lunes, 13 de diciembre de 2010

Un cuento de Navidad montrealés: Navidades de bolsillo (parte 2). Cookies navideñas blanditas.

Dicho y hecho. En cuanto nos lo permiten nuestros mutuos trabajos, monsieur M. y yo empaquetamos nuestras raquetas, botas, esquíes, ropa de más abrigo, libros y unos cuantos platos cocinados de antemano, y pedimos a nuestra amable vecina (la dueña de Víctor, gato albino y depresivo) que dé de comer a Julieta y Alfonso durante nuestra ausencia. Normalmente le pedimos ese favor a Lady D., amiga "gatófila" que adora a nuestros felinos, pero como esta vez nos vamos de incógnito no queremos prevenir a nadie, no sea que se chive a la familia.

Así partimos en la aurora del 24 de diciembre rumbo al chalet de Dan, cual ladrones en la noche, riéndonos mucho entre dientes (bueno, yo normalmente empiezo a reír después del primer café, porque antes es que no soy persona) y prometiéndonos unas vacaciones de Navidad dignas de ese nombre: llenas de descanso. Y tiempo libre. Como las malas personas que somos los dos en el fondo, nos regocijamos pensando en que el resto de la humanidad (al menos la de tradición cristiana) va a pasar la jornada corriendo de tienda en tienda, de atasco en atasco, haciendo humear la tarjeta de crédito y la cocina.

Durante las tres horas que dura el trayecto hasta la remota cabaña de Dan hacemos planes sobre los paseos en raquetas que nos vamos a dar, y los libros que no hemos tenido tiempo de leer y que pensamos terminar en la paz del bosque de los Laurentides.

La casita en la que Dan pasa la mitad del año retirado del mundo se encuentra enfrente de un gran lago -en estas fechas completamente helado-, en lo que en Quebec se llama un ZEC (zone d'exploitation contrôlée), que es algo así como el equivalente quebequés a un coto de caza público en España. El gobierno de Quebec sortea un cierto número de parcelas en estas tierras salvajes, y los afortunados ganadores pueden construirse un pequeño refugio o chalet (dentro de unas normas estrictas), pero no pueden especular con el terreno. De esta manera, el gobierno mantiene mínimamente poblada lo que si no sería una superficie de tierra salvaje impensable en Europa, y con esta presencia del equivalente moderno de los colonos (Dan se refiere a los habitantes de los ZEC como "colonos de fin de semana") los cazadores furtivos son mantenidos a raya. Los terrenos implantados están alejadísimos unos de otros por hectáreas y más hectáreas de bosque habitado sólo por osos, renos, alces y ciervos, hay más probabilidades de que a uno le parta un rayo que de que se encuentre con un ser humano. Las parcelas por supuesto no tienen ni electricidad ni agua corriente, porque en el vasto territorio de la provincia de Quebec no hay suficientes habitantes que paguen impuestos como para llevar esos servicios a zonas tan alejadas. La gente que se construye un chalet en un ZEC sabe ser autosuficiente: generadores, estufas de leña, placas solares y cuartos de baño en un cobertizo exterior a la casa, a la antigua usanza. Radio para comunicarse en caso de urgencia, porque la señal del teléfono móvil no llega hasta aquí. Moto todoterreno en verano y motonieve en invierno, porque la pista forestal que lleva hasta unos 25 kilómetros de donde Dan ha construido su casita deja de ser una pista y se convierte simplemente en un tramo de bosque ligeramente menos denso que el resto.

Para solitarios y cazadores como Dan, poder vivir en un sitio así es el paraíso. Tiene la caza en la puerta de casa y el único ser vivo que podría llamar a su puerta sería un oso que ha olido lo que Dan se esté friendo para la cena. Para alguien como yo es perfecto como escondrijo navideño, pero en unas circunstancias más normales no podría pasar el invierno entero teniendo que vestirme por completo (parka, gorro, botas y guantes) para ir al cuarto de baño. Y lavándome con una palangana. Sin mencionar que ni sé disparar ni me planteo el aprender, y por las historias que Dan me ha contado, me da la impresión de que en su pedacito de paraíso es mejor salir a sacar la basura con la carabina cargada. Y que si a uno se le termina la leche, la tienda más cercana está a una hora y cuarto de coche más cuarenta minutos de motonieve.

