lunes, 21 de mayo de 2012

Mudanza (II): Majestuoso

Monsieur M. y Esposa Indigna se pasean por la enésima tienda de muebles con mirada vidriosa y paso cansino. Su misión: encontrar LA cama conyugal. Y el colchón correspondiente. O en su defecto, encontrar UNA cama en la que desplomarse cuando termine el día de la mudanza. A estas alturas a Esposa Indigna ya empieza a darle bastante lo mismo, más que nada porque en lo que van de semana ya han comprado un sofá, un sillón, un frigorífico (sin congelador), un congelador (sin frigorífico, imprescindible cuando uno vive a kilómetros del súper más próximo, y muy útil en caso de que uno quiera congelar, qué sé yo, unos gansos, un alce, un marido que pretende comprar electrodomésticos y piezas mayores de mobiliario a velocidad de sprint). Aquí hay que aclarar que tanto Monsieur M. como Esposa Indigna merecen una cama nueva: han pasado trece años durmiendo en un futón sumamente espartano sin pies ni cabecera, y ahora que Esposa Indigna es oficialmente cuarentona y Monsieur M. un hombretón en pleno esplendor maduro y viril con las rodillas que crujen, ambos quieren una base de cama que levante más de diez centímetros del suelo. Algo de lo que sea más fácil extraerse por las mañanas.

Ésta es la primera vez que Esposa Indigna va a comprar muebles a una tienda de personas mayores. Hasta ahora todos los muebles que había comprado en su vida tenían nombres con å y ö y venían con instrucciones de montaje estilo huevo Kinder. Es una experiencia nueva para ella. Una experiencia de la que podría prescindir tranquilamente.

Esposa Indigna, que ya arrastra el cansancio acumulado de su trabajo, de la mudanza y de kilómetros y kilómetros de tiendas de muebles pobladas de agresivos vendedores a comisión que le ofrecen insistentemente el último set de dormitorio « Lujuria y cuero en Versalles », « Dormitorio vaticano » o « María Antonieta atiborrada de esteroides » (es una cosa que tienen bastantes quebequeses, esa pasión por los muebles estilo Luis XVI) espera con impaciencia el momento de probar el colchón. Lo que al principio de la jornada era un tanto embarazoso, ahora se ha convertido en su parte favorita del día. El vendedor guía a Monsieur M. y Madame hacia la parte de colchones, ellos le explican pacientemente sus gustos y necesidades: más bien durito, nada de muelles, porque aquí Monsieur pesa el equivalente a dos Mesdames, y cuando estornuda en un colchón de muelles Madame rebota abundantemente. Látex. Nos gusta el látex en el colchón. ¿Encima? Eso no es asunto suyo.

El vendedor indica el colchón apropiado con un gesto florido, y nos invita a acostarnos. Así, en público. Ahí empieza el momento surrealista de la compra. Los dos tumbados en medio de la tienda de muebles, formalitos, Esposa Indigna aún agarrando el bolso, bajo la mirada benevolente del vendedor. Os imagináis la escena, una pareja acostada y un señor en traje y corbata chillona que los contempla y les pregunta junto a la cama: -« ¿Qué tal? » y les dice cosas como -« Gire, señora, acuéstese de lado, a ver qué le parece » y -« Señor, muévase un poco, a ver si la señora lo nota ». Suspiro. Esposa Indigna, con un dolor de pies atroz y una pila enorme de trabajos por corregir, abandona toda dignidad y se muerde la lengua para no decirle al vendedor que vaya a atender a otros clientes y la despierte dentro de cuarenta y cinco minutos. Demasiado tarde: Monsieur M., eficaz y maratoniano, ya se ha levantado y está informándose de los materiales de fabricación -petroquímicos o no, ignífugos o no, hipoalergénicos o no-. Esposa Indigna los mira mientras hablan, aún tumbada. Monsieur M. se informa de la altura de colchón y somier disponibles. Él parece dispuesto a vengarse de trece años de acostarse a ras de suelo comprando una cama a la que Esposa Indigna tendrá que trepar con una escalerilla. Dos parejas pasan y miran la escena. O la cama. Esposa Indigna les saluda con la manita, aparta el bolso y se acomoda de lado, el codo bajo la almohada -ergonómica-, en su postura preferida, lista para la inconsciencia. Mientras cierra los ojos, en medio de una bruma de fatiga, oye decir al vendedor: -« Llévese el somier de 57 centímetros. Es más majestuoso. »

11 comentarios:

  1. Ja ja ja...tu cuenta hasta 10 y sigue...besitos

    ResponderEliminar
  2. ¿y te quedaste dormida? ¡seguro que sí!

    ResponderEliminar
  3. ¡Espero que te quedases dormida!
    Mantita, ¿había?

    ResponderEliminar
  4. Yo todavia duermo a ras de tierra ... Las camas altas me dan la impresión de ocupar toda la habitación ... aunque en Muffin Manor seguro que tienes espacio de sobra y eso no será un problema.
    Tiendo al minimalismo y como tu marido mi apego es muy limitado ... rara que es una.

    ResponderEliminar
  5. Jajajajaja... solo te faltó que el vendedor te arropase! Yo lo hubiera hecho!
    Un besuco.

    ResponderEliminar
  6. Jajaja! Qué hartón de reir!! No sabes cuánto me alegro de que la mudanza no te quite las ganas de escribir!!

    ResponderEliminar
  7. Espero que te quedaras frita y les dieras una buena serenata jajaja Muy bueno lo de los muebles con å y ö, en esa fase me hallo :)

    ResponderEliminar
  8. Me encanta que hayas encontrado un hueco para volver a escribir !!! Aunque no haya receta.... Lo echaba mucho de menos (soy una egoísta) Un beso

    ResponderEliminar
  9. Yo duermo en una cama a la que me subo de un salto... con pértiga jejeje.

    ResponderEliminar