el plástico de debajo. Ir colocando las hojas de masa encima del relleno de manzana, superponiéndolas ligeramente. Si preferís el acabado clásico, levantar el plástico superior, estirar la masa con el rodillo, y aprovechar cuando se quede pegada alrededor del mismo para estirarla por encima de la tarta. Pinzar con los dedos alrededor del molde para pegar bien la "tapa" de masa. Con un cuchillo, recortar toda la que sobre. Perforar  unas cuantas hendiduras para que salga el vapor durante el horneado.  

Barnizar con el huevo batido y espolvorear con un poco de azúcar. Para obtener una masa extracrujiente, aplicar un poco de agua (en lugar del huevo) con una brocha justo antes de meter al horno, y espolvorear con azúcar.

Hornear a 200°C durante media hora. Bajar el horno a 180°C y hornear entre 20 minutos y media hora más, hasta que la masa esté dorada y veáis los jugos de cocción de las manzanas borbotear alegremente. Los aromas de canela y manzanas al horno que flotarán por casa os darán ganas de no salir nunca más.

Servir à la mode (aún caliente, con una bola de helado de vainilla por encima). Recibir con modestia los cumplidos, ovaciones, hurras y besos que os dediquen los comensales.

13 comentarios:

  1. Hola Arantza,

    Es la primera vez que escribo un comentario, aunque te sigo desde hace bastante tiempo.

    No sé qué me gusta más de tu blog, si tus recetas, tus fotos (adoro a Alfonso, tienes un gato extremadamente fotogénico) o lo que escribes, pero este blog es mi primera parada del día: sé que me va a arrancar una sonrisa.

    Un saludo desde La Rioja.

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  2. Algún día acabará mi dieta, Miss Arantza, y me temo que me pondré enferma porque me dedicaré a probar todas las recetas que está publicando. Y la culpa será toda suya, que lo sepa. Sufra. (sufra mucho, añado)

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  3. Ok, empiezo a atar cabos... tenemos... un libro con tapas plastificadas, un ama de llaves que esconde cadáveres en la olla donde prepara el borscht, un horno pasado de tuerca pero que hace tartas de manzana y pastelitos de calabaza muy ricos... uhm... un buque aparcado en e jardín... bien... un cortamasas con forma de hoja, un pozo sin fondo... del muerto mejor aún no hablamos, oder?

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  4. Mmmmmm... tengo que ir a Canadá y colarme en alguna casa así ;D. Mientras, tengo harina, tengo manzanas... voy encendiendo el horno! Qué tarta más rica para este tiempo!

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  5. ¿A que nos vamos todos contigo y con el profesor a pasar el otoño?

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  6. Buffff que intriga (joia)....pues nada a esperar y mientras a disfrutar de la tarta..yo como el profesor me pido una copita de oporto...
    muaks

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  7. Buenísimo el blog, me tienes de lo más enganchada a las historias y a las recetas!

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  8. estoy esperando tu próxima entrega!!!!!!!!!!
    fe de erratas: espero y deseo que el molde tenga 5 cm. de profundidad? ;-) es broma.
    petonets,
    Alba

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  9. Hola Arantza,
    Vivo en Montreal y me gustaria saber donde puedo comprar el corta-pastas en forma de hojas.

    Gracias !
    maria

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  10. buenas! ayer intenté hacer la tarta...después de que 2 hornos no respondieran a mis órdenes, por fin conseguí hornearla y quedó rica, pero la cubierta era un poco...pan! la hice con agua en vez de huevo, y efectivamente quedó MUY crujiente! en fin, a ver si la próxima vez se me sale "niquelá".

    ah, y me parto con tus historias!

    muak

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  11. He llegado a tu impresionante blog a través de Carlos San Millán. Con toda la pena de mi corazón he de demandarte. He salivado tanto con tus recetas que el portátil se me ha destrozado.

    ¡Gran trabajo, muchas gracias!

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  12. Esther: Todo el mundo adora a Alfonso. Es casi obligatorio. Gracias por las cosas tan estupendas que me dices. Me animas a seguir escribiendo mis cosillas.

    Miss Gin: no sufra, Gin. ¿Y el tipazo que se le está poniendo? Mientras yo acumulo sobrecarga ponderal en los muslos y me refocilo en el hidrato de carbono ;-). Y yo creo que alguna de mis recetas sin culpa no le sería muy nociva para la dieta, pero todas el mismo día no.

    Mai: ... el muerto no sé muy bien dónde meterlo (¿en el horno?), pero caerá, Mai, caerá. Dame tiempo.

    Lucía: claro que sí, tú no necesitas que la tarta te la haga nadie.

    Aracne: por mí, estupendo. Y yo creo que el profesor tendría sitio. Ganas, no sé, pero sitio sí.

    Núria: las copitas de oporto y las raciones de tarta son necesarias para atravesar el mes de noviembre sin antidepresores.

    Paula: gracias, Paula. Otra que me da razones para seguir desvariando.

    Alba: gracias mil por haber detectado la errata. Ya la he corregido. Es verdad que hubiera salido una tarta un poco gorda :-D.

    María: ya puedes perdonar no haberte respondido antes (acabo de ver el correo que me has mandado al buzón del blog). Pero a veces me psa que tengo una semana infernal de trabajo y no puedo ni asomarme por aquí. Esos cortapastas los encontré en Winners. Si ya no les quedan (porque ya han sacado todo lo de Navidad, ugh), puedes ir a Ares, en Laval, una tienda fantástica con TODO lo que se te ocurra para cocinar.

    Jelen: vaya, lo que me cuentas suena como un problema de horno. Te aconsejo que, ya que te pegas todo el trabajazo de hacer la tarta, te compres un termómetro de horno (no cuestan gran cosa) para calibrar la temperatura del tuyo. La mayoría de hornos no alcanzan la temperatura que dicen que alcanzan. Si lo calibras, podrás ajustar la temperatura y verás cómo la repostería te queda mejor.

    Aitorelo: pues su blog de usted tiene mucha gracia. Incluso lo he enlazado aquí, con su permiso. Ah, Don Carlos, pintor de talento. Llevo años presionándole para que me regale un cuadro :-D. Bienvenido por esta cocina, Aitorelo, espero que vuelvas. Y compra una funda para el teclado :-). Por lo que se avecina.

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  13. Jamía, segunda vez que hago esta tarta y voy a tener que contratar seguridad privada para quitarme a los fans de encima!!

    Tengo que confesar que la segunda vez he hecho un poco de trampa y la masa vino directamente del Lidl, con lo que, además de deliciosa resultó fácil y rapidísima.

    Zorionak eta Urte Berri On!!!

    La Evas

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