Cuando llegamos al claro en el que Dan tiene aparcada su motonieve, (gracias al GPS de monsieur M., que también podría llamarse monsieur Gadget), es media mañana de un d­ía de invierno frío, soleado y cristalino, en el que la nieve recién caída brilla como polvo de diamantes. Monsieur M., en su elemento, me explica cómo cargar el equipaje en el remolque atado a la Ski-Doo, un trineo largo que se compone de un cajón de madera rectangular con toldos para cubrir la carga y agujeros para atar los toldos por medio de gomas. Entre los dos apilamos nuestras cosas con bastante eficiencia. Miro la motonieve con aprensión, y aunque ya sé la respuesta, le pregunto de nuevo a monsieur M, que me espera ya encaramado al vehículo: -"Euh, ¿seguro que sabes conducir este trasto?". Monsieur M. resopla, mitad de risa mitad de impaciencia y dice: -"Mejor que un coche, mon p'tit porc-épic. Las he utilizado durante décadas en el trabajo. Allez, sube. Y ponte el casco."

Respiro hondo, me coloco el casco, me pongo los guantes y subo al trasto infernal, me agarro a la cintura de monsieur M. y digo entre dientes: -"Que la aventura nórdica comience." Monsieur M. arranca y lanza un -"¡¡Wooohooouuu!!!" digno de un chaval de diez años.


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Cuarenta minutos y mucho miedo más tarde, llegamos al Varykino particular de Dan (sí, durante mi estancia pienso releerme "Doctor Zhivago", el ambiente es ideal para ello) : una casita de madera de dos pisos, hecha de tablas de cedro natural, que aún conserva su tono rojizo en las zonas que no han sido cubiertas por la nieve que en este lugar parece azotar violentamente, a juzgar por los ventisqueros contra las paredes de la casa. Una galería rodea parcialmente la construcción. En un rincón alejado de lo que en verano debe de ser el huerto, se alza el cobertizo del cuarto de baño: también de madera, el tamaño parece el justo para permitir que una persona se siente en el "trono" y cierre la puerta. Pegado a la puerta trasera de la casita hay otro cobertizo al que le falta una pared: es la reserva de madera para la cocina y la estufa. Cuando entramos compruebo con alivio que la cabaña de Dan es espartana pero tiene todo lo necesario para estar cómodo: la planta baja, cuadrada, mide unos cuatro metros cuadrados. En un extremo, un viejo sofá cubierto de una manta de lana enfrente de la estufa de leña constituye la zona de estar. Una mesita de café improvisada con una cajón de madera con una pila de revistas de artes marciales y de caza, y una mecedora de madera a un lado del sofá. La mecedora está cubierta con una piel marrón de un animal que no soy capaz de identificar. Pienso en mis chistes sobre la piel de oso frente al fuego y me da un poco la risa.

En el extremo opuesto, la cocina, pequeña, con unos fogones cubiertos de unos azulejos que reconozco rápidamente: son los que sobraron de reformar nuestro cuarto de baño en la barraca montrealesa. Dan lo ha hecho todo él mismo, y ha aplicado la norma del reciclaje. Me sorprende ver un grifo a pompa para el agua en el fregadero: mientras enciende el fuego, monsieur M. me explica que Dan utiliza ese sistema a la antigua para bombear agua del lago y utilizarla para lavar. El agua potable la extrae de un pozo artesiano que hay en el terreno.

Unas escaleras que son un cruce entre un escalera de mano y unas escaleras propiamente dichas (en realidad es una escalera de mano muy cómoda, si tal cosa es posible, con un pasamanos y peldaños anchos que casi pueden ser calificados de escalones) llevan al piso de arriba, que más que un piso es un altillo, ya que no cubre toda la planta baja. Iluminado de forma muy agradable por un tragaluz en el techo a dos aguas, contiene (un pillín, este Dan) una cama doble de dimensiones más que respetables, cubierta de un edredón de -oh, albricias- plumas. Un par de taburetes de madera hacen las veces de mesillas de noche, en uno de ellos hay una lámpara de gas de las que se utilizan en cámping, y en el otro una palmatoria con una vela. El techo es un poco bajo para monsieur M., pero aparte de ese pequeño inconveniente, él también se muestra agradablemente sorprendido. El cubil de Dan es casi un bed and breakfast.

-"Sólo faltan Ricitos de Oro y una cama pequeña y una mediana", digo, contenta, sentándome en la cama para probar el colchón. En lugar de un colchón de muelles reconozco inmediatamente un futón japonés. Cómo no. -"Pues yo me quedo con la grande", dice monsieur M., también de buen humor, tumbándose a mi lado, los brazos cruzados tras la nuca. -"El amigo Dan está bien instalado."

-"Creo que a no ser que un oso pardo consiga meterse en la cama con nosotros por la noche, aquí voy a estar estupendamente", digo, tendiéndome yo también y apoyando la barbilla en su pecho.

-"Parece que el fuego empieza a caldear un poco el nido. He visto una kettle antigua, de las de poner encima del fuego. ¿ Qué me dices de un té?", me pregunta monsieur M, contorsionando el cuello para mirarme.

-"Nunca digo que no a un té. Y he traído una caja de cookies navideñas, unas maravillas oscuras y especiadas, blanditas, hechas con jengibre fresco, chocolate negro, almendras y melaza. Si no se han congelado por el camino, acompañarán perfectamente nuestro primer té en la paz y tranquilidad del bosque." 

Media hora más tarde estamos estirados en el sofá escuchando el agradable crepitar del fuego, los pies apoyados en otra caja de madera que M. ha encontrado por ahí, cubiertos con la manta de cuadros, masticando galletas de jengibre, bebiendo té, y haciendo planes: ¿Qué hacemos primero? ¿Un paseo en raquetas? ¿Una partida de Scrabble junto al fuego? (Monsieur M. propone su variante personal, el strip-Scrabble, y se gana un cordial puñetazo en el hombro). Decidimos pasar la tarde explorando los alrededores de nuestro refugio en raquetas.

Volvemos de la caminata al crepúsculo, con las piernas cansadas y las mejillas rojas por el aire frío, las retinas maravilladas por la belleza helada del lago frente al que se encuentra el chalet. Tras haber dado cuenta de una buena sopa y una fondue de queso (hemos venido bien equipados), nos encontramos de nuevo arrebujados en el sofá, a la luz de unas velas, bebiendo una copita de Bayleys (yo, de manera excepcional) y de Scotch, monsieur M. (que tiene sus clásicos), mirando al fuego y comentando que es bastante más entretenido que lo que dan en cualquier canal del cable a estas horas. Afuera ya ha anochecido y nieva mansamente. Cuando andamos felicitándonos -una vez más- de nuestra estupenda idea de ocultarnos en este paraíso en Nochebuena, e intercambiando algún que otro besito prometedor, oímos un par de golpes en el porche. Nos paralizamos a medio camino de uno de esos besitos, sobresaltados, las narices pegadas la una contra la otra.

-"¿Qué es eso?", susurro, alarmada, mirando a los ojos de monsieur M., que parecen desenfocados desde tan incómoda proximidad.

-"¿Un oso pardo? O peor: ¿La familia?", responde monsieur M., eterno guasón.

Lo aparto y me siento erguida en el sofá. -"No tiene gracia. De verdad que el ruido ha sido justo junto a la puerta. Me ha asustado."

Monsieur M. susurra, con expresión falsamente contrita: -"Perdona, mon p'tit hérisson. Tienes razón. Sólo de pensar en mis sobrinos y sus estómagos sin fondo, yo también tengo miedo. ¿Has escondido la comida?"

Estoy a punto de soltar una barbaridad cuando suenan otros golpes en el porche, esta vez contra la pared de la cabaña. Ahora monsieur M. también se sienta muy derecho, dejando la copa en el suelo, el gesto súbitamente alerta. Empieza a decir algo que suena como: -"Sube al dormitorio. Voy a por la carabina--" cuando la puerta se abre de golpe, dejando entrar una oleada de aire frío y un remolino de copos de nieve. Los dos pegamos un salto en el sofá.

Una silueta se recorta contra el marco de la puerta. La silueta es humana, menos mal. ¿Menos mal? Tras el alivio momentáneo, todas las películas y series policiacas que he visto en las que un maníaco homicida desmiembra alegres campistas en el bosque desfilan por mi mente en un parpadeo. El desconocido, que lleva una parka enorme, con la capucha echada sobre la cabeza y un pasamontañas negro y gafas de esquí cubriéndole la totalidad del rostro, da un último golpe, permitiéndome identificar el motivo del ruido que nos ha sobresaltado: se sacude la nieve de las botas golpeando una contra la otra. Para un maníaco homicida, es bastante educado, pienso fugazmente. No quiere empaparnos el suelo. Un vozarrón que sale del pasamontañas y que reconozco inmediatamente resuena en el espacio exiguo de la cabaña, atronador: -"¡JO, JO! ¡Feliz Navidad, tortolitos! ¿No tenéis nada caliente que ofrecerme?"

Monsieur M. y yo exclamamos a un tiempo, atónitos: -"¡¿DAN?!"

(CONTINUARÁ)

COOKIES NAVIDEÑAS BLANDITAS (DE CHOCOLATE NEGRO, ALMENDRAS, MELAZA Y JENGIBRE)


INGREDIENTES (PARA UNAS DOS DOCENAS DE DELICIOSAS GALLETAS):


  • 1 taza de harina integral (también puede ser blanca, si no sois integristas del integral)
  • 1/2 taza + 1 cucharada sopera de harina blanca
  • 2 cucharaditas y 1/2 de jengibre molido
  • 2 cucharaditas de canela molida
  • 1/2 cucharadita de clavo molido
  • 1/2 cucharadita de nuez moscada (mejor recién rallada, pero molida también puede valer)
  • 1 cucharada sopera de cacao negro en polvo, puro al 100% y sin azúcar
  • 1 pizca de sal
  • 1/2 taza de mantequilla sin sal a la temperatura ambiente (margarina vegetal si queréis regalar las cookies a un vegetariano estricto, son perfectas porque no llevan huevo)
  • 1 cucharada sopera y 1/2 de jengibre fresco rallado, y 1 cucharadita de su jugo
  • 1/2 taza de azúcar moreno, bien compactado al medirlo
  • 1/2 taza de melaza (si no encontráis, podéis sustituirla por miel, aunque el sabor de las galletas será diferente, la melaza tiene un toque de regaliz que no tiene la miel)
  • 1 cucharadita de bicarbonato
  • 1 cucharadita y 1/2 de agua caliente
  • 200 gramos de un excelente chocolate negro, troceado
  • 1/4 de taza de almendras picadas
  • 1/4 de taza de azúcar blanco

ELABORACIÓN :

Cubrir dos bandejas de horno con papel de hornear. Tamizar en un bol grande los ingredientes secos: la harina, las especias, la sal, el cacao (todo excepto el bicarbonato y el azúcar). En otro bol, batir la mantequilla hasta que tome el punto pomada. Añadir el jengibre rallado y el jugo de jengibre, y batir bien (unos 4 minutos en un robot de cocina). Incorporar el azúcar moreno y seguir batiendo hasta que la mezcla esté ligera y cremosa. Añadir la melaza y mezclarla bien.

En una taza, disolver el bicarbonato en el agua caliente. Reservar. Incorporar la mitad de la mezcla de harina e ingredientes secos en la mezcla de mantequilla. Verter el bicarbonato disuelto, y batirlo todo bien. Cuando todo esté bien incorporado, mezclar el resto de la harina. Una vez todo bien batido, añadir el chocolate troceado y las almendras picadas. Cubrir la masa con un plástico en el mismo bol y refrigerar unas dos horas, o toda la noche.

En el momento de hornear, precalentar el horno a 165º. Hacer bolas de masa de unas dos cucharadas de té, y hacerlas rodar en el azúcar blanco. Colocarlas en la bandeja sin aplastarlas. Hornear unos 13 a 14 minutos, hasta que la superficie empiece a agrietarse. Estas aromáticas cookies son de textura más bien chiclosa, no crujiente. Si se desean crujientes, hornear unos tres minutos más.

Dejar enfriar cinco minutos en la misma bandeja, y después pasarlas con cuidado (son blandas, se rompen fácilmente) a una rejilla de repostería para que se enfríen del todo. En una caja bonita, pueden ser un regalo estupendo. 

13 comentarios:

  1. Las cookies tienen una pinta de muerte, estoy ya salivando... pero aún más me ha encantado la historia: magníficos diálogos y descripciones, envidia la que me da a mí sólo pensar en el calentito refugio invernal y... genial el cliffhanger: DAN is back!!!
    Grande, Arantza, espero ansiosa el siguiente capítulo!
    María

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  2. Deliciosa,la puesta en escena preciosa, y el pastel sangriento me ha enamorado.
    besos

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  3. Jo, cómo nos dejas así en ascuas? Dónde está tu espíritu navideño? Ah, se me olvidaba, es que este año you ran out of it. Besos y vuelve pronto con la continuación!

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  4. Muy bueno el relato... y tb las galletas... tomo nota : )
    C.

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  5. ¡Ay! Aquí estoy mordiendome las uñas (porque no tengo tus galletas, que si no...) esperando la siguiente entrega.
    ¡Qué inorportuno, aunque mejor Dan que un oso.;-D

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  6. Uy, a mí me da que te has pasado con la nuez moscada en esas cookies y estás ya teniendo fantasías, digo alucinaciones. A ver quién no quiere una Navidad en plan vídeo "Last Christmas", eso sí, sin los jerseys navideños esos "que me llevaban" pero con dos hombretones de los de verdad, Arantza, Arantza...

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  7. Las galletas son deliciosas pero tus historias realmente fabulosas, esas sí que alimentan.

    Bicos

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  8. Arantza te he encontrado por casualidad, ya sabes un blog te lleva a otro, y creo que ha sido cosa del destino. Me ha encantado el relato, me estoy viendo allí en la cabañita (este año es el primero que siento la necesidad de huir estas navidades), con mi maridito y alejada de todo. Qué ricas las galletas. Anda que no tengo yo trabajo hasta ponerme al día con tu estupendo blog. Gracias por tus relatos y por compartir tu vida con los demás.

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  9. Estoy con Noema! pasar las navidades con dos hombretones de los de verdad, con los osos acechando, sin un semáforo en kilómetros y una caja llena de galletas de chocolate y especias... y tú querías leer Doctor Zhivago????

    Mira, ya puesta, creo que haré un hueco en mis latas de galletas para éstas porque para cuando sigas con la historia quiero estar bien preparada para lo que venga...

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  10. Hola.. estaba super ansiosa esperando la continuación!! es que escribes maravillosamente.. sobre las galletas se ven deliciosas.. lastima que no me gusta el jenjibre...
    A la espera de la 3. parte...
    Glenda

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  11. Hola!!!! Me encantan estas galletas; estaba revisando para hacer y regalar, me voy con las tuyas directamente!

    Y echaba de menos a DAN!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! (snif!)

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  12. Estoy con Noema y Maite...dejate de libros y centrémonos en lo importante....
    Las galletas de vicio...

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